Apología de lo perdido Artefacto para el viajante

0. Por fin tengo el libro en mis manos. Lo leo una vez. Lo coloco en el librero y le permito descansa unas semanas. Vuelvo a leerlo. Sigo con la misma impresión. Me siento colocado en medio de una transformación radical de mi situación inicial como lector. No me podré “quedar quieto” leyendo este libro.

Pienso que lo que trata de hacer Vanessa Vilches en Geografías de lo perdido es proponer cuatro nuevas tradiciones históricas en investigación geográfica: análisis espacial de fenómenos naturales y humanos, estudios de área, de lugares y regiones, estudios de relaciones entre humanos lo perdido en la Tierra, esa narración esférica de lo que somos. Hay una alta probabilidad de que esas no sean las propuestas de la escritora sino las mías como lector. Suscitar esas formas de leer es lo que buscan esos hermosos artefactos que llamamos libros. Este es uno de esos artefactos.

Es tiempo.

Los ejes parecen no encajar. Raro y triste. Cree no comprender qué imposibilita el movimiento. Busca la aceitera y vierte gotas en los puntos de memoria. Las coyunturas. Las articulaciones, las bisagras andan desencajadas últimamente. Así se la pasa pensando. Fuera de lugar. Mira su mecanismo extrañada.

(Vilches, 15)

El asunto es que leo estos relatos como algoritmos de lugar y ruta. El texto, el tejido se elabora a partir de una unión hipostática de la huella que ha dejado la ausencia. Una huella/ausencia que se dirige al devenir. Sé que no está muy claro, pero para mi conciencia lectora este es un libro sobre llegar para después volver. Sólo puede estar ausente lo que alguna vez estuvo, lo que nos dejó sobre la arena el dibujo de su escurridiza figura. ¿Qué fractura en lo real representa su huella fabulosa? O, ¿cuál es esa nota esencial que debió acompañarnos siempre y ya no está con nosotros? Digamos que estamos hablando de la memoria y el olvido:

Quiere olvidar el propósito de su empresa. Sabe que la pequeña re gión ha sido siempre un punto de entrada y salida cedido, así, sin empeño, como se da una cosa a la que no le tenemos uso, como se cede un estaionamiento o un asiento en la guagua. Lo difícil para la geografía será declarar que contribuye a ello. Algunos quieren ob viarlo, pero un territorio, como un mall, es siempre un espacio onde los cuerpos se desplazan para consumir.

(Vilches, 16)

Digamos entonces que consumimos datos que nos provee un mapa

1. La literatura, al menos el dispositivo Geografías de lo perdido, me propone asumir la responsabilidad de reencontrar esa huella perdida que es uno como lector. Esa nota extraviada de lo derramado en la escritura, como un saber que se remite a sí mismo. La experiencia de lo perdido contiene el carácter especulativo de la condición humana. Raro y triste. Como el animal que somos -unes más que otres- en su relación crítica con el espacio, esa percepción dialógica.

Un lector abandonando la sagacidad que debería servirle de brújula, podría perderse en este mapa. Pero a fin de cuentas, ese camino pretensioso de la razón de llegar a atribuirle el principio de identidad puede llevarnos a algo distinto. Por eso es que leer este libro es negociar con la incertidumbre de los días de la vida -ese otro relato que parece circular- en el que uno vive del recuerdo, al arrullo de sí mismo.

¿Qué se quiere rellenar cuando se recuerda? ¿Qué espacio de tu angosta y profunda tristeza quieres resguardar, domesticar, arrullar? Dilo de una vez. ¿te atreves? ¿Serás capaz? ¿Presagias quién está de trás de ese primer recuerdo? ¿Quién te espera? No lo creo. Tan solo una mínima sospecha de que eres lo que no quieres saber de ti. Una enana entre elefantes. La peca en la piel que obviamos; está, pero no la miramos. Tal vez un punto cercano.

(Vilches,49)

Miro este mapa como quien ha recorrido el Mapa del Caribe del Vizconde de Maggioto o las planicies indiferenciadas del desierto de lo real y la sociedad del espectáculo en el mall para asistir lo raro y triste. La tristeza del espejo en su/la ausencia. Por si acaso pienso en regresar a la casa, “nuestro rincón del mundo, nuestro primer universo” -nos decía Bachelard- Geografías de lo perdido nos señala: Una casa es un lugar lejano. Más aún

¿Cómo hará para volver a casa? Acodada, se acomoda en la acera intentando descifrar un gesto que la devuelva a su cueva. Aún le queda esperanza de que algún transeúnte la reconocera.

Alegre mira los puntos brillantes en el cielo. No los entiende pero le gustan, Si aún tiene ojos, por qué no mirar.

Por suerte hay brisa y un rico olor a pan.

(Vilches, 132)

Este es el modo en el que se camina sobre, entre, la poesía. No con el entender sino con el tender(se) hacia el gusto a la palabra, ese espejo de toda una comunidad en una determinada geografía que en la poesía se hace individual, nueva, ancestral. Tender al camino trazado por el olor. El olor del pan.

2. No quiero extenderme demasiado en mi viaje por esta cartografía. A fin de cuentas es mi lectura personal. Si acaso queda decir que todas las lecturas son personales. Es una condición de la libertad. Un libro bueno es ese en el que puedes escoger viaje (coger viaje, decimos en Río Piedras). He sido seleccionado por este libro como uno de los caminates. Agradezco a Vanessa Vilches la construcción de este hermoso artefacto de viaje.

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