Cádiz, España, 22 de octubre de 2017: “Hij@s de la Bernarda” de Rosa Luisa Márquez y Jeanne d’Arc Casas

Los críticos exageran cuando intentan nombrar una obra u otra como “espectacular”, “la mejor” o “la mejor del año”, “fuera de serie y por encima de las demás”, etc. Yo también lo hago: es el deseo de poder certificar el valor del quehacer teatral aun cuando ese valor no es tan evidente.

Sin embargo Hij@s de la Bernarda –adaptación libre de “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca de Rosa Luisa Márquez (concepto y dirección) y Jeanne d’Arc Casas (coreografía y bailarina principal)— no necesita tal tipo de certificación. Brilla por sí misma como un acto estético-cultural.

He asistido a cuatro funciones de “Hij@s de la Bernarda” en cuatro espacios y contextos diferentes: el estreno hace 20 meses en el Centro de Bellas Artes en Santurce, su reposición ocho meses más tarde en el gran teatro proscenio de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, el montaje huracanado post-María en el patio interior del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) y la presentación magistral en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz el 22 de octubre.

Cada puesta en escena ha revelado una magia diferente –casi como ver una obra nueva; cada puesta en escena ha mantenido la misma disciplina y filo duro de precisión corporal mientras muestra dimensiones plásticas, sensuales, sociales, trágicas, cómicas y musicales no tan evidentes en las anteriores. Desde el Programa de Residencias de Artistas y compañías Alternativas de Bellas Artes de La Sala experimental en febrero 2016, a la UPR en octubre de 2016, a Cádiz casi precisamente un año más tarde (y ahora a principios de diciembre al Teatro Pregones en Nueva York) “Hij@s de la Bernarda” ha crecido en vitalidad, extensión y tracción con múltiples y diversos públicos. Desafortunadamente no estaré en Nueva York el 2 y 3 de diciembre para re-descubrir la expresividad siempre comprometida, visceral y a la vez tajantemente juguetona de la obra.

Mirándola de nuevo en el MAC y Cádiz puedo reconfirmar que entre las obras de teatro, danza y performance que he visto durante los últimos cuarenta años, esta “Bernarda” se ubica en una zona de memoria teatral marcada por “Ocho mujeres” y montajes como “Abelardo y Eloisa” de Gilda Navarra y el Taller de Histriones; ahí al lado de “Quíntuples” de Luis Rafael Sánchez y trabajos como “Jardín de pulpos” de la misma Rosa Luisa Márquez, las narrativas actuadas y danzadas de Teresa Hernández y “Una de cal y una de arena” de Agua, Sol y Sereno durante los años 1990; y al lado de montajes como “Prometeo” de Aravind Adyanthaya y “El maestro” de Nelson Rivera en la primera década de este siglo.

De hecho, decir “en una zona” o “al lado de” no describe bien el carácter excepcional la acción central de la obra. Creo que no he visto antes en un acto local –aun en los gestos esculpidos de “Abelardo y Eloisa” (1978) de Gilda Navarra o la ritual casi poseída de “Prometeo” (2001) de Aravind Adyanthaya– la sensualidad, la proyección de deseo, el detalle de gesto y la precisión del lenguaje expresivo que Jeanne d’Arc Casas muestra en el dueto/duelo entre Adela y Pepe el Romano (actuado-danzado de manera magistral por Jesús (Pito) Miranda) de “Hij@s de la Bernarda”.

Jeanne d’Arc, en esta secuencia, danza como la apasionada hija menor tal vez más afectada por la declaración de su madre de ocho años de luto después de la muerte de su padre. Su poder enredar su cuerpo alrededor de la cara y cabeza, entonces el torso y después las piernas de Miranda es un acto de entrega visceral que se comunica de manera pulsante y casi eléctrica para que el público vuele, se abrace, se bese y se consuma con ella solo para sentir el mismo rechazo como tusa, como virgen ya conquistada, usada y olvidada por la arrogancia varonil.

Lo que noté en Cádiz, y que me había escapado anteriormente, es como esta doble postura madre-hija humaniza el personaje de Bernarda por darla un pasado de deseo, de mujer una vez joven sensual, de esposa-compañera y madre, de no solamente la tirana pero también la viuda que sufre el auto-impuesto luto. Este performance virtuoso de parte de Casas no es toda la obra, pero sin su presencia como actora-danzante y coreógrafa no habría el sentido crudo y conmovedor de pérdida (piedad y terror, tal vez) pero también el de transformación y transcendencia (catarsis). Suena raro hablar en términos así aristotélicos sobre un montaje actual pero no surgen otros que definan tan bien lo que atestiguamos como espectadores.

No obstante, por todo el estremecimiento de este acto, la revelación de la obra se sitúa en la base sólida que proveen las participaciones del resto del reparto y los demás elementos en escena. En cada función, y especialmente en el espacio frontal y abierto de la Sala Central Lechera de Cádiz, he encontrado la acción más y más dinámica que la que recuerdo del estilo teatro arena de la Sala Experimental del CBA. María Alejandra Castillo, Beatriz Irizarry, Cristina Lugo, Marili Pizarro y Jaime Maldonado danzan y actúan l@s demás hij@s de la Bernarda. Son tod@as amig@s de Jeanne d’Arc y se mueven, bailan, cantan y gritan en concierto con ella y con destrezas y precisiones corporales que cumplimentan tanto la Bernarda como la Adela de ella y añaden cinco perspectivas diversas sobre la naturaleza de la acción. Marili Pizarro danza tanto la Adela del principio como la que muere al final, matada por su propia madre. Jaime Maldonado se unió al reparto para el remontaje en el Teatro de la UPR y sin costuras plásticas añade y amplía a través de su aumentada expresividad corporal otra dimensión de la represión social, sexual y política detrás de la acción lorquiana (parece que Kiani del Valle regresa al reparto para alternar con Jaime en NY). María Alejandra Castillo, Cristina Lugo y Beatriz Irizarry dan fuerza física y emocional que llena el espacio escénico horizontalmente a la vez que sirven como columnas verticales móviles para profundizar la vida y muerte de su hermana.

El texto también adapta “Ocho mujeres” (1974) de Gilda Navarra y el Taller de Histriones, que fue una adaptación de “La casa de Bernarda Alba”, una de las últimas obras teatrales escritas por García Lorca antes de su asesinato en 1936. La versión actual es producto de la dramaturgia de la directora del proyecto, Rosa Luisa Márquez, quien entra en escena, introduce la acción y asume el papel de La Poncia, criada de la casa de Bernarda, para narrar el cuento y servir como enlace entre las ya reordenadas partes, l@s artistas y el público.

La mezcla de música en vivo isleña y latinoamericana tocada y cantada por Pilli Aponte, Rafael Martínez y Enrique (Peru) Chávez también es una actora principal en escena. Nos elabora un contexto en que ya no estamos en solamente un pueblito de España pero también en sus excolonias caribeñas y latinoamericanas. Funciona para subrayar la narración y ampliar el texto del espacio teatral. En las funciones de Cádiz también sirvió, tanto en la calle frente al teatro como dentro de sala misma, como un enlace cultural que creó un sentido de comunidad latina sin fronteras.

Es un acto atrevido y retante llevar una conocida obra española en una adaptación “flamenco” radical puertorriqueña al Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz. Sin embargo el encuentro resultó ser uno harmónico y muy apreciado. Porque la recepción de “Hij@as de la Bernarda” por el público de Cádiz fue asombrosa. Ellos seguramente sabían del camino desastroso del huracán María y el sufrimiento del pueblo de Puerto Rico enfrentando la destrucción y la oscuridad de las semanas después y fallos de la supuesta recuperación. Pocas veces en el teatro me he sentido tan orgulloso como me sentí después de la segunda función en Cádiz cuando la directora habló de las condiciones actuales de Puerto Rico y la labor requerida para hacer llegar la obra y su reparto para el Festival. En ese momento éramos todos –en escena y en el público—puertorriqueños llorando profundamente desde España por nuestro país.

El teatro se monta a través de momentos gráficos y detallados. Así la música, las luces, los vestuarios, la coreografía y la narración coinciden intercaladas en el mismo espacio. Cada momento, cada detalle se reverbera en los demás. En un momento dentro de la oscuridad del luto se abre una ventana.

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