Admiración por lo monstruoso: Reseña de Phantom Thread y The Shape of Water

Lo monstruoso es un elemento constitutivo de nuestra humanidad. Aunque lo aceptemos o lo rechacemos, el monstruo en nosotros revela nuestras contradicciones y muchas veces manifiesta la belleza misma. La exploración de lo monstruoso define Phantom Thread (dir. Paul Thomas Anderson, EEUU, 2017) y The Shape of Water (dir. Guillermo del Toro, EEUU/Canadá, 2017). Ambas son películas muy diferentes que expresan la visión única de cada director. Sin embargo, éstas presentan personajes que afirman su monstruosidad en todo su esplendor desafiando de esta manera la moralidad convencional. Aunque ambas son películas románticas, su concepto del amor no tiene nada del sentimiento pulido y algo vacío del cine comercial de Hollywood. Cuando se reconoce y se ama al monstruo, el amor se torna en un sentimiento que brilla precisamente por su oscuridad.

En Phantom Thread, Anderson nos cuenta la historia de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un reconocido diseñador en el mundo imaginado de la moda británica durante los años 50. Cada uno de sus diseños es una obra única que esconde en sus dobleces algún corto mensaje que Woodcock añade. De esta manera, sus construcciones enuncian sus sentimientos más profundos. Woodcock lleva su casa de modas junto a su hermana, Cyril (Leslie Manville), que lo conoce a la perfección y que lo mantiene enfocado con una severidad maternal. Una mañana, mientras Woodcock desayuna en un restaurante, queda cautivado por Alma (Vicky Krieps), una joven mesera que lo atiende. Ambos comienzan una relación amorosa donde Alma se tiene que adaptar a las necesidades y a las rutinas de Woodcock, que Cyril protege con tesón. Tratando de hacerse un espacio en la casa de los Woodcock, Alma se redefine a sí misma en función de las necesidades del diseñador. Sin embargo, ella no es un personaje pasivo, pues Alma también lo reconstruye a él como si fuera un niño. La relación entre Alma y Reynolds llega a unas proporciones monstruosas que desafían todo romance convencional y devela una fascinante profundidad emocional.

Por otro lado, en The Shape of Water, Eliza (Sally Hawkins) es una empleada de limpieza muda que trabaja en una instalación militar secreta del gobierno de los Estados Unidos durante la Guerra Fría. Ella vive algo aislada del resto del mundo por su condición y sólo se relaciona con Zelda (Octavia Spencer), una empleada de mantenimiento negra que trabaja junto a Eliza; y su vecino, Giles (Richard Jenkins), un artista homosexual que perdió su trabajo en el mundo de la publicidad. Por sus identidades, Eliza, Zelda y Giles representan la otredad en los Estados Unidos de los 50 y 60. Ellos son los monstruos que simbolizan todo lo opuesto al personaje de Strickland (Michael Shannon), el administrador de la instalación militar. Strickland personifica la masculinidad blanca, heterosexual, y depredadora que asociamos con la época. Su visión sobre la diferencia se ve en cómo trata a la criatura anfibia (Doug Jones), que el gobierno capturó en el Amazonas donde lo veneraban como a un dios. Strickland somete a su prisionero monstruoso a unas constantes torturas físicas en un esfuerzo por examinar sus capacidades, pero que delatan el asco que el hombre siente ante lo que identifica como diferente. La única que logra entablar una relación con la criatura es Eliza, cuyos acercamientos con música y comida expresan su fantástica atracción al dios anfibio del Amazonas. La conexión entre ambos personajes pasa desapercibida por casi todos en la instalación, hasta que Eliza decide ayudar a escapar a la criatura de su prisión. Ella se sacrifica ya que se da cuenta que el monstruo marino es el único que reconoce su humanidad. Esto también lleva al espectador a descubrir la profunda sensibilidad de estas dos criaturas que a través de su monstruosidad desafían el estándar social de la época.

Ambos filmes tratan los márgenes de diferentes maneras. En Phantom Thread, Anderson nos cuenta otra historia donde las obsesiones de sus personajes los convierten en monstruos, pero cuyas acciones logramos entender y hasta humanizar. Sus protagonistas se desdoblan, tanto como podemos ver en There Will Be Blood (EEUU, 2007) con Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) y Sunday (Paul Dano); y en The Master (EEUU, 2012) con Freddie Quell (Joaquin Phoenix) y Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman). Anderson utiliza las interacciones entre cada una de estas parejas para subrayar sus vulnerabilidades y así llevarnos a conectar con personas que consideraríamos deplorables. Idealmente, Phantom Thread se debe de ver en un cine preparado para proyectar el formato de 70 milímetros para apreciar las proporciones épicas de los sentimientos de estos personajes, que también se reflejan en el mundo majestuoso retratado por el mismo Anderson, que funge como director de fotografía, y la música de Jonny Greenwood.

Al igual que Anderson, Guillermo del Toro utiliza en The Shape of Water la pareja de la criatura anfibia y Eliza para dejarnos ver su belleza emocional. El dios del Amazonas de del Toro es una clara referencia al monstruo de Creature from the Black Lagoon (dir. Jack Arnold, EEUU, 1954). Sin embargo, mientras que en Creature from the Black Lagoon, la criatura es un salvaje al que se silencia porque el filme responde a las sensibilidades dominantes de la sociedad estadounidense de los 50; en The Shape of Water, del Toro posiciona al anfibio como uno de los héroes y la sociedad es el antagonista que obstaculiza su amor. The Shape of Water es una bellísima fábula para adultos donde una mujer fuerte mueve la acción. El filme se puede considerar un musical no solo porque la música conecta a la pareja principal, sino también porque las actuaciones físicas de Sally Hawkins y Doug Jones son tan hermosas como los bailes de Ginger Rogers y Fred Astaire.

Phantom Thread y The Shape of Water son para mí las dos mejores películas del 2017 en un año que nos ha brindado producciones excelentes. Ambas obras cuestionan nuestra propia humanidad a través de la delicada sensibilidad del monstruo.

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