Carta abierta a Victoria Espinosa (2009)

Querida Vicky:

Sé que no fui el único que quedó tristemente sorprendido por tu declaración de que te sentías “fracasada”. Esa mañana, en que nos reunimos en el Teatro Francisco Arriví para anunciarle al país el comienzo del Quincuagésimo Festival de Teatro Puertorriqueño, el ánimo era de celebración, pues tras medio siglo de actividad teatral ininterrumpida, la edición de este festival celebra ese indiscutible logro con la presentación de obras emblemáticas de esos cincuenta años, específicamente aquéllas de autores fundacionales como Manuel Méndez Ballester, René Marqués, Francisco Arriví, y Luis Rafael Sánchez.
Ciertamente puedo entender, inclusive compartir, tu desilusión por no haberse logrado todavía un teatro profesional en Puerto Rico, esto a pesar de los inmensos esfuerzos y el no menos excepcional talento de tantos artistas como tú y tus compañeros de luchas cincuentenarias. Imposible es para mí olvidar el desencanto de Francisco Arriví en la apertura del Centro de Bellas Artes de Santurce, lugar en el cual había cifrado la esperanza de un teatro profesional con la creación de una compañía nacional, que hiciera de nuestro teatro la profesión digna y necesaria que es en tantas otras naciones del mundo y que en la nuestra resulta ser, para todos los efectos, inexistente. Sí, razones podríamos presentar para hablar de “fracaso”.
Y sin embargo… Esa mañana Johanna Rosaly recordó su asistencia al Primer Festival y el empujón que ello significó para aspirar a una carrera actoral que hoy honra nuestro teatro. Un comentario similar le escuché años atrás a Rosa Luisa Márquez, irreemplazable actriz y directora. Por mi parte, recuerdo la impresión tan fuerte que recibí en mi temprana adolescencia en ed Querida Vicky:

Sé que no fui el único que quedó tristemente sorprendido por tu declaración de que te sentías “fracasada”. Esa mañana, en que nos reunimos en el Teatro Francisco Arriví para anunciarle al país el comienzo del Quincuagésimo Festival de Teatro Puertorriqueño, el ánimo era de celebración, pues tras medio siglo de actividad teatral ininterrumpida, la edición de este festival celebra ese indiscutible logro con la presentación de obras emblemáticas de esos cincuenta años, específicamente aquéllas de autores fundacionales como Manuel Méndez Ballester, René Marqués, Francisco Arriví, y Luis Rafael Sánchez.
Ciertamente puedo entender, inclusive compartir, tu desilusión por no haberse logrado todavía un teatro profesional en Puerto Rico, esto a pesar de los inmensos esfuerzos y el no menos excepcional talento de tantos artistas como tú y tus compañeros de luchas cincuentenarias. Imposible es para mí olvidar el desencanto de Francisco Arriví en la apertura del Centro de Bellas Artes de Santurce, lugar en el cual había cifrado la esperanza de un teatro profesional con la creación de una compañía nacional, que hiciera de nuestro teatro la profesión digna y necesaria que es en tantas otras naciones del mundo y que en la nuestra resulta ser, para todos los efectos, inexistente. Sí, razones podríamos presentar para hablar de “fracaso”.
Y sin embargo… Esa mañana Johanna Rosaly recordó su asistencia al Primer Festival y el empujón que ello significó para aspirar a una carrera actoral que hoy honra nuestro teatro. Un comentario similar le escuché años atrás a Rosa Luisa Márquez, irreemplazable actriz y directora. Por mi parte, recuerdo la impresión tan fuerte que recibí en mi temprana adolescencia en el estreno de Sacrificio en el Monte Moriah de René Marqués, en que se podía palpar la terrible tensión de la sala ante la exigencia de un texto que no se recibía como “arte”, sino como un llamado a la acción política. Como muchos otros, atribuyo a esas tempranas experiencias en los festivales mi amor y mi respeto por el arte teatral, ese arte al que hoy, como tantos otros colegas, intento servir.
Vicky, qué duro escucharte hablar de ese supuesto “fracaso” y recordar tu trabajo. La primera vez que oí tu nombre fue en mis años de estudiante, cuando presentaste El negro en América en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico. Casi cuarenta años después, todavía me estremezco con el recuerdo de aquella imagen de un inmenso puño levantado que se proyectaba a vuelta redonda en esa gran sala, imagen que se convirtió para mí en la metáfora más certera del poder, la necesidad y el placer del arte teatral, una imagen que es la razón que sostiene nuestro trabajo en un país donde este trabajo se ningunea.
No creo que haya sido la clase artística la que ha “fracasado”. Por el contrario, la clase artística mantiene esta nación con vida. Pero esta clase artística no puede profesionalizarse, como pretendían tú y Arriví, si esta profesionalización no es apoyada por un proyecto nacional. Ahí está nuestra verdadera carencia, pues si otras naciones han logrado el establecimiento de una compañía teatral nacional, es porque lucharon por su soberanía nacional, soberanía sin la cual todo esfuerzo resulta incompleto. Si acaso hablamos de “fracaso”, primero reconozcamos que es el de una colectividad que se ha conformado con ser, en palabras de Ana Lydia Vega, una “colonia satisfecha”.
No obstante, Vicky querida, pienso que es inútil hablar de “fracaso”. El “fracaso” sólo puede aquilatarse después del hecho, concluída una acción. Ese no es, ni remotamente, nuestro caso. Nada más hay que ver la feliz efervescencia de nuestros jóvenes teatristas quienes, pese al invariable fardo de limitaciones con el que trabajan, tercamente insisten en mostrarle al mundo esa grandeza que los poderes intentan negarnos, dándole continuidad y sostén a los logros de sus maestros. Aquí tenemos trabajo de sobra que realizar, seguimos inventando, produciendo, mostrándole al mundo entero que no claudicamos, ni siquiera cuando nos asaltan las dudas y sentimos que “hemos fracasado”. Y si las cosas no salen como las planificamos, eso no nos impide celebrar nuestros muchos otros logros y seguir aspirando, construyendo.
Cuando mencionaste que en el Primer Festival dos de las directoras, la inolvidable Piri Fernández y tú, dirigieron sus producciones durante sus respectivos embarazos, no pude menos que sentir esa maravilla que siempre me produQuerida Vicky:

Sé que no fui el único que quedó tristemente sorprendido por tu declaración de que te sentías “fracasada”. Esa mañana, en que nos reunimos en el Teatro Francisco Arriví para anunciarle al país el comienzo del Quincuagésimo Festival de Teatro Puertorriqueño, el ánimo era de celebración, pues tras medio siglo de actividad teatral ininterrumpida, la edición de este festival celebra ese indiscutible logro con la presentación de obras emblemáticas de esos cincuenta años, específicamente aquéllas de autores fundacionales como Manuel Méndez Ballester, René Marqués, Francisco Arriví, y Luis Rafael Sánchez.
Ciertamente puedo entender, inclusive compartir, tu desilusión por no haberse logrado todavía un teatro profesional en Puerto Rico, esto a pesar de los inmensos esfuerzos y el no menos excepcional talento de tantos artistas como tú y tus compañeros de luchas cincuentenarias. Imposible es para mí olvidar el desencanto de Francisco Arriví en la apertura del Centro de Bellas Artes de Santurce, lugar en el cual había cifrado la esperanza de un teatro profesional con la creación de una compañía nacional, que hiciera de nuestro teatro la profesión digna y necesaria que es en tantas otras naciones del mundo y que en la nuestra resulta ser, para todos los efectos, inexistente. Sí, razones podríamos presentar para hablar de “fracaso”.
Y sin embargo… Esa mañana Johanna Rosaly recordó su asistencia al Primer Festival y el empujón que ello significó para aspirar a una carrera actoral que hoy honra nuestro teatro. Un comentario similar le escuché años atrás a Rosa Luisa Márquez, irreemplazable actriz y directora. Por mi parte, recuerdo la impresión tan fuerte que recibí en mi temprana adolescencia en el estreno de Sacrificio en el Monte Moriah de René Marqués, en que se podía palpar la terrible tensión de la sala ante la exigencia de un texto que no se recibía como “arte”, sino como un llamado a la acción política. Como muchos otros, atribuyo a esas tempranas experiencias en los festivales mi amor y mi respeto por el arte teatral, ese arte al que hoy, como tantos otros colegas, intento servir.
Vicky, qué duro escucharte hablar de ese supuesto “fracaso” y recordar tu trabajo. La primera vez que oí tu nombre fue en mis años de estudiante, cuando presentaste El negro en América en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico. Casi cuarenta años después, todavía me estremezco con el recuerdo de aquella imagen de un inmenso puño levantado que se proyectaba a vuelta redonda en esa gran sala, imagen que se convirtió para mí en la metáfora más certera del poder, la necesidad y el placer del arte teatral, una imagen que es la razón que sostiene nuestro trabajo en un país donde este trabajo se ningunea.
No creo que haya sido la clase artística la que ha “fracasado”. Por el contrario, la clase artística mantiene esta nación con vida. Pero esta clase artística no puede profesionalizarse, como pretendían tú y Arriví, si esta profesionalización no es apoyada por un proyecto nacional. Ahí está nuestra verdadera carencia, pues si otras naciones han logrado el establecimiento de una compañía teatral nacional, es porque lucharon por su soberanía nacional, soberanía sin la cual todo esfuerzo resulta incompleto. Si acaso hablamos de “fracaso”, primero reconozcamos que es el de una colectividad que se ha conformado con ser, en palabras de Ana Lydia Vega, una “colonia satisfecha”.
No obstante, Vicky querida, pienso que es inútil hablar de “fracaso”. El “fracaso” sólo puede aquilatarse después del hecho, concluída una acción. Ese no es, ni remotamente, nuestro caso. Nada más hay que ver la feliz efervescencia de nuestros jóvenes teatristas quienes, pese al invariable fardo de limitaciones con el que trabajan, tercamente insisten en mostrarle al mundo esa grandeza que los poderes intentan negarnos, dándole continuidad y sostén a los logros de sus maestros. Aquí tenemos trabajo de sobra que realizar, seguimos inventando, produciendo, mostrándole al mundo entero que no claudicamos, ni siquiera cuando nos asaltan las dudas y sentimos que “hemos fracasado”. Y si las cosas no salen como las planificamos, eso no nos impide celebrar nuestros muchos otros logros y seguir aspirando, construyendo.
Cuando mencionaste que en el Primer Festival dos de las directoras, la inolvidable Piri Fernández y tú, dirigieron sus producciones durante sus respectivos embarazos, no pude menos que sentir esa maravilla que siempre me produce el milagro que es el arte puertorriqueño, “esa cosa” que no se supone que exista, y sin embargo…. Hoy agradezco la justa y luminosa intervención de Idalia Pérez Garay, quien en esa mañana en el Teatro Arriví, consternada por tus palabras negó tu desilusión y te describió como lo que precisamente eres: una diosa. A ti siempre te veneraremos porque por lo que eres y haces, es que somos y hacemos.
Vicky, la lucha—y el gozo—continúan. Tu presencia y tu trabajo nos son imprescindibles. Victoria, nos veremos en el teatro.
Humildemente, tu admirador siempre, Nelson Rivera.

Entregada en fotocopia al público asistente a las funciones de El Maestro en el Teatro Victoria Espinosa, 1–10 de mayo de 2009; publicada en Claridad/En Rojo, 14 mayo 2009. 

 

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