Ciencia, carpeteo e ironía federal en territorio viequense

 

 

Por Arturo Massol Deyá

La represión vulgar sobre aquellos que han enfrentado al gobierno de Puerto Rico es histórica. Casos de asesinatos políticos, encarcelamientos y carpeteo son parte del récord público. Y aunque solemos visualizar a la policía estatal protagonizando el trabajo sucio, en una colonia, la persecución a la disidencia llega de más arriba. El problema es que la conocemos poco y la sentimos distante.

Una forma en que he vivido esa represión ha sido siendo incluido en una lista de alta seguridad por la agencia federal de Homeland Security. Desde poco antes de los tiempos del gasoducto “Vía Verde”, era detenido a mi llegada de cada viaje internacional, y era sometido al ‘random check’ en cada viaje a Estados Unidos. Esa vigilancia incluyó sacarme de un avión y llevarme escoltado a mi llegada de Colombia, que me confiscaran el teléfono durante semanas tras llegar de la República Dominicana, separarme de mi hija Andrea -de un año en aquel momento- para cuestionamientos a mi llegada de Centro América o que oficiales me esperaran con una fotografía en el ‘puente’ de desembarque.

Ya había aprendido y siempre me la pasaba tomando tarjetas y brochures al azar para ver las caras de interés cuando llegaba a territorio estadounidense y cómo se llevaban la evidencia para fotocopiarla. En una ocasión, ya con un expediente de vigilancia abultado, un oficial me confesó que solo seguía las instrucciones, que no sabía exactamente qué buscaban, solo que “someone in Washington is not happy with you”.  En otra ocasión un oficial me amenazó diciendo que no tenía garantías civiles de ningún tipo porque hasta que no poncharan el pasaporte técnicamente estaba fuera del País.

Un día consulté al amigo licenciado Benny Frankie Cerezo, quien me orientó y dijo algo como que podría pedir una investigación detallada personal para que allá se dieran cuenta de que era una persona honesta y no peligrosa, y así me sacarían de la lista. Ahí entendí y le respondí que no hacía falta, que debía seguir feliz cargando con la distinción profesional más importante de mi carrera.

La causa principal de mi ‘peligrosidad’ estaba vinculada a los trabajos de investigación sobre la contaminación causada por la Marina de Guerra de Estados Unidos en Vieques, donde realizoestudios desde el 1999 claramente en la categoría de desobediencia civil científica. Desde mi laboratorio documentamos la movilidad de elementos tóxicos de la zona militar a cangrejos, vegetación terrestre y marina, a herbívoros como las cabras, biodegradación de explosivos, diversidad microbiana, publicamos estudios longitudinales en revistas científicas y denunciamos consecuentemente actos de mal manejo por parte de agencias federales de la Laguna Anones en el antiguo polígono militar. Durante este periodo fui becado y trabajé un verano en el Laboratorio Nacional del Departamento de Energía en Lawrence Berkeley (California) y establecí colaboraciones estratégicas con grandes científicos de universidades estadounidenses. Paradójicamente en el 2009, estuve por invitación ante la Comisión de Ciencia y Tecnología del Congreso y también pasé días de trabajo junto a dos científicas boricuas enfrentando al personal científico de la Agencia para Substancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades en Atlanta incluyendo a su entonces director. Al final de esa cita, el ATSDR (por sus siglas en inglés) anunciaría cambios en sus posturas. Poco después sacarían al director.

Resulta que bajo un nuevo mandato congresional, el US General Accountability Office (GAO) realiza una evaluación del proceso de «limpieza» que se inició en Vieques y Culebra en el 2004. O sea, aunque el Almirante de aquel entonces decía “Vieques ismore beautiful now than before”, este caso, incluido en la lista federal de los lugares más contaminados, le ha costado millones de dólares en un proceso que tomará décadas adicionales para remediar. No es debatible argumentar si hubo o no legado tóxico militar en Vieques y Culebra. La discusión es sobre la magnitud del problema y las formas de enfrentarlo. El GAO, como se les conoce acá, espera emitir un informe público a principios del 2021.

La ironía de todo fue recibir una invitación de ese mismo gobierno que criminalizó el esfuerzo científico para ahora procurar nuestros hallazgos, nuevamente. Mi primera respuesta fue que no tenía nada que aportar sobre la evaluación del proceso de limpieza porque ni la EPA, ni el Navy, ni Pesca y Vida Silvestre, ni el DRNA habían limpiado algo allí. Ni siquiera han tomado medidas de contención como se hace tras cualquier crisis ambiental. Solo remueven con malas prácticas de quema abierta de la vegetación y detonación abierta algunos explosivos superficiales. Esto supuestamente lo hacen así porasuntos de seguridad de las personas. El asunto es que los problemas de salud de esas personas no los causan las bombas sin detonar per se, sino la contaminación química que se desprenden de ellas en el mar, en sedimentos o que están en la profundidad de los suelos arenosos oxidándose y manteniendo vigente los riesgos a la salud pública. De qué limpieza me hablaban, pregunté.

Insistieron y hablamos extensamente días atrás. Ellos tenían su listado de preguntas y yo el mío de asuntos. Con más amplitud de opiniones, podrían evaluar mejor el proceso federal yconsiderar estrategias alternas al proceso de restauración, buen síntoma. Lamentablemente, el esfuerzo ocurre 16 años tarde. No sé qué saldrá de ahí, el GAO responde a los federales, no a los viequenses, pero sí discutimos recomendaciones específicas basadas en observación científica con énfasis en biorremediación ambiental y justicia social.

Tengo una obligación moral de compartir el conocimiento por el bien común de los viequenses, pero prefiero la rebeldía a un proceso cargado de injusticias históricas. Aunque ya no me detienen con la misma frecuencia, me gusta pensarme enrebeldía, una que merece reactivación colectiva. No para compromisos partidistas de temporada sino por Vieques, Culebra y el País, porque la rebeldía no se delega.

El autor es Catedrático UPRM. Esta columna se publica simúltaneamente en 80 grados y la Perla del Sur.

 

 

 

Artículo anteriorAuscultando los que puede ocurrir en noviembre
Artículo siguienteLos nombramientos de la corrupción