Carmen Valle: Recuerdo, relectura, revaloración

 

Por Efraín Barradas/Especial para En Rojo

Hace unas semanas murió en la ciudad de Nueva York, donde había vivido por muchos años, Carmen Valle, una escritora nacida en Camuy en 1948 que nos dejó una abundante producción, especialmente en poesía.  Estoy seguro que como poeta es que se le conocerá mejor; como poeta la conocí en Nueva York cuando preparaba una muestra de poesía puertorriqueña producida en los Estados Unidos: Herejes y mitificadores…(Río Piedras, Ediciones Huracán, 1980).  Vivía yo entonces en esa ciudad y me interesaba mucho un grupo de poetas – Miguel Algarín, Miguel Piñero, Sandra María Esteves, Pedro Pietri, entre otros – que escribían en inglés o en una mezcla de inglés y español y a quienes más tarde se les ha visto como miembros de un movimiento cultural que han llamado “Neorican Renaissance”.  Pero descubrí que paralelamente en esa misma ciudad y en otros lugares de los Estados Unidos escribían en español y se identificaban con corrientes literarias insulares e hispanoamericanas otros escritores.  Entre estos estaba Carmen Valle, cuya obra, aunque reflejaba y recogía la experiencia de la diáspora, para entenderla plenamente había que colocarla y enmarcarla en otros contextos.  La poesía de Valle y la de otros poetas, los que escribían en español o en inglés, me servía para establecer un puente entre la Isla y Nueva York, para crear una especie de “guagua aérea” poética.  Ese era mi interés y la obra de Valle, como la de otros escritores cuya obra recogí, me servían para cumplir ese fin.

Por todo ello, la muerte de Valle me ha llevado a pensar en ese momento, tan importante para mí; también me ha hecho pensar en su obra. Como homenaje privado a la poeta he sacado de las estanterías de mi biblioteca libros suyos que he releído a saltos y sin orden, con la intención de avivar el recuerdo con la relectura. Pero ese recuerdo y esa relectura de su poesía guiada por el azar y no por el rigor académico me ha llevado a pensar en la necesidad de una revaloración de toda la obra de esta escritora injustamente ignorada o indebidamente considerada en nuestras letras, las de allá y las de acá, que para mí son o pueden o deben ser una y la misma.  Por ello mismo me detuve en la lectura más sistemática de un libro suyo, Diarios robados(Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1982), una colección de cuentos que me volvieron a deslumbrar una vez más, especialmente ahora que los volví a leer con la idea en mente de que la obra de Valle quedaba cerrada a partir de su muerte.  ¿O aparecerán nuevos textos inéditos?  Con ese proceso en mente – recuerdo que lleva a la relectura que propone una revaloración – es que me he acercado a esta excelente colección de cuentos que debe formar parte de nuestro canon literario.

Y comienzo esa relectura con una especie de mea culpa.  En 1983 apareció publicada una antología de cuentos puertorriqueños que edité – Apalabramiento: Diez cuentistas puertorriqueños de hoy(Hanover, Ediciones del Norte, 1983) – donde no aparece ningún cuento de Valle. El mea culpa es parcial ya que Diarios robadoslleva la fecha de publicación de 1982 pero no había circulado cuando preparaba mi antología.  (Mi copia del libro lleva una dedicatoria de la autora quien fecha la misma en abril de 1983, cuando ya había yo preparado la antología.)  Tampoco y me imagino que por las mismas razones aparecen cuentos suyos en la antología paralela que preparó José Luis Vega ese mismo año: Reunión de espejos(Río Piedras, Editorial Cultural, 1983).  Sorprende, en cambio, que María M. Solá, una estudiosa tan dedicada y responsable, no incluyera a Valle en su muestra de narrativa femenina puertorriqueña – Aquí cuentan las mujeres…(Río Piedras, Ediciones Huracán, 1990) – aparecida ocho años tras la publicación del libro de cuentos de esta.  Esa ausencia, creo, no demuestra una falla de Solá sino que vuelve a demostrar la indebida omisión de esta autora en nuestras letras.  Esas tres ausencias en las antologías de Solá, de Vega y en la mía apuntan a la necesaria incorporación de la producción narrativa de Valle en el canon de nuestras letras.  Definitivamente este es un error que hay que corregir.

Al releer en estos días tras la muerte de la autora Diarios robados quedé sorprendido por dos razones.  Primera, por la alta calidad de los cuentos que se recogen en el libro y, segunda, por la semejanza temática y estilística que hallo en estos y la narrativa nuestra que se producía en el momento.  Valle recoge en su libro trece cuentos, todos muy breves – aunque sólo uno llega a acercarse al micro relatos – y todos con el título de “Diario”, aunque cada uno lleva un número que establece la secuencia del uno al trece, número, este último, poco favorecido por muchos.  (¿Habrá recogido adrede trece cuentos por ese mismo valor simbólico?)   El recurso del diario impone en todos los cuentos una voz narrativa en primera persona y hace del cuento una especie de documento hallado por la escritora: son páginas de diarios ajenos.  Cada cuento lleva la fecha de escritura del documento y este pequeño dato no sólo sirve para darle un tono de verosimilitud – el diario casi siempre va fechado – sino que inserta el texto en un contexto social.  La mayoría llevan fechas de la década de 1970, pero hay algunos de la década anterior y de la posterior.  Sólo uno va fechado en la década de 1950.  Muchos de los cuentos tienen como centro de la acción pueblos puertorriqueños de ese momento – ¿Camuy? – y otros la ciudad de Nueva York.  La geografía del marco de acción y la localización de la trama sirven para ir creando de manera muy indirecta un retrato de nuestro mundo o del mundo que vivió Valle.

Desde el primer cuento nos topamos con la denuncia del machismo y con la crítica de la opresión de la mujer.  Probablemente ese primer cuento – para mí el más logrado de toda la colección – es el que mejor presenta la ideología de la autora.  La página del diario que lo compone la escribe una mujer de un pequeño pueblo que acaba de enviudar.  Sin dejar de sentir y expresar dolor por la muerte de su marido, esta retrata de manera indirecta pero muy efectiva la opresión que sintió toda su vida como esposa y madre.  Es una mujer de clase media acomodada o de clase media alta pueblerina que presenta muy aguda y efectivamente su situación por medio de los gallos de pelea que deja su marido.  Estos se convierten en obvio símbolo de la ideología machista que la oprimió y se contrasta con la imagen del jardín, su mundo, un mundo de liberación.  La protagonista y narradora del cuento se plantea qué hará con las jaulas para gallos y con los animales que deja su marido. Expresa su deseo de convertir ese espacio en su jardín.  Gallos versus jardín; estos se convierten así en imágenes de dos mundos que se oponen y en el optimismo de la libración femenina.

También hallamos cuentos donde se presentan personajes puertorriqueños que han emigrado a la ciudad de Nueva York.  Pero estos no son los obreros que pueblan gran número de los textos escritos por boricuas en esa ciudad.  Son personajes que presentan otra visión de ese ambiente.  Pero ya en “Diario 5”, el más breve de toda la colección, Valle presenta un personaje narrador que se siente inseguro con el manejo apropiado del español.  Con recursos tipográficos la autora va construyendo un texto donde el narrador se corrige y tacha sus errores ortográficos e información comprometedora.

Sin llegar al uso destacado del lenguaje popular que caracterizan la obra de narradoras contemporáneas suyas, como Ana Lydia Vega y hasta Magali García Ramis, podemos ver en estos cuentos que Valle favorece también, aunque más tímidamente, el gusto por esa lengua.  La mayor parte de las veces la lengua popular se cuela en los cuentos por medio de citas a otros personajes que se hacen en los diarios.  Este recurso – el empleo del diario –, recurso que le da una fuerte unidad al texto, también limita las tácticas narrativas de los cuentos ya que para mantener la verosimilitud del género los recursos empleados quedan limitados: un diario es esencialmente el fluir de conciencia de quien lo escribe y, por ello, es difícil incluir otras voces sin romper el estilo del género que se emplea.  Valle logra muy efectivamente incorporar esas otras voces y, a la vez, mantener el estilo del género que le sirve para construir todos sus cuentos.

Mucho más habrá que decir sobre este excelente libro de cuentos que, desafortunada e injustamente, no se ha incorporado a nuestro canon narrativo.  Mucho más habrá que decir también sobre la poesía de Valle.  Me limito por el momento a estas breves observaciones sobre sus cuentos, observaciones que surgen a partir de la relectura que parte de un recuerdo a raíz de la muerte de la autora con la esperanza de que le hagamos justicia a una escritora injustamente ignorada cuando no francamente olvidada.

Estoy – estamos – ante un recuerdo triste, una relectura deleitosa y una revaloración necesaria.

 

11 de mayo de 2020

Gainesville, Florida

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