Avelino Muñoz Stevenson: Cosas que pasan

Elliott y Avelino

Por Alfredo Berríos/Especial para CLARIDAD

Conocí a Avelino Muñoz Stevenson hace poco menos de 39 años.

Sabía de él por referencias mientras estudiaba en el Georgia Institute of Technology, donde comencé a mojarme los pies en lo que era periodismo mientras estudiaba ingeniería en Atlanta. Resulta que dos boricuas me hablaron de una excursión en Isla de Mona, cuyo cuento no voy a compartir.

Había tomado la decisión de regresar a Puerto Rico para terminar mis estudios en el Recinto Universitario de Mayagüez. Mientras estudiaba en Tech, llegué a ser editor deportivo del Semanario de la universidad, por lo que un día uno de esos compañeros me llamó y me dijo que un nuevo periódico vería la luz y que un compañero de escuela sería el editor deportivo.

Gracias a él, contacté a Avelino y, cuento corto, terminó contratándome para cerrar la redacción deportiva de El Reportero. De hecho, el cuento de cómo me contrató lo recordó hace poco más de un mes en Noticentro al Amanecer, que fue la última vez que lo escuché hablar.

Pocos obreros de esta profesión hablan de sus mentores y maestros, y menos en esta época. Todos se vanaglorian de saberlo todo por haber estudiado en una universidad durante cuatro años, sin taller que les enseñara lo que es la realidad.

Avelino me trajo a la realidad. De él aprendí que somos testigos de la historia que usamos nuestras habilidades para relatarla, que no somos los protagonistas, como ocurre en estos momentos, y que cada día es una enseñanza.

De Avelino aprendí cuán importante era la credibilidad, el no manipular al lector. El no dejar que nuestras visiones nublaran la imparcialidad. Me enseñó a desarrollar mi potencial, me hizo entender que quien menos importaba en la noticia era yo.

Aprendí de él lo que era el periodismo que le enseñó su segundo padre Joaquín Martínez Rousset, me presentó y arriesgó su confianza con sus fuentes. Yo, que creí lo sabía todo, supe lo que era periodismo con él.

Nuestra relación con la mejor fotoperiodista con quien he trabajado en mi vida, Alina de Lourdes Luciano, nos hizo mejores profesionales a todos, gracias a nuestras diferencias y nuestras inquietudes.

Tuve la rara experiencia de ser su jefe más tarde en mi carrera, en donde el maestro dejó al alumno tomar las decisiones, siempre consultándole. La gran mayoría de las decisiones en mi carrera en esa etapa fueron consultadas con él… y jamás me arrepentiré de hacerlo.

La vida nos mantuvo unidos durante el resto de sus años. Hicimos radio, televisión juntos. Nos inventamos proyectos, algunos exitosos, otros no tanto.

Lo más importante, sin embargo, fue que a través de él conocí a quien ha sido mi acompañante durante los últimos 34 años. En 1987, Avelino se convirtió en familia, pasó a ser mi compadre, palabra poco conocida y apreciada en estos días.

Cuando se celebraba la ceremonia en la Iglesia, bajó mi nerviosismo diciéndome que tenía el carro cerca y que podíamos salir corriendo de allí.

Aún cuando considero a mi compadre uno de los mejores periodistas en los últimos años en todas las facetas, sus metas lo llevaron fuera de los periódicos. Los canales de televisión lo recibieron como ancla y narrador. 

¿Les dije que era una de las pocas personas con un repertorio de chistes interminables? Más de la mitad de mi repertorio es gracias a él. La tele lo recibió con un programa en donde presentaba “Cosas que pasan”.

El carácter de Avelino se vió en muchas ocasiones, pero nunca jamás como en una ocasión en un partido de la Liga Puertorriqueña a principios de 1990, cuando una persona mal intencionada le llamó para decirle que su hija había tenido un problema. El compadre terminó el partido sin inmutarse, aún cuando la producción me tenía listo para relevarle en cualquier momento.

Luego que tomé la decisión de moverme al continente, con su bendición, nunca perdimos el contacto. Su idealismo le llevó a tomar rumbos que en ocasiones no fueron exitosos, pero eran bien intencionados.

Cada vez que visitábamos Puerto Rico, era mandatorio que nos encontráramos él, mi esposa Gladys y yo, así como muchas amistades comunes. El junte de El Reportero en el 2014, tuvimos la oportunidad de recordar los tiempos de enseñanzas. Hoy día, sólo quedamos dos de los originales de ese grupo.

En los últimos años, sufrió problemas de salud poco después de tomar las riendas de la Fundación Cabecitas Rapadas, que resultó ser su último proyecto, en donde entregó cuerpo y alma y en donde vació quién era en realidad. Su esfuerzo fue una misión, no por conveniencia, sino por convicción.

Hoy su partida estremece mi alma y mi ser. Puerto Rico, no yo, pierde un gran hombre, padre, multifacético, entregado a sus convicciones. Me consuelan cientos de experiencias, vivencias y enseñanzas.

De paso, no te preocupes, dejas tu huella en Jowell y Eduardo.

Yo pierdo a mi compadre. Buen viaje, y como decías: “Cosas que pasan”.

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