Alayubia y la nueva tradición del libro

Por Rafael Acevedo/En Rojo

James Joyce andaba con aquellos centenares de papeles llenos de fragmentos sórdidos, obscenos, incoherentes, de arriba para abajo. Parece que no era un tipo muy simpático y la misantropía le salía por los poros. Pero escribía con arranques demenciales. Y ahí estaba su novela, Ulises, viajando con él en busca de editor. 

La primera vez que se imprimió completa fue en París. La leyenda dice que solo fue posible porque los trabajadores de la imprenta no sabían inglés. Lo cierto es que se publicó en el exilio gracias a la complicidad de Sylvia Beach, propietaria de la librería Shakespeare & Co. que se convertiría es un paradigma de espacio cultural libre, experimental, arriesgado. ¿La novela? Algunos críticos dicen que es la más importante que se haya escrito en inglés. Pero no es ese tipo de novela que uno se lleva en el avión, o para leer en la playa. A menos que uno quiera parecer interesante.

Ahora bien, salvando las distancias, Irlanda, Francia, Puerto Rico, un siglo ¿cuántos libros geniales no hay por ahí en cuartos alquilados de calles calurosas de Santurce o Boquerón? ¿Cuántos escritores geniales no están dándose par de tragos ahora, rumiando su dolor por falta de descubridores? Bueno, genios siempre habrá muy pocos. Pero libros buenos hay decenas escritos y la mayoría no se publicarán. 

Quizás para eso y por eso existen editoriales independientes. No le deben nada a nadie en términos de selección. No hay un comité ejecutivo de expertos en mercadotecnia que certifique en una reunión que aquel libro X va a ser un éxito de ventas. Tampoco buscan que el escritor más famoso les deje caer un libro de borradores para ranquearse. Y no es que no dependan de las ventas o que van a rechazar a una estrella de las grandes editoriales que deje un libro olvidado en medio de una borrachera. Es que como son independientes pueden darse el lujo de eso: de ser independientes. 

Generalmente son los libros más bellos. Diseñados con afán estético. Son libros en distintos formatos y de diversos autores que rara vez encuentran espacio en el coto cerrado de las estanterías. Eso si uno encuentra esos jardines cada vez más escasos que algunos dan en llamar librerías. 

Por eso admiro a los que se lanzan en esos proyectos. Ese es el caso del bardo Gegman Lee Ríos. Es un laureado escritor que, además, está constantemente buscando sabuesamente libros raros, que son todos aquellos que se publicaron antes y que con los años se ponen mejor. Busca y encuentra autores emergentes con rigor en la escritura. Hace descubrimientos y redescubrimientos. Hará reediciones de algo memorable, y así. Por eso ha creado ediciones Alayubia.

La editorial es parte de una gran cantidad de esfuerzos independientes que han permitido una verdadera explosión de textos. Pero Gegman tiene su propio flow, su propio dembow. Y es que su acercamiento a la literatura, y específicamente a la música de las palabras, surge de escuchar y rapear con sus primos en los años ’90. De ahí, de reconocer en las palabras tanto un instrumento de comunicación como un material de construcción y juego, fue realizando a conciencia sus malabares.

La conciencia del libro, tanto los suyos propios, como la idea de convertirse en editor, se va sedimentando además en el intercambio con el poeta y paradigmático constructor de libros, Joserramón Melendes. Melendes, creador de la editorial Qease, fue maestro de muchos tanto en el quehacer poético como en el arte de hacer libros y en la conciencia del concepto “libro” como unidad de sentido. Gegman también asistió a talleres de trabajo con la poeta Nicole Delgado en los que se elaboran libros artesanales. 

De esa práctica en la construcción de libros y diálogos (o monólogos) sobre poesía surgió la revista Parhelios en 2013, junto a otros poetas como Alejandro Medina.

Con Alayubia, Gegman propone una editorial especializada en promover y publicar un canon exclusivo. Ser parte de la creación de una tradición cultural y poética. Tierra intermitente,. de Raquel Salas Rivera; Cielo Riel, de Yara Liceaga; Aterrizar no es regreso, de Xavier Valcárcel o Mala Leche, de Gabriel Carle, son algunos títulos de la editorial. A eso hay que añadir que el primer gesto de la editorial fue el Libro de la promesa, una suerte de antología de activismo poético-político.

Como poeta, la obra de Gegman Lee fue premiada en el certamen El farolito azul, de la Editorial Callejón en 2014 con Nostos. De esa misma colección ideada por el entrañable Elizardo Martínez, Gegman publicó Elegía a los vencidos.

En estos dos últimos párrafos quiero destacar que se trata de un trabajador de la cultura que se acuerda de los otros y de si mismo a la hora de hacer libros. Es riguroso. Tiene proyectos claros. Ha sido chófer de Uber y es barbero, pero es además director de una editorial independiente y poeta. Tiene las manos llenas. Pero no hay nada romántico en eso. O al menos eso no es lo importante. 

El asunto es que quiere vender libros y por eso está pendiente del diseño y de las características particulares de los textos. Reconoce que son determinantes los tamaños y los precios, aparte del contenido. Quiere hacer buenos libros bien diseñados. En eso tiene la colaboración de Adaris García, lo que garantiza que Alayubia se ve bien y se lee mejor. Esta nota es apenas una invitación a confirmar lo que afirmo. Hay buenos libros en Alayubia. Visitar las librerías, la página de la editorial, preguntarle al propio Gegman a través de las redes, les permitirá acceder a un proyecto cultural que, como desea el propio poeta, será grande y reconocido en el mundo. 

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