Con-textos El Mono y el Organillero

 

 

Por Reinaldo Pérez Ramírez

Especial para CLARIDAD

 en memoria de Jaime Córdova

 

 

En la foto, un mono disfrazado de bufón; un organillero tocado de sombrero con voz ronca de tambor; un organillo con pata de palo y foto de novia y hermana. Mono y amo en la calle desierta, miran en derredor no haynadie …

 ¿Qué pasa?  La caja de música llama: do-si-la-sol-si-la(pausa muy breve)… fa sostenido-sol.

 Nadie sale. Las persianasestán cerradas.  Los póstigos atrabancados.  El vaho seco de la canícula persiste en la plazaun domingo después de misa;  calienta los colores de tierra y cal en la tardevana como doncella almidonada.  Los aspirantes a artistas siguen observando en estupor.

 ¡Eureka!, dice de pronto muy quedo el organillero.  El mono-único personaje presente que puede oírlo- había aprendido a escuchar.  El timbre y la onomatopeya de la palabra presagiaban para el domesticado animal un helado dulce, como pasaba las mañanas frías justo al pie de la fuente donde recordaba las gotas salpicando sus afanes trashumantes de aspirantes a estrellas.

 La tramoya acentuaba la escena: una pata de palo desmontable -la del organillo-; los sombreros de ambos, así como la ilusión de que algún potentado de Californiaamigo de Charlie Chaplin“descubriese» al mono,al organilloy organillero -el de la la voz de tambor- navegando las aguas del fin de la era del cine silente.

 Y a la fuente se dirigieron.  Allí encontraron policíasrodeando la gente. Todos  -oficiales, tenderos, vendedores ambulantes, monjas y vecinos, en su mayoría- ostentaban orondos extrañas máscaras, guantillas azules en las manos y ojos tristes de miradas sesgadas, como los de los orientales que construyeron cientos de miles de millas de rieles para tranvías y que eran culpables de nada.  Gentes y policías les vieron llegar expectantes.  

 Sin siquiera pensarlo, el organillero movió la manivela.  La caja de marca alemana Wagner -o tal vez Levien, o autóctona de Fruty y Co.-, con su única pata de palomarcaba el ritmo como Capitán pirata encubierta.  

 Entonces, las miradas cambiaron; los ojos se abrillantaron; las gentes bailaron y la fuente bramó una  partitura de violines, flautas, trompas y trombones.  En el clímax del concierto, un chorro portentoso empapó a todos con líquido de alegría.  Las notas de la sinfonía del artilugio en caja de madera con foto de novia y hermana, atrajo más gentes del pueblo y las de otros pueblos cercanos.  Juntos cantaron, bailaron y celebraron, y cargaron en hombros al organillero mientras Izur, mojado y jubiloso decía: tengo agua, amo;  ya no tengo sed. El mono había aprendido a hablar.

 Nota del narrador: La hermana del organillero, de nombre Leopoldo, que aparece en la foto de frente en el organillo, se llamaría Carmen, estoy seguro.  Y la novia, Juana -por supuesto. Muchos años después, al nunca llegar a ser contratados por algún magnate de Hollywood, Leopoldo se suicidó.  Como esteta, lo hizo cumpliendo protocolos de elegancia: de smoking en la cama, había llamado a la recepción del hotel de provincias donde llegó solo a rumiar sus penas; la de haber escuchado de su novia joven el adiós definitivo por la delación del secreto, el remordimiento por haber inventado la picana eléctrica para torturar, y el fracaso de su experimento de lograr que un mono aprendiera a hablar. Nada de tiros sangrientos. Whiskey con cianuro, por supuesto, en vaso de cristal.   Izur, el mono parlante, deambuló durantedías cerca de la plaza sin comer los cacahuates que los transeúntes que le encontraban demacrado y lagañoso

-se había quedado sin lágrimas- le ofrecían.  Nunca tampoco volvió a tomar agua. Nadie volvió a escucharle decir palabra alguna.

 Mea culpa del autor, a propósito del Con-textos anterior, Ojos de Caracol. Jaime Córdova, me informan, no fue fundador de la agencia BBDO, aunque laboró allí años después.  Tampoco el creador del personaje de Cantalicio, que fue Gary Hoyt. Se debate aún si lanzaba o no como luego lo haría Kent Tekulve.  Lo de la rosa roja en mi cumpleaños 50 y la foto de la trinitaria color fucsia retratada frente al seto en la casa natal de Miguel Hernández en Orihuela, que Jaime me regaló en un aniversario de su muerte, ocurrió según contado.

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