Con-textos: Ojos de Caracol 

 

Por Reinaldo Pérez Ramírez/Especial para CLARIDAD

“Los sonidos se han enroscado y han echado para atrás sus ojos de caracol; la orquesta del mundo se ha alejado hasta desaparecer…”

Olga Tokarczuk

Los Errantes

Recién falleció Jaime Córdova Rodríguez, uno de los talentos creativos más notables de Puerto Rico.  Sobrevivió a sus contemporáneos cuates y cómplices, a saber:  Carlos Gallisá Bisbal, Genaro (Tuto) Marchand Rodríguez y Jorge Segarra Oliveros.  Amantes del beisbol, mantuvieron entre ellos una ácida amistosa competencia  -a veces con ribetes filosos-  sobre cuáles de ellos llegarían a “tirar” las 9 entradas, refiriéndose a si llegaban a los 90 años.  Solían bromear sobre quién despediría el duelo de cada cuál.  Ninguna de las dos cosas ocurrió. Aunque Jaime los sobrevivió a todos, nunca le tocó despedir duelo alguno.

Durante su juventud, esta cuarteta de estudiantes suplementaba sus respectivas precariedades económicas compitiendo en concursos del tipo de lo que hoy se llama

“trivia”.  Se celebraban en un lugar en Miramar, en Santurce -cerca de la calle Olimpo-  en el que había un pequeño teatro  -o más bien estudio-  que era parte de la estación WKAQ o WIAC -francamente no sé cuál-  en el edificio que hoy alberga los cines Fine Arts.  Por años, ambas estaciones se alternaron en el alquiler de ese local y otro en la Parada 18.  Justo al frente ubicaba el legendario Radio Bar, de Miguel Dueño, donde trabajó y cantó Ismael Rivera, punto obligado de la nocturnidad bohemia de la época.

Según me contó el profesor Demetrio Fernández hace algunos casos atrás, durante el concurso, los participantes se alternaban, ya que sus horarios de clase eran diferentes.  ‘El Conde de Capetillo’ era groupie de los “trivia phenoms”.

Un día en el que el participante era Carlos, éste intentó conseguir ayuda de sus cuates (el programa permitía una llamada de consulta) y a quien primero llamó fue a Jaime y luego a Jorge.  Al no conseguirlos, llamó a Tuto, quien siempre estaba disponible porque casi nunca iba a clases (aunque siempre rompía la curva al llegar las notas), el que contestó desde el teléfono de su casa en el Falansterio en Puerta de Tierra.  La pregunta:  ¿Cuál es el primer apellido en la guía telefónica?  Tuto, seguro de sí mismo, le dijo a Carlos:  “Abadía. No podemos perder.”

Carlos dio su respuesta.  El presentador  -no sé quién era;  ¿Fidel Cabrera? Averigüen-  contestó:

“¡incorrecto! … ¡La respuesta es Abad!”  (Abadía era la segunda).  No garantizo la veracidad de este relato, pero lo transmito como mi memoria recuerda me lo contó un testigo presencial.

Durante cincuenta y cinco años, Carlos le recordaría el incidente a Tuto, para provocarlo… “Si Jaime hubiese cogido el teléfono, hubiésemos ganado.”  A eso Tuto siempre contestaba:  “Y si mi abuela tuviera manubrios, sería una Schwinn”.

Jaime fue un apasionado del beisbol.  Estoy de memoria y no tengo el ánimo de gugulear ahora.  Pero creo que fue en el año 1956 cuando Jaime  –le llamaban ‘El Látigo’- tiraba a 3/4 y a medio brazo, y el “wind-up” chasqueaba, como cuando los tiempos de la esclavitud. Algunos que vieron a Jaime lanzar, hoy lo compararan con Kent Tekulve, sin la velocidad de éste.  Ese año Jaime llevó al equipo de Humacao de beisbol aficionado al campeonato de Puerto Rico, lo que lo catapultó al mundial de Beisbol en México, donde Puerto Rico ganó medalla de oro  -su única en esta competencia en este deporte-  y en la que ‘El Látigo’ terminó invicto como lanzador, con actuación dominante.  Al llegar a Puerto Rico fueron recibidos como héroes.

Jaime fue, además, fundador de una de las más importantes agencias de publicidad de Puerto Rico:  BBDO ( nada q ver con los corruptos de hoy).  Cuenta la leyenda  -la que Jaime siempre negó- que el fue el creador conceptual del personaje de Cantalicio, el mismo de los legendarios anuncios en caricaturas animadas de la cerveza Corona, la de Puerto Rico. Los más jóvenes no recordarán -pero nosotros sí- a Miguel Ángel Álvarez en su voice over‘ y la animación de su personaje niuyorrican de ‘Johnny el Men’, cuando perdía una mesa de billar con Cantalicio, quien habría metido todos las bolos luego de sorber de la botella de Corona que tenía servida.  La frase …“Men, esa cerveza tiene algo ‘special”, todavía resuena en la memoria de nosotros los mayores de 60 .

Jaime fué siempre un provocador. Por razones que desconozco -salvo sus columnas en Claridad  Jaime apenas publicó dos libros/crónicas/cuentos sobre béisbol y música popular -sus más intensas pasiones-  ya entre la sexta y la séptima entrada de su vida. Un último libro de poemas, El Orfebre Demente (2019), termina con uno de los mejores cuentos que he leído en el idioma español.  Casi nadie recuerda que Jaime también fue un artista plástico.  En el año 2011 ó 2012, exhibió en la Galería Guatbirí, en Rio Piedras. Como pintor, diría yo, era como era él: abstraccionista, y a mi juicio de diletante, como todo lo que hacía, de alta calidad.

Al rendirle homenaje a Jaime, quiero registrar la disciplina de la amistad que nunca se rompió entre tanto talento con nombre y espacio en la historia de Puerto Rico.  Sí; la práctica de la amistad conlleva disciplina. Si no, se resquebraja como el fino cristal de una copa de vino que se rompe, sea la última o la primera.

No puedo no compartir un par de vivencias con Jaime que lo definen.  Cuando cumplí 50 años, en una playa de Rio Grande, familia y amigos me sorprendieron en medio del dilema de Vieques y la Marina de guerra de los EU, un par de semanas después de que hubiésemos sido arrestados -Jaime, yo y otros, incluyendo a Carlos-  por “invadir» tierras viequenses.  Jaime me llamó excusándose porque no podría llegar a la celebración.  Pero a poco tiempo de llamarme, llegó solo caminando desde su apartamento  -alguna media hora a pie-  con una rosa roja en la mano que ceremoniosamente me entregó, como si para él yo fuese una novia nueva.  Nos sentamos frente a la espuma batiente de las olas y el rumor de la brisa; hablamos y hablamos. Sólo se tomó un par de vinos, pero escuchamos de lejos y de cerca la música. El tiempo no existía. Se fueron como vinieron, el tiempo y Jaime, no sin este último antes abrazarme y decirme … “no te me pierdas … nos falta mucho por hacer”. El tiempo aún no me abraza.  A él sí, hace unos días.

Años después, a finales de algún mes de marzo, me llamó un día de manera inesperada  -como solía hacer-  y me dijo: “tengo algo para ti” . Quedamos en vernos en Río Piedras, cerca de la Galería Guatbirí.  Allí me entregó un sobre.  Yo sabía que había recién regresado de un viaje a España.  Cuál no sería mi sorpresa. En el sobre había una foto de la casa natal de Miguel Hernandez, el poeta de Orihuela, cuya muerte se conmemora hoy precisamente cuando escribo estas letras, algo que obviamente Jaime recordaba.  Él sabía que Miguel Hernández era uno de mis favoritos.  Pero la razón puntual de la foto era que el seto del frente de esa casa donde vivió Miguel de niño estaba cubierto por una imponente trinitaria color fucsia  -mi planta favorita-  dato que no sé cómo Jaime recordaba.

En tiempos del Coronavirus, casualmente, el nombre de la Cerveza cuya marca le debe tanto a Jaime   -y que en un descuido adquirieron los mexicanos; los del limón a boca de botella que no entienden a su presidente ni a sus amuletos-  le hago un homenaje a un puertorriqueño de clase mundial.  Sé que en algún momento, cuando el tiempo le ofreció su último abrazo, su corazón siguió el ritmo acompasado de las olas del mar, el sonido del bullicio de la espuma y la música de la orquesta del mundo, alejándose en un pianíssimo, echando hacia atrás sus ojos de caracol.

Comentarios a: rei_perez_ramirez@yahoo.com

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