A Gallisá y Manuel de J.

Por Jaime Córdova

Soy miembro de la retaguardia canosa

en la cola de la gran manifestación.

Guayabera de mangas cortas,

abrazos de funeraria.

Saludos silenciosos a los compañeros de iremita

que repartieron periódicos con fuego en la portada.

No malgastan palabras,

verbo breve y al centavo

aprendido en las mil reuniones

donde nunca se dijo:

Hay que tener cuidado.

Vayamos paso por paso.

La verdad en arroz y habichuelas.

Convocatoria multisectorial.

Sentarse a dialogar.

Activar los protocolos.

Me gustaría pensar.

Luz al final del túnel.

Los sectores más vulnerables.

Repaso mi resumé,

tamaño clasificado,

ristra de carencias.

Nunca desarrollé una tesis,

no descubrí coyunturas,

mis pocas mociones

fueron malamente derrotadas.

Jamás he estado en mayoría,

tampoco ofrecí cátedras

en cafeterías democráticas.

Admito que he manchado manteles

con tintas cínicas,

y ahora soy

el viejo confundido

que titubea frente a la puerta

de la iglesia cerrada.

Si cargo un bolígrafo,

pierdo el balance.

Si leo en una pantalla,

olvido la letra de Noche de ronda.

Todavía escribo cartas,

voy al correo

y miro esquelas.

Si puedo ayudar en algo,

sirvo para llenar espacios

y levantar un puño pecoso.

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