Castillo sigue a merced de aguas procelosas

 

Esta semana el Congreso de Perú debatirá si aplica, una vez más, la manipulada vacancia para sacar al Presidente del poder

No le han dejado respiro desde que llegó al Gobierno, y la agitación de las aguas en que intenta poner rumbo al barco, se acrecienta.

El próximo martes, un Congreso variopinto que no aprendió de las protestas provocadas por sus malas artes en noviembre de 2020 debatirá si también al presidente Pedro Castillo lo demueven mediante la vacancia, como eufemísticamente se llama el mecanismo jurídico que en Perú ha permitido cesar a un mandatario por alguna causa alegada que, en el caso más reciente, no se demostró.

Martín Vizcarra, su antecesor en estas lides precedido a su vez por el impopular Pedro Pablo Kuczynski, fue sacado del cargo hace exactamente un año por «permanente incapacidad moral» sin juicio ni otro trámite, bajo acusación de sobornos no demostrados.

Ello provocó la airada reacción de miles de manifestantes que no tomaron las calles para defenderlo, sino en repudio al accionar de un legislativo que actuó «por su cuenta», movido solo por los intereses de sus tiendas políticas.

Ahora la jugada se quiere repetir argumentando la misma justificación, en este caso de modo más falaz, porque las ojerizas contra Castillo no provienen de reparto de cuotas de poder ni de las presuntas ilegalidades que habría cometido cuando, como se le acusa, recibió fuera del Palacio Presidencial a un grupo de empresarios en lo que el mandatario afirma fue una visita estrictamente particular.

La componenda es un asunto netamente político y, más que eso, ideológico. Lo que molesta es él mismo y, obviamente, un programa de Gobierno que apenas ha podido emprender, descontando la que llamó segunda reforma agraria y algunas medidas de corte económico-social: ciertamente, no resulta poco, agobiado el mandatario, como lo ha estado, por las presiones y las zancadillas derechistas.

Él mismo, con sus palabras sencillas, pero profundas de maestro, lo denunció durante la breve alocución de hace una semana, al defenderse de las patrañas con que se le quiere señalar de estar «moralmente incapacitado».

«Nunca aceptaron que un campesino, un rondero, dirija la nación y promueva cambios estructurales del país», dijo en alusión a los partidos y a los grupos económicos que, como él también recordó, no aceptaron el resultado electoral y siempre han buscado atentar contra la voluntad del pueblo.

«Rechazo enérgicamente haber tenido algún tipo de participación en actos irregulares que hayan favorecido cualquier interés particular», afirmó.

Pero lo que diga el Presidente no basta a quienes no se conforman con entorpecer su mandato sin dejarlo gobernar.

De hecho, la vacancia está en boca de la oposición desde antes de esas criticadas reuniones en su casa que se usan para endilgarle la vacancia, y que fueron antecedidas por sucesivos pulsos con los cuales la derecha le torció el brazo, mientras Castillo contemporizaba tratando de evitar una desestabilización mayor de la que, de cualquier forma, sigue siendo víctima.

Así, apostando supuestamente al «diálogo», se le obligó primero a prescindir del canciller Héctor Béjar con tal de que le aprobaran su primer gabinete y, luego, del primer ministro Guido Bellido y, en definitiva, de toda la nomenclatura ministerial, que él debió renovar de todos modos, tratando de otorgar carteras a nombres que satisficieran el desprecio derechista o, al menos, no incomodaran a sus bancadas parlamentarias, que acusan a quienes les incomodan de estar vinculados a lo que fue Sendero Luminoso.

Tal actitud le costó al Presidente la primera fricción seria y lamentable con el partido Perú Libre, la agrupación que lo postuló a la primera magistratura y que es víctima, al mismo tiempo, de una campaña manipuladora que sataniza a su secretario general y fundador, Vladimir Cerrón, exgobernador que es blanco, hace rato, de acusaciones de corrupción tampoco demostradas.

Aunque no existen elementos para afirmar que sea definitivo el resquebrajamiento de una relación que debió ser tan estrecha, lo cierto es que, sin el también joven e inexperto Perú Libre, a Pedro Castillo se le siente más solo.

No se sabe con qué cuadros contará como asesores, sin partido propio ni aliado, virgen en relaciones políticas como llegó este maestro cajamarquino al Gobierno, aunque avalado precisamente por su limpieza, su humildad, y una procedencia que lo emparenta con las mayorías peruanas relegadas.

Se estrecha el círculo

Cincuenta y dos votos se requieren en el Congreso para iniciar el debate en torno a la vacancia, que ya fue presentada, y los trascendidos dicen que los opositores ya tienen seguros 48 hasta esta semana, por lo que analistas del patio dan por descontado que el requisito será aprobado.

Pero otros observadores aseguran que los 52 votos no están a la mano, y que será definitoria la actitud que asuma Perú Libre, postura que no ha avanzado.

Diputados promotores de esa sesión afirman que el único propósito es que Castillo «rinda cuentas» ante el legislativo. Pero ello parece poco probable y ni siquiera consta que el Presidente estuviera dispuesto a aceptarlo.

Si la vacancia avanza y al mandatario se le forzara a renunciar, le sustituiría la vicepresidenta Dina Boluarte y las cosas retornarían otra vez al punto cero.

Para ello, algunos cuentan con el desgaste que la inestabilidad ministerial provocada por los cuestionamientos de la oposición haya podido provocar en la ciudadanía. De hecho, en los días recientes se observaron algunas manifestaciones no muy nutridas a favor de la vacancia, pero ninguna que la rechace.

Si las expresiones populares de respaldo al Presidente no se producen de modo espontáneo, posiblemente la única voz con capacidad para hacerlo sería la de Perú Libre; pero el partido ha dedicado buena parte de sus esfuerzos recientes a promover y recoger las firmas que permitirían acudir a la Corte para que se apruebe la Asamblea Constituyente, que fue punto principal del programa de campaña de Castillo, y que obviamente ha pospuesto. Un referendo con vistas a ello no está recogido por la Constitución, y sería complicado asumirlo en medio del maremagno que le provoca el Parlamento.

Poco habrá logrado el electorado de Perú si la partidocracia en el Congreso —como diría Rafael Correa— le roba a su presidente. Rodeado de aguas procelosas, muchos pueden preguntarse si las fuerzas afines a los propósitos de Castillo, aun con diferencias, serán capaces de enviar el bote que rescate su mandato.

Reproducido de www.pagina12.com.ar

 

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