Cien Horas con Fidel

JUAN MARI BRAS

Por Juan Mari Brás, Especial para En Rojo

—Un conversatorio para la historia—

Ignacio Ramonet dirige la prestigiosa revista universal “Le Monde Diplomatique”, que se publica desde distintos lugares del mundo en varios idiomas y con diversas concentraciones temáticas. Él y su publicación han sido de los principales promotores de los foros sociales que tanto tan contribuído a despertar la conciencia internacional sobre los mayores problemas que acosan a la humanidad contemporánea y sus posibles soluciones. Por eso, no es extraño que sea él quien haya recogido en un extenso volúmen un conservatorio de “Cien Horas con Fidel”.

Como bien apunta en la introducción de la segunda edición cubana, de septiembre de 2006, el libro “Cien Horas con Fidel, Conversaciones con Ignacio Ramonet”, “pocos hombres han conocido la gloria de entrar vivos en la historia y la leyenda. Fidel es uno de ellos. Es el último, ‘monstruo sagrado’ de la política internacional.”

Ramonet termina la introducción aludida, fechada en París el 31 de diciembre de 2005, con el siguiente párrafo:

“En el otoño de su vida, movilizado ahora en defensa de la ecología, del medio ambiente, contra la globalización neoliberal y contra la corrupción interna, sigue en la trinchera, en primera línea, conduciendo la batalla por las ideas en que cree. Y a las cuales, según parece nada ni nadie le harán renunciar.” 

Ramonet va llevando a su entrevistado desde sus primeros años en Birán, al amparo de un padre gallego de ideas conservadoras y una gran disciplina para el trabajo, y una madre cubana de temple y valor excepcional para enfrentar el peligro en defensa de los suyos. Esa combinación genética —no lo dice Ramonet pero se puede deducir de su relato— fue un factor importante en la formación de Fidel. Así desarrolló, desde la infancia, lo que él llama “el oficio de rebelde”. Y añade: “Por ahí se habla de los ‘rebeldes sin causa’; pero a mí me parece, cuando recuerdo, que yo era un rebelde con muchas causas, y agradezco a la vida haber seguido, a lo largo de todo el tiempo, siendo rebelde. Aun hoy, y tal vez con más razón, porque tengo más ideas, más experiencia, porque he aprendido mucho de mi propia lucha, y comprendo mejor esta tierra en que nacimos y este mundo en que vivimos.” (pág. 120)

El joven guajiro de Birán, hijo de un terrateniente, se había educado en colegios católicos, jesuitas, en Santiago y en La Habana. Por eso, cuando llega a la Universidad, los militantes de la izquierda lo miran con rareza. El no se une a ellos. Pero se va uniendo a luchas de liberación que le despiertan su sentido de solidaridad antillanista y latinoamericanista. Así, por ejemplos, se vincula a la ucha anti-trujillista dominicana, y se le designó presidente del Comité Pro Democracia Dominicana de la FEU. “También me nombraron presidente del Comité Pro Independencia de Puerto Rico. Estamos hablando del año 1947, y ya desde entonces albergaba la idea de la lucha irregular.” (pág. 137)

Añade que sus ideas sobre la guerra irregular, que le llevaron a Cayo Confite con el propósito de internarse con una compañía que dirigía en las montañas dominicanas a luchar contra la tiranía de Trujillo, se materializa finalmente en la Sierra Maestra.

En 1948, Fidel va a Venezuela y a Colombia como parte de un esfuerzo por crear una Federación de Estudiantes Latinoamericanos. Señala que, “entre otras cosas, apoyábamos a los argentinos en su lucha por las Malvinas y también la independencia de Puerto Rico, el derrocamiento de Trujillo, la devolción del Canal de Panamá y la soberanía de las colonias europeas en el hemisferio. Esos eran nuestros programas, mas bien antimperialistas y antidictatoriales, no socialistas todavía.” (pág. 139)

En la capital colombia conoce a Gaetán, el dirigente Liberal asesinado por esos mismos días y se ve dentro del dramático momento del Bogotazo, por pura casualidad. La experiencia vivida se une a las lecturas extensas sobre economía y política queya ha realizado para convertirle, primero, en un socialista utópico, y posteriormente, en Marxista. Son tres las influencias definitorias de su trayectoria revolucionaria ulterior. Él  se las resume a Ramonet en la ética de José Martí (“La ética, como comportamiento esencial, y una riqueza que no tiene límites”); el concepto de lo que es la sociedad humana de Carlos Marx; y “el hecho de que naciera en le campo y fuera hijo, y no nieto, de terratiente.”

Es de mayor importancia su explicación de la infuencia que tuvo en él las lecturas de Marx y Engels: Dice: “De Marx recibimos el concepto de lo que es la sociedad humana; de lo contrario, alguien que no lo haya leído o no se lo hayan explicado, es como si lo situaran en un bosque de noche, sin saber donde están los puntos cardinales. Marx nos mostró lo que era la sociedad y la historia de su desarrollo. Sin Marx, usted no puede encajar ningún argumento que interprete de forma razonable los acontecimientos históricos, cuales son las tendencias y la evolución probable de una humanidad que no ha terminado de evolucionar socialmente.” (págs. 142-43)

Termina este capítulo con una afirmación que reviste mucha importancia para entender la evolución de la estrategia fidelista para la toma del poder, en sus particulares circunstancias:

“Cuando se produce el golpe de estado de Batista en 1952, yo tenía elaborada ya una entrevista para el futuro: lanzar un programa revolucionario y organizar un levantamiento popular. A partir de  aquel momento ya tengo toda la concepción de lucha y las ideas revolucionarias fundamentales, las ideas que están en ‘La Historia me absolverá’. Ya tenía la idea de que era necesaria la toma del poder revolucionariamente. Partía de lo que iba a suceder después de las elecciones del 1ro. de junio de ese año. Nada cambiaría. Volvería a repetirse otra vez la frustración y el desencanto. Y no era posible volver de nuevo por aquellos trillados caminos, que solo conducirían a la nada.” (pág. 144)

Es dentro de esa idea, ya cuajada en su conciencia, que se da el plan de asalto al Moncada, que se recoge en el Capítulo 5 del conservatorio, dentro de su comprensión de que los muchachos que había podido reclutar para su movimiento, “eran ortodoxos, muy antibatistianos, muy sanos, pero no poseían educación política. Tenían instinto de clase, pero no conciencia de clase.” (pág. 147)

Los datos, muchos inéditos, que Fidel aporta en los capítulos 5 y 6 sobre importantes detalles de los preparativos y ejecución del asalto al Moncada, así como de las circunstancias en que se dió el arresto de él y un grupo de los que le acompañan, luego del regreso a la granjita Siboney, son esenciales para entender cómo es que, a veces, la conducta de un adversario, motivada por auténticos sentimientos éticos, puede convertirse en el detalle que salva a una generación de la ignominia. Y en este caso, a Cuba entera para la lucha victoriosa por la libertad y la independencia.

Así, cuando un teniente del ejército batistiano, al mando de una de las patrullas de búsqueda de los atacantes sueltos del Cuartel Moncada, detiene al grupo de cinco combatientes armados, entre los cuales estaba Fidel, dicho teniente ordena tranquilidad a sus soldados, afirmando que “no disparen, las ideas no se matan”.

Dice Fidel en su conversatorio con Ramonet: “Recuerdo a los soldados enfurecidos. Dura minutos esto, qué se yo, 8, 10 minutos. Al sentir los disparos se agitan, aplastan los matorrales, al ir de un lado a otro, y para el suelo. Nos gritaban: ¡Tírense al suelo!. Y digo, ‘Yo no me tiro, no me tiro al suelo. Si quiren mátenme, maténme de pie.’ Desobedecí la órden terminante, y me quedé parado. Entonces, el Teniente Sarría, que marchaba muy cerca de mí, dice en voz baja: ‘Ustedes son muy valientes, muchachos.’

‘Cuando veo el comportamiento de aquel hombre, le comunico, ‘Teniente, yo soy Fidel Castro’. Me responde rápido, ‘No se lo digas a nadie, no lo digas.’ Así que desde ese momento él conocía mi identidad. ¿Sabe lo que hizo? Llegamos a la casa del campesino, muy próxima a la carretera, allí había un camión, me montan en él, era el mismo donde estaban otros soldados con los demás prisioneros. Sienta al chofer al timón, me sienta a mí en el medio y él se coloca a la derecha. Se aproxima entonces en un vehículo el comandante Pérez Chaumont, un asesinto, el jefe de los que habían estado matando prisioneros y le exige al teniente que me entregue.’

“Era el comandante, pero el teniente le dice que no. ‘El prisionero es mío’, que él es quien tiene la responsabilidad y me lleva al Vivac. No pudo el comandante convencerlo, y el teniente se dirige al Vivac. Si me hubiese conducido al Moncada, picadillo habrían hecho de mí, ni un pedacito habría quedado. ¡Imagínese la llegada mía allí! Batista había divulgado a los cuatro vientos el tenebroso infundido de que nosotros habíamos degollado a los soldados enfermos en el hospital. No se sabe cuánta sangre costó esta calumnia.”

Ramonet le pregunta: “¿Usted conoció después a este Teniente Sarría?”

Fidel: “Sí, claro, siguió la guerra y él continuó en el ejército, con muy mala voluntad hacia él por parte del régimen —hasta lo encarcelaron cuando ya nosotros estábamos luchando en la Sierra Maestra— porque era él quien me había capturado e impidió mi asesinato. Desde luego, nadie mas que yo conocía entonces sus célebres frases, que años después conté. Al fin y al cabo fue su patrulla. Imagino el odio que le tendrían.”

“Cuando termina la guerra en 1959, lo ascendimos y lo nombramos capitán ayudante del primer presidente de la República después del triunfo. Desgraciadamente, no vivió muchos años, contrajo una enfermedad maligna, quedó ciego, y murió después aquel hombre de tan excepcional comportamiento. Es de esas cosas que uno las cuenta y no se pueden creer.”

Ramonet: “Le debe usted la vida, evidentemente.”

Fidel: “¡Tres veces, por lo menos!”

En el capítulo 7, Fidel le habla a Ramonet sobre el Che. Indica los detalles de cómo le conoció en México y acerca de su primera entrevista, una noche de julio de 1955. El Che, quien ya era marxista convencido, conoció desde el principio que lo que se organizaba en México por Fidel y sus compañeros era una revolución anti-imperialista y no se vislumbraba todavía una revolución socialista. No obstante, señala Fidel, “esto no fue obstáculo, se suma rápido, se enrola de inmediato.”

“Una sola cosa me dice: ‘Yo lo único que quiero es que cuando triunfe la revolución en Cuba, por razones de estado ustedes no me prohiban ir a la Argentina para luchar por la revolución.”

“¿En su país?”, le pregunta Ramonet.

Fidel: “Sí, en su país. Es lo que me dice. Ya nosotros practicabámos una incipiente pero fuerte política internacionalista. ¿Qué era nuestra conducta en Bogotá, la lucha contra Trujillo, la defensa de la independencia de Puerto Rico, la devolución del Canal a Panamá, los derechos de Argentina sobre las Malvinas y la independencia de las colonias europeas en el Caribe? No éramos unos simples aprendices. El Che confió plenamente en nosotros. Le respondí: ‘De acuerdo’, y no hizo falta hablar más de eso.” 

En el capítulo 8, Fidel explica la llegada del Granma a la playa de las Coloradas el 2 de diciembre de 1956, la avanzada de los guerrilleros hasta Alegría del Pio y todo el proceso, ya bastante conocido, de cómo solo unos pocos sobrevivientes pudieron alcanzar eventualmente la Sierra Maestra para desde allí iniciar la etapa puramente guerrillera de la lucha que condujo a la victoria revolucionaria del primero de enero de 1959. Es fundamental, para comprender la ética fidelista en toda su significación, conocer la explicación que sobre este particular le hace a Ramonet en el siguiente párrafo:

“Ramonet: ¿Utilizaron ustedes el terrorismo, por ejemplo, contra las fuerzas de Batista, o hicieron atentados?”

Fidel: “Ni terrorismo, ni atentados, ni tampoco magnicidio. Usted sabe, éramos contrarios a Batista pero nunca intentamos hacerle un atentado, y habríamos podido hacerlo. Era vulnerable. Era mucho más difícil luchar contra su ejército en las montañas, o intentar tomar una fortaleza que estaba defendida por un regimiento. ¿Cuántos había en la guarnición del Moncada, aquel 26 de julio de 1956? Cerca de mil hombres, o quizás más.”

“Preparar un ataque a Batista y, eliminarlo era diez o veinte veces más fácil, pero nunca lo hicimos. ¿El tiranicidio ha servido alguna vez en la historia para hacer una revolución? Nada cambia en las condiciones objetivas que engendran una tiranía.”

“Los hombres que atacaron el Moncada podían haber liquidado a Batista en su finca o en el camino, como lo fue Trujillo o cualquier otro, y al que murió lo hacen mártir en sus propias filas. La inconveniencia del maglnicidio era un viejo concepto desarrollado por la doctrina revolucionaria hacía mucho tiempo.”

“También se discutió mucho, en el movimiento comunista internacional, si era correcto buscar fondos mediante el asalto a los bancos. En la historia de la Unión Soviética, algunos le imputan a Stalin haber hecho algunos de esos  asaltos. Eso estaba realmente en contradicción con el mas elemental sentido común, tanto la teoría del magnicidio como la teoría de los asaltos para la búsqueda de fondos. Esto último estaba muy desprestigiado en Cuba, país de idiosincrasia burguesa donde las instituciones bancarias eran muy respetadas. No se trataba de una cuestión ética, era sencillamente una cuestión práctica: si ayudabas a la Revolución o al enemigo.”

Sobre el importante tema del socialismo y la religión, Fidel hace unas explicaciones en el conversatorio con Ramonet que revisten gran importancia. Dice Fidel:

“al principio también hubo conflictos entre la Revolución y algunas iglesias, prejuicios que alimentaron antisocialistas por un lado y antireligiosos por otro. El partido adoptó la drástica medida de no admitir creyentes en sus filas. Yo me considero con parte importante de esa responsabilidad, porque lo veíamos como riesgo de un posible conflicto de lealtades, y había muchos católicos, por ejemplo.”

Ramonet: ¿En el seno del partido?

Fidel: No, católicos que eran revolucionarios.

Ramonet: “¿Pero que no podían entrar en el partido?

Fidel: “Se estableció el principio de que los religiosos no podían entrar a las filas del partido. Podían ser creyentes tratados con toda consideración y respeto de acuerdo con su actitud política, pero no ingresar en el partido. Y no crea que costó poco trabajo y años hacer prevalecer el criterio de que era necesario abrir a los creyentes las puertas del partido.”

Ramonet: “¿Usted acabó por defender esa tesis?”

Fidel: “Aunque mi posición era distinta cuando se estableció la exclusión al crearse el Partido, yo casi fui de los primeros defensores de la idea del ingreso de los creyentes. Hace más de treinta años entré en contacto con la Teología de la Liberación. Tuve mi primera reunión con representantes de esa corriente en el año 1971, en Chile. Me encuentro allí con muchos sacerdotes y pastores de diversas denominaciones y me reuní en la Embajada de Cuba con todos ellos. Entonces, después de horas de intercambio, les planteo la idea, que ya viene madurando hacía tiempo, de la unión entre creyentes y no creyentes, es decir, entre marxistas y creyentes en pro de la Revolución.”

Ramonet: “Como decían los sandinistas; Cristialnismo y Revolución, no hay contradicción.”

Fidel: “Nosotros lo dijimos mucho antes, porque la Revolución Sandinista triunfa en 1979, y ya yo adondequiera que iba defendía esa idea: en Chile, cuando visité a Salvador Allende en 1971, y hasta en Jamaica cuando visité a Michael Manley en 1977. Era la política que veníamos aplicando. Casi todas las iglesias de esa corriente fueron muy receptivas. Yo proclamaba que el cambio revolucionario necesario en el hemisferio requería la unión de marxistas y cristianos. Sostuve esas ideas y cada vez la sostengo más.”

“En un momento dado dije: ‘nosotros estamos planteando la unión de marxistas y cristianos, y en el Partido no aplicamos esas ideas, todavía tenemos las viejas. Luchar, incluso, contra prejuicios y creencias surgidas no fue fácil, y hubo que luchar muy duro.”

(Esta reseña, para ser completa en lo fundamental, tiene que ser extensa. Se completará en sucesivas ediciones de “En Rojo”. Llevamos solo diez capítulos reseñados, de un total de 26 que contiene el libro.)

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