Aquí matan policías y allá quieren otra Guerra Civil

CLARIDAD

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En el primer mes de 2021 Puerto Rico vive una de las acostumbradas catarsis, que sobrevienen luego de una escena criminal de impacto. Tras cada evento de ese tipo, casi siempre un asesinato múltiple, se activan los llamados a las armas contra la delincuencia, sonando tambores de guerra. Ya no se repiten tanto algunas frases que antes eran comunes – “mano dura”, “cero tolerancia”, etc.- pero la reacción es la misma. También el resultado.

La escena grotesca del momento es el asesinato de tres policías, a manos de un solo delincuente, que logró salir ileso de la escena. El agresor apareció muerto horas después, no por acción de la Policía, sino de sus pares en la delincuencia. Su huida revolcó la “normalidad” de un punto de venta de drogas en el residencial Llorens, llevando policías al área. Esa conducta resulta imperdonable para los controladores del área y de inmediato lo ejecutaron, no por asesinar a los guardias, sino por haber afectado un negocio en marcha.

En esta ocasión los llamados en la prensa y las redes sociales son a blindar a todos los policías con armas largas y protección frente a las balas porque, según los propulsores, los criminales tienen mejor armamento y equipo. También se reclaman vehículos especiales, como los que ahora usan los militares.

Es la misma “mano dura” de siempre, repetida por la incapacidad o falta de voluntad para intentar algo nuevo. Los que patrocinan esa respuesta saben que, aunque le den una metralleta a cada guardia y vistan cada uno de ellos con una versión moderna de la armadura medieval, poco cambiará porque, una vez más, se atacan los síntomas y no el problema. Pero los que venden armas y armaduras estarán contentos.

Pronto se cumplirán 30 años desde que el gobernador Pedro Rosselló, comenzó a ocupar residenciales proclamando la “mano dura”. Tras las ocupaciones se aumentaron las penas de cárcel en casi todos los delitos y se limitó la discreción de los jueces a la hora de dictar sentencias. También se aumentó el número de policías, para poder hacer “patrullaje de impacto”, haciéndolos más visibles en las calles. Buena parte de la ciudadanía, por su parte, se encerró en urbanizaciones con control de acceso vehicular, pagando para tener seguridad privada.

Poco ha cambiado. Si ahora hay menos asesinatos es porque las bandas criminales han establecido sus propias reglas de coexistencia y se matan menos entre ellos. Tampoco la Policía los molesta mientras se dediquen a lo suyo. Cada vez se presentan menos acusaciones criminales en los tribunales y muchos abogados del ramo se han quedado sin taller. No es que se cometan menos delitos, es que no se persiguen para no revolcar el avispero.

De vez en cuando, con algún suceso de impacto, estalla el problema que se quiere mantener oculto y entonces vuelven los llamados de siempre. Y así seguimos.

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Mientras en la colonia se habla de darle armas largas a la Policía, en el imperio las mismas se exhiben como si fueran juguetes en un Día de Reyes. Bandas criminales de otro tipo campean por todo aquel país mostrando sus fusiles y llamado a la guerra, sin que nadie los toque.  Son las llamadas “milicias”, muchas de ellas de clara ideología fascista, actuando a la luz del sol.

El pasado 6 de enero estas bandas llegaron a Washington convocadas por el presidente en funciones, Donald Trump, y asaltaron el Capitolio trataron de impedir que se certificara la elección de un nuevo presidente. Luego se fueron tranquilamente a sus casas. Se sentían tan impunes que colgaban videos en las redes sociales como recuerdo imperecedero de la batalla que acababan de dar.

Ahora los están arrestando, pero por cuenta gotas. Con mucho cuidado, en la inmensidad del territorio estadounidense se han detenido unos cientos, en su mayoría acusados de delitos menores, como “conducta desordenada”. Es el mismo delito que podría imputársele al estudiante que irrumpe en un salón de clases interrumpiendo a la profesora o profesor. En esta ocasión se asaltó el parlamento del país, que estaba se sesión, y se quiso atentar contra la vida de los legisladores. Para acceder se invadió el lugar con tácticas militares, se ocuparon los salones, se destruyeron de documentos y propiedad pública, arrollando la pequeña fuerza policial que les hizo frente. A los ojos del mundo lo que se desplegó fue un intento de golpe de estado para perpetuar en el poder al actual mandatario. Pero la acusación es de “conducta desordenada”.

En cuanto a los que hasta ahora han sido arrestados (y puestos bajo fianza de inmediato) sobresalen unas características interesantes: son blancos, de mediana edad tirando a viejos, trabajadores o pequeños comerciantes y casi todos hombres. Se parece mucho a la clásica “base social” del fascismo europeo, que creció tras la Primera Guerra Mundial. Ahora, con el estímulo presidencial, el auxilio de un sector de la prensa y el beneficio de las redes sociales, hay cientos de miles de estos individuos repartidos por todo Estados Unidos, clamando por una nueva guerra civil. Muchos ya tienen las armas para intentarla.

Esta historia apenas comienza.

 

 

 

 

 

 

 

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