Comentario a: “Truman y Puerto Rico: El origen de un proyecto descolonizador fallido

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Por José Julián Alvarez

Cuando era un adolescente, mi madrina una vez me preguntó qué me interesaba ser cuando fuera grande. Le respondí: historiador. Su reacción fue inmediata y nada positiva: “Uy, ¿quieres pasarte la vida como ratón de bibliotecas?”. No sé si por esa u otra razón, no me convertí en historiador, sino en abogado. Tiemblo al pensar qué analogía con el mundo animal mi madrina hubiera encontrado para esa otra profesión.

Pues bien, el doctor Collado Schwarz, mi amigo Ángel, en este libro demuestra a la saciedad sus dotes de ratón de bibliotecas. Como bien señala el prólogo de Jorge Rodríguez Beruff, este libro no solo examina una enorme cantidad de la literatura relevante sobre este tema, sino que también, y más importante aún, pone considerable énfasis en hallazgos, hasta ahora prácticamente inéditos, en los papeles de algunas de las figuras más importantes sobre el tema, especialmente en el bando norteamericano.

Es poco lo que puedo añadir al excelente prólogo de Rodríguez Beruff, quien captura la esencia de esta importante obra. Permítaseme, sin embargo, enfatizar algunas de las virtudes que el prologuista elogia con sobrada razón.

Otros relatos sobre este tema a veces parecen sugerir que los desarrollos políticos, jurídicos y económicos del Puerto Rico de mediados del siglo 20 se debieron primordialmente a la perseverancia y poder persuasivo de ciertos puertorriqueños, que convencieron al americano sobre el curso digno a seguir. Esta obra contribuye a destruir ese mito. De principio a fin, Collado demuestra que las figuras centrales de esta historia son Roosevelt, Tugwell, Truman y, muy especialmente, el almirante Leahy. Y decir Leahy, como en sus varias publicaciones demuestra Rodríguez Beruff, es decir la Marina de los Estados Unidos. Si durante las primeras cinco décadas después de la invasión de 1898, esa a la que algunos prefieren llamar el cambio de soberanía, como si sobre eso hubiéramos tenido algo que decir, Puerto Rico no fue sino una enorme plantación de caña, siempre fuimos, y especialmente a partir de la década de los 40, un inmenso portaviones. Collado demuestra que lo que ocurrió en Puerto Rico a partir de la década de los 40 respondió, sobre todo, a los intereses de los Estados Unidos, con la participación destacada y la bendición de la Marina. La pregunta que hoy nos tenemos que hacer es si le quedan a la Marina algunos intereses sobre Puerto Rico, después de su partida de la Isla Grande, de Culebra y de Vieques. Sin duda, la presión puertorriqueña fue muy importante en la salida de la Marina. Pero, tal vez igualmente importante fue que la Marina finalmente reconoció lo que hacía tiempo sabía: que no necesitaba una presencia física en Puerto Rico para satisfacer sus intereses geopolíticos. El último uso importante de Vieques como campo de entrenamiento fue en preparación para la invasión de Kuwait en la primera guerra contra Irak. No olvidemos, porque CNN lo trasmitió en directo, que lo que las tropas norteamericanas enfrentaron al desembarcar en Kuwait no fue al aguerrido ejército iraquí, fusil en mano, sino a un enjambre de periodistas de todas partes del mundo, con cámaras y micrófonos. 

Como demuestra Collado, el Estado Libre Asociado, para consumo local, o el “Commonwealth”, para consumo norteamericano, es producto de la guerra fría. El impulso para conceder mayores niveles de gobierno propio a los puertorriqueños provino de esa división del mundo en dos bandos ferozmente enfrentados. En esa batalla ideológica, los Estados Unidos no podían permanecer como amos de una colonia clásica. Era necesario producir lo que, como resalta Collado, Gordon Lewis llamó una “colonia moderna”, distinta a las colonias de los imperios europeos y distinta, al menos en apariencia, a la relación entre Rusia y las demás repúblicas de la Unión Soviética y sus países satélites. La pregunta que debemos hoy hacernos es si esa “colonia moderna”, tras los desarrollos de los últimos años, satisface los intereses y anhelos de los puertorriqueños, si es que alguna vez los satisfizo. Que esa “colonia moderna” no era satisfactoria para los intereses aun de los puertorriqueños que aceptaron y alabaron su gestación, lo demuestran los múltiples intentos del liderato del Partido Popular por modificar los términos de la relación a partir de 1952. Pero, si algo prueban las acciones y omisiones de los organismos del gobierno norteamericano a partir de esa fecha, es que la “colonia moderna” compagina perfectamente con los intereses de los Estados Unidos y que no hay interés alguno de ese país por alterar esos términos. Todo lo contrario, como demuestran las actuaciones recientes de las tres ramas del gobierno federal. Lo que se ha producido es un muy serio recorte de los poderes del gobierno propio que alguna vez algunos optimistas consideraron un “pacto solemne entre las partes”.

El libro de Collado también destaca las ejecutorias de varias figuras puertorriqueñas que a menudo no reciben la debida atención, o la reciben por otras razones. La primera de ellas es Pedro Albizu Campos, el abogado. El reiterado argumento jurídico de Albizu, muy adelantado a su tiempo, sobre la nulidad del Tratado de París bajo el Derecho Internacional, es impecable. La nuestra fue la donación, mediando coerción, de un pedazo de tierra con todo y sus habitantes adentro, cual si fuera una finca de ganado. Los argumentos jurídicos del abogado Albizu sobre la ilegalidad del colonialismo bajo el Derecho Internacional también se adelantaron a su tiempo. Hoy son perogrulladas, como hasta uno de los ideólogos del Estado Libre Asociado, José Trías Monge, sintió la necesidad de reconocer y demostrar poco antes de morir.

La segunda figura casi olvidada a quien Collado dedica ejemplar atención es Vicente Géigel Polanco, Secretario de Justicia de Puerto Rico en el período crítico entre el 2 de enero de 1949 y el 1 de febrero de 1951. Géigel fue removido de su cargo por el gobernador Muñoz Marín en aquella famosa carta en la que le dijo “Te pido y te acepto la renuncia”. La razón para ello es que Géigel había discrepado muy públicamente del gobernador sobre la naturaleza jurídica del “nuevo” estatus que entonces se gestaba para Puerto Rico, es decir, sobre el nuevo ropaje que se diseñaba para la “colonia moderna”. Géigel eventualmente publicó su pensamiento en el libro titulado “La farsa del Estado Libre Asociado”. Otro adelantado a su tiempo. Esa obra retiene hoy toda su frescura. Y buena parte de los argumentos de Géigel han sido aceptados hoy, en distintas ocasiones y manifestaciones, por las tres ramas del gobierno de los Estados Unidos. Posteriormente, Géigel participó junto a otros abogados independentistas en la redacción y presentación ante las Naciones Unidas de un memorando en oposición a la retirada de Puerto Rico de la lista de países no soberanos. Otra farsa, en la que participó gozoso el gobierno de Puerto Rico, a través del Comisionado Residente Fernós Isern. En el reciente caso de Sánchez Valle, el juez Breyer, del Tribunal Supremo de Estados Unidos, recordó este episodio como un ejemplo del valor jurídico que los Estados Unidos atribuyeron al “Commonwealth”. Esta opinión de Breyer, sin embargo, valga recordar, fue un disenso de dos jueces que no pareció impresionar a los otros siete.

Como toda buena obra histórica, el libro de Collado contiene interesantes viñetas que deben cautivar al lector. Me limitaré a mencionar tan solo dos. Ambas se refieren a Muñoz Marín.

Comenta Collado: 

Muñoz Marín creía que podía comenzar el proceso de descolonización [y] utilizó la semántica y la ambigüedad para lograr la aprobación del Congreso y finalmente pensaba que podría convencer al Congreso [para] revisar la Ley de Relaciones Federales.

A eso añade el autor: 

[L]a frustración de Muñoz Marín quedó plasmada e inmortalizada en el retrato que le pintó Francisco Rodón.

Como Collado conoce, porque lo hemos hablado, coincido plenamente con esa percepción suya. Pienso que el retrato de Rodón debía tener una tarja que indique lo que pensaba el modelo en esos momentos. Por respeto al auditorio, diré que la versión decorosa de esa tarja diría algo así como, “Caramba, la cosa no me quedó bien”.

La segunda viñeta se refiere al ataque a la Fortaleza el 30 de octubre de 1950. Además de a Muñoz Marín, envuelve también a Vicente Géigel Polanco, a escasos tres meses de que Muñoz lo removiera de la Secretaría de Justicia. Relata Collado:

Varios nacionalistas se dirigieron a La Fortaleza, oficina y residencia del Gobernador, con el propósito de secuestrarlo o asesinarlo. La lucha duró más de una hora, pero las fuerzas desiguales determinaron la derrota de los nacionalistas. Vicente Géigel Polanco, procurador general, se hallaba con Muñoz Marín en esos momentos y narra:

Tras la primera descarga salimos gateando hacia el salón. Muñoz estaba nervioso. El tiroteo era espantoso. … Muñoz se perdió en las habitaciones interiores de La Fortaleza… Muñoz llamó a los militares para que usaran la fuerza. Estos contestaron que no podían actuar sin órdenes del Presidente, en Washington.

Este relato me evoca el asalto al Palacio de la Moneda en Santiago de Chile. Pero no por las mismas razones.

Felicito al autor y al amigo por esta importante contribución a nuestra historiografía e invito al auditorio a examinarla.

Muchas gracias.

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