Breves de José María Liboy

Sociedades secretas y sociedades anónimas

Las sociedades secretas siempre han sido un tema fascinante y desconocido para mí. López Dzur dice algo sobre ellas en sus libros de historia de San Sebastián, y para Muñoz Rivera son cosa prohibida, que en sus cartas al Directorio del Partido Autonomista comenta sin ocultar que el asunto lo atrae. En una biografía de Mao que leía de niño, se habla de la Sociedad del Loto Blanco, que llevaba al poder a una inmensidad de personas contra el Emperador chino. Algunas las fundaban los desgraciados y los visionarios. Se parecían a los sindicatos de hoy en día, pero eran mucho más pintorescas que las organizaciones obreras porque las integraban campesinos. La verdad es que sé muy poco del asunto y a veces parece un tema poco serio políticamente.

Me resultan más familiares las organizaciones financieras. Puedo entender lo que es el mercado de bonos y lo que es un cierre, como en 1940 cuando el hijo de Muñoz Rivera cerró el mercado de bonos de la Central Soller. Medida que protestó la secretaria del abogado que Muñoz Marín contrató para terminar con las operaciones de la central. La carta de esa señora es famosa en el mundo de los nacionalistas puertorriqueños y la historiadora Acosta la consigna en su libro de historia sobre el Partido Nacionalista. Me da la impresión de que el hijo de Muñoz Rivera no obraba de mala fe cuando le pone límites a la especulación con las inversiones de los independentistas.

Los visionarios o llamados illuminati son casi siempre conservadores en materia religiosa y social. Este cierre, que en 1940 le puso límites a la economía, es típico de un tipo visionario. Hoy los cierres son medidas conservadoras, no hay duda de que se llevan a cabo para ponerle coto a los inversionistas. La ley 121 la aplauden muchos porque efectivamente es un cierre. No está claro si en efecto se hace para ponerle fin a la servidumbre de muchas mujeres, o si por el contrario, favorece el coloniaje. Eso es algo que la posteridad tendrá que juzgar.

Secuela del escorpión

Escribir el cuento del escorpión no me dio tanto trabajo después de todo. Ya había escrito un cuento sobre una picadura que había publicado Mario Cancel en Narrativa Puertorriqueña. El relato lo inspira una visita que le hice a una niña cuando tenía seis o siete años, con un primo de mi padre que es doctor en medicina y que me llevó a Valle Arriba para que viera el inmenso cienpiés que la había picado en la cuna. Lo sacamos de la parte delantera de la nevera en la casa suburbana y la nena se puso en cuarentena casi desde la cuna debido a la herida que le causó la picadura. En cuarentena, usaba otro nombre. Se llamaba Sick Bay estar en cuarentena y ahora estar en cuarentena se llama Rehab. Hay gente que muere en Rehab Station sin cura. La nena tenía cura si la atendíamos. Ya yo estaba emplazado desde los seis años para hacerme cargo de ella. Se convirtió en una mujer preciosa cuando llegó a la adolescencia, pero seguía en Rehab.

La atendimos con una cepa de células madres, pues la picadura le causó una obstrucción en el aparato reproductor. Cuando nació el niño, se podían ver residuos de necrosis en sus manos. Afortunadamente, la nena se pudo casar con el muchacho con el que ella quería hacer su vida. Yo estaba emplazado para hacer eso desde que era pequeño. William Burroughs dice que estas cosas son comunes en el Sur de Los Estados Unidos y particularmente en Trinidad, donde la deseabilidad de una cura como la que ella recibió hace que haya un culto al cienpiés. Claro, eso es exagerar mucho. Son bromas de William Burroughs. El hecho es que incluso Don Luis Ferré sabía que la muchacha estaba en cuarentena. Era agente del Gobierno porque estaba en Sick Bay. En la librería Hermes, donde saludé al anciano exgobernador, no me regalaron la novela de Burroughs que habla del famoso culto, sino una novela más positiva de Lem, Fiasco, que habla de otro problema que iba a ver en el tray de mi hijo.

Debido al hecho de que la cepa estaba congelada, el nene nació con dedos supernumerarios en la mano derecha. Esto lo menciona Lem en Fiasco, donde se congela al operario de una nave en problemas, para descongelarlo en una nave nueva en el futuro. Lem argumenta que la descongelación del operario causa que aparezcan los problemas de la mano. Ahora bien, los lunares rojos que tenía en la mano los causó la necrosis de la portadora.

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