5 poemas de Fina García Marruz

 

CUANDO EL TIEMPO YA

ES IDO, UNO RETORNA

Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna

como a la casa de la infancia, a algunos

días, rostros, sucesos que supieron

recorrer el camino de nuestro corazón.

Vuelven de nuevo los cansados pasos

cada vez más sencillos y más lentos,

al mismo día, el mismo amigo, el mismo

viejo sol. Y queremos contar la maravilla

ciega para los otros, a nuestros ojos clara,

en donde la memoria ha detenido

como un pintor, un gesto de la mano,

una sonrisa, un modo breve de saludar.

Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,

los ojos no comprenden, la mano ya no toca

el alimento innombrable, lo real.

 

UNA CARA, UN RUMOR,

UN FIEL INSTANTE

Una cara, un rumor, un fiel instante

ensordecen de pronto lo que miro

y por primera vez entonces vivo

el tiempo que ha quedado ya distante.

Es como un lento y perezoso amante

que siempre llega tarde el tiempo mío,

y por lluvia o dorado y suave hastío

suma nocturnos lilas deslumbrantes.

Y me devuelve una mansión callada,

parejas de suavísimos danzantes,

los dedos artesanos del abismo.

Y me contemplo ciega y extasiada

a la mágica luz interrogante

de un sonido que es otro y que es el mismo.

 

LOS EXTRAÑOS RETRATOS

Ahora que estamos solos,

infancia mía,

hablemos,

olvidando un momento

los extraños retratos

que nos hicieron.

Hablemos de lo que tú y yo,

por no tener ya nada,

sabemos.

Que esta solitaria noche mía

no ha tenido la gracia

del comienzo,

y entré en la danza oscura de mi estirpe

como un joven tristísimo

en un lienzo.

Mi imagen sucesiva no me habita

sino como un oscuro

remordimiento,

sin poder distinguir siquiera

qué de mi pan o de mi vino

invento.

En el oscuro cuarto en que levanto

la mano con un gesto

polvoriento,

donde no puedo entrar, allí me miras

con tu traje y tu terco

fundamento,

y no sé si me llamas o qué quieres

en este mutuo, extraño

desencuentro.

Y a veces me parece que me pides

para que yo te saque

del silencio,

me buscas en los árboles de oro

y en el perdido parque

del recuerdo,

y a veces me parece que te busco

a tu tranquila fuerza

y tu sombrero,

para que tú me enseñes el camino

de mi perdido nombre

verdadero.

De tu estrella distante, aparecida,

no quiero más la luz tan triste

sino el Cuerpo.

Ahonda en mí. Encuéntrame.

Y que tu pan sea el día

nuestro.

 

DEL TIEMPO LARGO

A veces, en raros

instantes, se abre, talud

real y enorme, el tiempo

transcurrido.

Y no es entonces

breve el tiempo. Como el pájaro

al elevarse abarca con sus alas

un diminuto pueblo o costerío,

la inmensidad de lo vivido arrecia,

y se mira remoto el ayer próximo,

en que el pico ávido bajaba

en busca de alimento.

¡Qué eternidad

de soles ya vividos! ¡Y qué completa

ausencia de nostalgia! Para crecer

se vive. Para nacer de nuevo

y rehacer la mala copia original.

Para crecer, se sufre. No se quiere

volver atrás, ni tan siquiera al tiempo

rumoreante de la juventud.

Que no para que el rostro

luzca lozano y terso se ha vivido.

No para atraer por siempre con el fuego

de la mirada, no con el alma en vilo,

por siempre se ha de estar.

De cierto modo

la juventud es también como una cierta

decrepitud: un ser informe,

larva, debatíase, qué peligrosamente

amenazado. Se vivió. se salió,

quién sabe cómo, del hueco,

de la trampa:

valió el otro

del bosque de la vida, el pleno encanto

de los claros del sol entre lo umbrío

para pagar su precio: lo tanto

costó poco; poco el sufrir inmenso

para esta dádiva: al rostro

orne la arruga como el pecho la cinta coloreada

de un guerrero

o como al niño la medalla premia

por la humilde labor.

Como el avaro

el peso de un tesoro, encorva

la espalda anciana el peso

del vivir.

Mas ya, arriba,

a la salida, ya, se mira

hacia atrás sonriendo, renacido,

como agrietada cáscara el polluelo,

ya se van desligando las amarras,

del extraño navío, y como novio trémulo

locamente lo incierto hace señales.

costó dolor, muerte costó, la vida.

Y al tiempo, breve o largo, siempre corto,

como el relámpago del amor, se le mira

ya sin recelo ni amargura

como a las heridas de la mano, en el arduo

aprender de su oficio,

contempla el aprendiz.

Bella es toda partida.

 

AL DESPERTAR

Al despertar

uno se vuelve

al que era

al que tiene

el nombre con que nos llaman,

al despertar

uno se vuelve

seguro,

sin pérdida,

al uno mismo

al uno solo

recordando

lo que olvidan

el tigre

la paloma

en su dulce despertar.

 

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