A proposito de David Harvey*

Por Rafael Acevedo / En Rojo

El lunes 6 de mayo en la tarde escuché la charla de David Harvey en la UPR. A ella reaccionó el siempre lúcido Gustavo A. Garcia Lopez. Esta mañana, día 7, mientras tomo café, reacciono a lo que escuché. No es que escribo una reseña entre sorbo y sorbo. Simplemente reacciono recordando aquí y allá algunas cosas dichas y que anoté en mi mente. También refrescó mi memoria sobre lecturas anteriores. Siempre lo agradezco.

Unos asuntos ya los tenemos más o menos claros. El capitalismo del desastre tiene un interés particular en el desplazamiento geográfico. Ama la destrucción, como ocurre en los huracanes, porque quedan ruinas y la población se mueve a la metrópoli quedando lugares y locales vacíos. La ruina de las ciudades y de los estados, como Puerto Rico y la zona metropolitana, por dar un ejemplo de ciudad, va a vender a precio muy bajo para atraer el capital. ¿Y qué va a pasar con el tejido comunitario que ha duras penas sobrevive? ¿Acaso no hay un quiebre de la calidad de la vida urbana? ¿No supone esto un otro desastre infraestructural y estético marcado únicamente por el interés del capital de reproducirse a costa de una renovación incesante del paisaje de cemento? ¿No es obvio lo que sucede con los Airbnb en el Viejo San Juan? Un mercado global en línea con sus “oficinas centrales” en San Francisco determina el modo en el que se van a relacionar de ahora en adelante los habitantes de una comunidad que se reduce, aumentando la cantidad de huéspedes de pasada, en busca precisamente del cada vez más evanescente color local. Todo se va convirtiendo en theme park. El desastre es un señuelo para el capital financiero. No es un asunto muy complejo.

A fin de cuentas, aunque esto se presenta como una gran idea en el discurso oficial y en la prensa corporativa, el diablo (Marx) enseñaba que la competencia termina en monopolio. En nuestro caso particular ¿qué vendemos, aparte de edificios a renovarse y la tierra? La localización, ese concepto que es nuestra condena desde el imperio español. Esa idea de la singularidad que nos convirtió en un momento en una gran base militar norteamericana y sobre la que se construyo la pésima metáfora del puente. Pero está esa otra localización urabana “cerca de todo” que ha creado islas cerradas sin interconección. O como bien señaló Gustavo, desde mediados de siglo pasado nuestro paisaje urbano estuvo dominado por los intereses de William Levitt.

¿Qué más está a la venta? La cultura, ese entramado de cosas que somos/hacemos tan colorida y sabrosa que se oferta para la creación de industrias culturales y propaganda de festival. De modo que ocurre una marginalización clasista en el espacio en el que se vive a diario y en el modo de producir cultura que pasa a ser financiada por los intereses de ese oligopolio con buenas intenciones y proclive al arte.

Si bien he dicho que el desastre es un señuelo para el capital financiero y que eso no es difícil de constatar, lo que no es sencillo es presentar un modo de resistencia. Entre otras cosas porque la información, o más bien, los medios informativos, son parte de ese oligopolio. Me quedé esperando que me explicaran como se organiza el humanismo radical.

Se me enfría el café. Si alguien quiere refrescarme la memoria mientras preparo más, lo agradezco. Si alguien quiere hablarme de humanismo radical en Puerto Rico, aquí los espero. Traigan unas galletitas.

* Gracias a las compañeras y los compañeros de Junta Gente y Pares por hacer esto posible.

Artículo anteriorEl deber de desobedecer
Artículo siguienteExcelentes actuaciones en Gloria Bell y The Best of Enemies