Analfabetismo Ético

 

Por Francisco A. Catalá Oliveras/Especial para CLARIDAD

El chat de Ricky Rosselló y sus secuaces es un documento que debe pasar a formar parte de la bibliografía de los estudios de la conducta humana. Revela un analfabetismo ético que solo puede ser catalogado de absoluto. Los participantes –gobernador, funcionarios, asesores y cabilderos–, todos profesionales, hicieron gala de insensibilidad y de su vocación orientada hacia la corrupción y la persecución política. El catálogo de prejuicios, entre los que sobresalen la homofobia y la misoginia, es exhaustivo. 

Llama la atención que en una conversación entre “amigos” profesionales que ocupaban cargos de gran importancia no se encuentre, en sus cerca de 900 páginas, alguna alusión a un libro –aunque sea de autoayuda– o ensayo periodístico. Parecería que el analfabetismo va mucho más allá del desconocimiento de la ética. Tal vez, esto explica la ineptitud. ¡Y pensar que a semejantes personajes se les confía la responsabilidad de lidiar con los problemas políticos, económicos, financieros y sociales de Puerto Rico!

La moda es una fuerza sumamente poderosa. Toda generación tiende a burlarse de las modas del pasado a la misma vez que sucumbe fácilmente ante las de su tiempo. En el fondo, cosas del mercado… El chat utiliza los nuevos artilugios de las comunicaciones y refleja la cultura en boga de la zafiedad, la grosería, la vulgaridad y la impudicia. Quizás alguien pueda argüir que algunos de los artistas que han convocado las protestas también reflejan en sus expresiones tal cultura. ¡Ojo! Independientemente de cuán agradables o desagradables resulten algunas palabras, aquí cabe una distinción ética fundamental. Las palabras gruesas que aparecen en el chat se usaron en el clandestinaje para conspirar y para burlarse de la gente, hasta de sus muertos; las que se han escuchado en las protestas se han pronunciado en público para revelar la indignación popular y para acusar el atropello. Valga la diferencia en significado e intención.

Desafortunadamente, los personajes del chat eran solo el tumor en la cúpula gubernamental. El cáncer de la deshonestidad y de la corrupción se extiende a todas las agencias y corporaciones públicas. Lo que ha sucedido en Hacienda, en Educación, en Salud y en todo el andamiaje institucional no son accidentes ni errores. Son parte de un siniestro patrón de consultorías aviesas, ventas de influencias y contratos torcidos en los que se menoscaba el bolsillo público y gana el privado. Huelga apuntar que de tal mal no están exentas las otras ramas de gobierno.

Tampoco se salva el sector privado. Gran parte de la actividad empresarial se dedica a la cacería de rentas: cabildeo de leyes que le otorgan ventajas en el mercado a determinadas empresas, búsqueda de subsidios y privilegios fiscales, gestión orientada a lograr laxitud en la aplicación de leyes y reglamentos ambientales, articulación de contratos leoninos y diseño de procesos de privatización en los que el lucro desplaza al servicio. Algunas de estas actividades son legales. Otras no. Pero en casi todas se pueden encontrar señales de analfabetismo ético. La codicia enceguece.

La Junta de Supervisión (Control) Fiscal es otra que tal baila. En sus integrantes, en sus funcionarios y en muchos de sus consultores priman los conflictos de intereses. Los sueldos y beneficios – empezando por el de su secretaria ejecutiva –, pagados por un pueblo pobre y en crisis, son exuberantes. Anidan en ella un montón de mercenarios. No pueden llamarse seres humanos sino mercancías que el pueblo de Puerto Rico paga a sobreprecio. La Junta, en lugar de ayudar a resolver la crisis, se ha convertido rápidamente en parte de la misma. La llamada reestructuración de la deuda va por mal camino. Para colmo, el presidente de la Junta se pavonea como parte del equipo de campaña de Trump. ¿No es esto evidencia de analfabetismo ético?

Para servirle al gobierno, al sector privado y a la Junta se cuenta con un ejército de asesores de aquí y del exterior: abogados, contables, analistas financieros, economistas, publicistas… Son profesionales que se presume se desempeñen en correspondencia con determinadas normas éticas. Puesto que inciden en la política pública resulta pertinente la opinión de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, sobre el particular: “…existe la responsabilidad moral de pensar de forma creativa sobre qué políticas pueden aumentar las oportunidades de los pobres para permitirles asumir mayor responsabilidad en su propio provecho. Cualquier política que socave el sentido de comunidad, las normas sociales y la cultura y orgullo de un país viola principios éticos”. ¿Qué principios rigen en la lucrativa práctica de los asesores? ¿Los de sus clientes?

El chat de Rosselló y sus secuaces ha hecho evidente el escandaloso analfabetismo ético en la gestión gubernamental. Ha estado acompañado de arrogancia y narcisismo, monedas de gran circulación en muchos sectores del país, como se hace patente en la discusión pública. Las protestas, las marchas masivas del pueblo son, por el contrario, el inicio de un proceso de alfabetización ética que muy bien puede augurar profundas transformaciones orientadas a forjar una sociedad más sana. Se trata solo de un comienzo en el que son numerosas las imponderables. Nunca se sabe con certeza qué viene luego del fin de fiesta. Desmantelar instituciones, del lado que sea, es más fácil que diseñarlas. Pero parece que la esperanza, por fin, está renaciendo. Hoy, el pueblo puertorriqueño tiene más confianza en sí mismo que la que tenía ayer.

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