Con-textos Tratar de cambiar el Mundo

 

 

Por Reinaldo Pérez Ramírez/Especial para CLARIDAD

 

 

La historia del pensamiento humano es similar

 a las oscilaciones de un péndulo.

Luego de un largo periodo de sueño ocurre un despertar…

y se libera de las cadenas con que gobernantes,

magistrados y clérigos la han atado.
Piotr Kropotkin

 

La violencia justa en defensa propia no está dibujada a pincel.  Emerge de la profundidad con fuerza incontenible.  Las acometidas de energía humana que la impulsan no siempre pueden ser dirigidas como regimientos de infantería en lineal obediencia jerárquica.  Se equivoca quien aspira a mantenerlas dentro de la precisión y contorno de “lo correcto».

Quien así reacciona no alcanza a percatarse de la injusticia contra la que esa energía, agazapada durante años, se manifiesta. El espacio de minusvalía reiterada en vivencias, estrujada en rostros, tatuada en vidas, tarde o temprano habría de generar esa combustión explosiva que nadie podrá controlar sin convertirse en cómplice. Como era de esperarse, esa oleada de combustión social ya atenúa sus excesos.

Tiene que ver con el derecho a la defensa propia.  Cuando este se ejerce de manera masiva, silvestre, como un incendio en la llanura, el fondo urbano es lienzo.  La brocha es gorda, torpe, rudimentaria, casi como Pollock salpicando pintura roja color sangre en paredes grises, resaltando en fondos ocre angustias centenarias.  Invariablemente, ese rojo es de los que protestan defendiéndose.  Los cristales, fachadas, vestíbulos de empresas y bancos, no derraman sangre.

¿Acaso no hubo sangre antes?  Los pusilánimes, los mojigatos  -incluyendo algunos que padecen imbecilidad crónica-  olvidan las causas que originan ese tsunami humano tan justo como oportuno; tan necesario como explicable.

El mundo no es el que era ayer.  No sólo por causa de la pandemia.  La celeridad del cambio nutrió la desigualdad de manera silenciosa, apócrifa, letal.  El futuro ha llegado antes de tiempo.  Por eso, cuando escucho las críticas a «la violencia» cuyas “víctimas” han sido vitrinas, ventanillas de autos de policía, zafacones y cuarteles de “ley y orden», me obligo a reflexionar. Les invito a hacer lo propio.  A la hora de opinar, es imprescindible reparar en las vidas que antes tronchó el discrimen racial en los Estados Unidos y en otras partes del mundo.

Por supuesto, nadie desea que incendien o vandalicen Joe’s Pizza en el Bronx – negocio familiar- ni la tiendita minorista Mom & Pop, propiedad de tercera generación de familias inmigrantes que por azar malaventurado ubicaba en el paso de la corriente humana incontenible. Condenamos que ello ocurra.  Pero al hacerlo, tenemos el deber de poner las cosas en contexto.  La historia seguirá su hoja de ruta.  Ante ese hecho, debemos escoger: o nos quedamos de espectadores de pantalla y pixeles pontificando como dioses desde las gradas  -como si lo supiésemos todo-  o entendemos que el mundo cambió y la hora a la que se desplaza dicho cambio  -incluyendo sus excesos-  podría estar registrando mal que bien el inminente comienzo de un ejercicio de calibración de la balanza de la justicia.

Por eso, no hay que condenar a nadie.  Ni siquiera a quienes “saquean» tiendas, borrachos de libertad después de un encierro; después de siglos de abuso.  Ellos y sus ancestros nunca habían practicado el saqueo.  Son jóvenes.  Prefieren los liquor storesa las alhajas de la Quinta Avenida.  ¡Claro, allí había cervezas!

Mirémoslo desde esta perspectiva:  podrían ser o son nuestros hijos y nietos. O tal vez son los hijos y nietos de las mucamas que -con regularidad variable, según nuestros presupuestos-  asean nuestras casas y recogen nuestros regueros.  Cantando bachatas, llevan la basura hasta el contenedor de nuestras miserias de papel, plástico y cartón.  A veces nos cocinan y sacan a pasear nuestras mascotas.  O nos mantienen los patios y  -lo más increíble- ¡hasta desenredan los hilos del trimmer!  Hacen todo lo que no queremos hacer en nuestras suburbanas residencias con piscinas o sin ellas.

Puede ser que no estemos ni siquiera cerca de cambiar el mundo.  Pero tratar, tan sólo contribuir a tratar de hacerlo, nos coloca del lado humano de la empatía que aumentará las probabilidades de que el homo sapienssobreviva como especie.  Nos permite respirar un día más, lo que no podrán hacer George Floyd ni las centenares de miles de víctimas que aún no identifica la historia de la injusticia.

Comentarios a:rei_perez_ramirez@yahoo.com

Artículo anteriorBrasil un pacto democrático para detener el fascimo
Artículo siguienteEl gobierno no puede convertirse en un escollo para el deporte