Mi resumen del año va a coincidir con la premiación de los Oscares el 9 de febrero, porque no quiero dejar fuera de mi lista de lo mejor del año importantes filmes que siguen filtrándose en nuestras salas de cine. Reúno en esta página cuatro filmes críticos del sistema judicial de los Estados Unidos. Todos son marginados por ser pobres, negros o creer que si uno es inocente y dice la verdad no lo pueden acusar de un delito. Todos descubren a quién es que la justicia local/regional en verdad defiende. 

Just Mercy/Buscando Justicia

Director: Destin Daniel Cretton; guionistas: Destin Daniel Cretton y Andrew Lanham; autor: Bryan Stevenson; cinematógrafo: Brett Pawlak; elenco: Michael B. Jordan, Jamie Foxx, Brie Larson, O’Shea Jackson, Jr, Tim Blake Nelson, Rob Morgan, Rafe Spall, Karan Kendrick.

El título en español resume tanto la historia como el propósito del filme. Nos situamos en Monroe, Alabama en 1989 con un aparato defensor de la ley y el orden completamente blanco y racista sin excusas. Si eres negro tienes que ser culpable de lo que sea que cualquier blanco te acuse. Si eres negro eres pobre y dependiente de los otros sectores de la sociedad. Si eres negro no conoces las complejidades de la ley y por la tanto no puedes montar una defensa justa. Si eres negro no puedes ser un profesional a menos que esos estados del Norte te lo hayan permitido y, como quiera, no es válido en los estados del Sur. Este es el cuadro al que se enfrenta Bryan Stevenson, joven abogado negro, graduado de la Escuela de Leyes de Harvard, que trabaja para el Equal Justice Initiative, y que decide que ser abogado significa defender a los que no tienen ninguna oportunidad de tener un juicio justo y, especialmente, los que han sido condenados a esperar que se les aplique la pena capital que en este caso es ser electrocutado en la silla eléctrica.

La historia está basada en las experiencias de Stevenson enfrentando estos casos donde la vida de un hombre queda a la merced de un grupo que cree que la verdad es absoluta y que matar a otro ser humano es justo y necesario. En estos momentos, 30 estados permiten la pena capital mientras la mayor parte de los países, ya sea en América del Norte, América del Sur y Europa, han abolido o nunca tuvieron esta opción. Estados Unidos (como bien nos refiere el filme The Current War) establece la pena capital por electrocución—la más cruel—además de por inyección y anteriormente y en algunos casos, fusilamiento u horca. En 1972 la Corte Suprema prohíbe la pena capital, pero cuatro años más tarde la reestablece. En el siglo XX se ejecutaron 8,141 personas, incluyendo a Ethel y Julius Rosenberg en 1953. Sin duda, Just Mercy y Clemency son filmes que abogan por la eliminación de este castigo a base de que el ser humano, no importa lo que haga, tiene la capacidad de arrepentirse y rehacer su vida. Para eso es que el sistema carcelario debe servir: la rehabilitación y su futuro ingreso a la sociedad libre. 

En el caso principal que trata Stevenson, la acusación de asesinato contra Walter McMillian, se revela un juicio apresurado, la ausencia de una buena defensa, evidencia y testigos que pudieran corroborar la inocencia del acusado y el basar todo el caso en el testimonio de un hombre blanco, Ralph Myers, a quien luego Stevenson logra persuadir a decir la verdad para poder pedir un nuevo juicio. El principio más importante de la ética de este abogado es nunca dejarse vencer, no importa las veces que parezca que todo está perdido. Todas las actuaciones sobresalen y hay escenas que tocan a uno muy profundamente (por ej, la humillación de ser cateado como si fuera un criminal por ser negro), pero Tim Blake Nelson como Myers con solo 3 escenas muy breves, nos deja sorprendidos. 

Clemency

Directora y guionista: Chinonye Chukwu; cinematógrafo: Eric Branco; elenco Alfre Woodard, Aldis Hodge, Wendell Pierce, Richard Schiff, Michael O’Neill, Vernee Watson, Danielle Brooks, Dennis Haskins, Richard Gunn, Alex Castillo. 

Si Just Mercy trae la relación entre un abogado y su cliente en espera de ser electrocutado, Clemency incluye esta misma relación—Marty Lumetta y Anthony Woods—pero la perspectiva es de los que ejecutan la orden: Bernadine Williams es la alcaide de esta cárcel donde los hombres esperan ser ejecutados a pesar de las apelaciones y pedidos de clemencia. Para ella poder funcionar y estar en control total, tiene que seguir el protocolo y la eficiencia que permite al estado matar a un ser humano. La eficiencia del sistema tiene que estar por encima de las emociones.

¿Qué vida puede tener una mujer (u hombre) cuyo trabajo diario es preparar a alguien para morir? Williams es eficiente y seguidora de la ley hasta el último detalle. Esa es su función y por eso se separa totalmente del caso como tal. Entrena a su personal, se asegura que las inyecciones con veneno estén listas, revisa y aprueba a los invitados a presenciar la ejecución, provee a un religioso para rezar con el convicto. Fuera de la prisión, Williams intenta una normalidad de matrimonio estable que todavía son capaces de demostrar su afecto. Pero ¿cómo puede uno/a separase de una maquinaria de muerte que funciona gracias a los funcionarios que obedecen el código al pie de la letra y que aparentemente no les afecta emocionalmente?

El filme es dirigido por una directora nigeriana-estadounidense y fue la gran ganadora en el Festival de Sundance del año pasado. Todas las actuaciones son de primera y la intensidad del drama se da en interiores casi vacíos y sin movimiento y con luces internas que niegan la apertura de la luz mañanera. 

Dark Waters

Director: Todd Haynes; guionistas: Mario Correa y Mathew Michael Carnahan; autor: Nathaniel Rich; cinematógrafo Edward Lachman; elenco: Mark Ruffalo, Anne Hathaway, Tim Robbins, Bill Camp, Victor Garber, Mare Winningham, William Jackson Harper, Louisa Krause, Kevin Cowley, Bruce Cromer, Denise del Vera.

Dark Waters, como anteriormente Erin Brockovich (2000) y Silkwood (1983), da a conocer esos casos que quedan enterrados gracias al poder de las grandes empresas. Puede ser el agua envenenada por los desechos que se tiran en los ríos, la contaminación en una planta de uranio o, en este caso, un gran invento—el material teflón—que hizo a DuPont multimillonaria. Los tres siguen un desarrollo similar: una denuncia por personas afectadas, su investigación por un grupo o bufete independiente que se arriesga a hacerlo, la confrontación entre la evidencia y la versión oficial de la empresa y el caso judicial cuando, por fin, logran tener ese foro. 

Rob Bilott viene de un pequeño pueblo de Petersburg en West Virginia, pero en el presente es uno de los mejores litigadores en un bufete que representa los intereses corporativos de muchos de sus clientes. Cuando un campesino, Wilbur Tennant, lo contacta porque conoce a su abuela, Bilott se ve casi obligado de, al menos, escuchar la denuncia y ver la evidencia que presenta. Lo que ve en esa visita y otras subsiguientes lo motivan a comenzar una acción legal al parecer muy sencilla y fácil de resolver: pedir a DuPont que presente el resultado de los estudios de contaminación que ellos y luego la EPA (Environmental Protection Agency) hicieron en estos terrenos. Ese pedido pone a DuPont a la defensiva y de ahí en adelante bloquearán cada esfuerzo de Bilott para obtener estos y otros documentos. En este proceso, Bilott descubre un químico del que apenas hay información, aún entre los científicos: PFOA, uno de esos químicos sintéticos que nunca se desintegra. Es este el contenido base de lo que fue (o así creíamos) una revolución en la cocina: el teflón que no permitía que nada se pegara a los utensilios, ollas y sartenes, facilitando la pesada labor de cocinar, fregar, servir al menos tres veces por cada día de nuestras veces.

Les exhorto a que lean en línea el ensayo de Nathaniel Rich del 6 de enero de 2016 en New York Times Magazine “The Lawyer Who Became DuPont’s Worst Nightmare”. Dark Waters sigue esa secuencia a través de un excelente Mark Ruffalo (quien es en sí un líder ambiental) que dramatiza el sentido de desconcierto al darse cuenta que para grandes compañías como DuPont personas como Tennant, los empleados de sus líneas de ensamblaje, las comunidades aisladas y empobrecidas son tontos útiles para enriquecerse.

Richard Jewell

Director: Clint Eastwood; guionista: Billy Ray; autores Marie Brenner, Kent Alexander, Kevin Salwen; cinematógrafo: Yves Bélanger; elenco: Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Kathy Bates, Olivia Wilde, Joe Hamm, Nina Aranda, Ian Gomez. 

Me parece interesante que contrario a la actitud de admiración y “he can do no wrong” que la prensa ha tenido con Clint Eastwood por tantos años, ahora están siempre buscando cómo resaltar las faltas estén o no en sus producciones fílmicas. Así fue con American Sniper (2014), que para mi estuvo al nivel de sus anteriores producciones como Hereafter (2010), Invictus (2009) y ahora con Richard Jewell. Creo que a estas alturas de su vida no debe él dirigirse porque el resultado es siempre su versión de Eastwood, pero de que sabe dirigir a otros no hay duda. La evidencia es Paul Walter Hauser como un tipo que te exaspera por su muy corta visión de lo bueno y lo malo, aparte de su admiración de todo lo que sea ley y orden en su manera más restrictiva; Sam Rockwell como el abogado que tiene que lidiar con un cliente que no entiende que precisamente los representantes del sistema que tanto admira lo quieren meter a la cárcel con o sin evidencia (basta con su confesión); Kathy Bates como la madre de Jewell que sabe lo vulnerable que es física y mentalmente e intenta protegerlo a pesar de que también tiene una fe ciega en el sistema legal. Y es precisamente ese contraste entre lo que Jewell idealiza y la persecución y difamación del F.B.I. y la prensa que recoge la oficialidad de los acontecimientos. 

Eastwood no ha perdido la capacidad de crear la inmediatez de un evento. Aquí lo hace cuando la cámara sigue todos los pasos de Jewell esa noche del 27 de julio de 1996 en Centennial Olympic Park durante las Olimpiadas en Atlanta, Georgia. Su constante vigilancia, su subir y bajar escaleras a pesar de su sobrepeso, el tratar de velar a cualquier individuo o grupo sospechoso (que para él significa afroamericanos, latinos y hippiosos) y el confiar plenamente en cualquier uniformado que represente la ley como él está convencido de hacerlo como guardia de seguridad. Gracias a esa paranoia y ser parte de “los uniformados”, Jewell sí descubre una bomba y logra junto a los otros desalojar el área. Comenzará como el ‘Juan del Pueblo’ que se convierte en héroe y todos lo admiran y quieren entrevistarlo a el perseguido porque según el estudio de perfiles del F.B.I., Jewell responde perfectamente al “wanna be”. Evidencia: ninguna. Por lo tanto, hay que fabricarla con falsos reportajes y trampas para que el mismo Jewell confiese lo que no hizo.

Aunque Jewell es el centro del la historia, el movimiento de la narrativa se debe a su abogado, Watson Bryant (con otra fabulosa interpretación de Sam Rockwell) quien tendrá que frenar a Jewell de darles a todo lo que le piden, hablar de cosas que se pueden utilizar en su contra y permitir los abusos que por ley puede cometer. Lo que sí está mal manejado por una caracterización exagerada de Olivia Wilde y por no tener espacio para ampliar su personaje es el de la periodista Kathy Scruggs. Esta falsa representación ha sido denunciada por el Atlanta-Journal Constitution (los únicos que no aceptaron darle compensación a Jewell por difamación) y defendida por gremios de periodistas ya que ella muere en 2001. 

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