Conversaciones sobre Padura

Por Laurie Garriga/Especial para En Rojo

Hace un año estaba, por primera vez, en una ciudad de Texas en medio de una especie de reunión en la que apenas conocía a dos o tres personas. Por costumbre y/o horror vacui entablé conversación con muchacho mexicano. No sé bien cómo o por qué la conversación terminó moviéndose hacía la obra del escritor cubano Leonardo Padura. Mi interlocutor, aunque había leído apenas uno o dos libros, presumía de su rechazo por la obra de Padura. Más que disgusto parecía una apasionada aversión, un enconado desdén. (Como me pasa a mí con el anís… pero no con los libros Padura).  

Me causó curiosidad su ensañamiento. El encono no era precisamente a la fórmula de la novela detectivesca, como pensé. Disfrutaba de las desventuras de Berloscarán Shayne por el estado mexicano y de la prolífica serie de Paco Ignacio Taibo. Había algo en la manera en que Leonardo Padura pintaba la capital de Cuba y las ruinas de Centro Habana que no compaginaban bien con él. Había descartado la obra del cubano en su totalidad por ser muy “simple” y poco realista.

Unos meses después estaba en Puerto Rico y, sin buscarlo (lo juro), un conocido comenzó a comentarme sobre la tetralogía policiaca de Mario Conde y su adaptación fílmica, a modo de miniserie, Cuatro estaciones en La Habana (producción española para Netflix). Este amigo, fanático a morir del autor cubano, se había disfrutado los capítulos –con todo y que estuvieron medio edulcorados y blanqueados para el gusto europeo. Se había leído recientemente uno de sus novelones históricos1 pero que le había parecido demasiada violenta, irreal y, probablemente Tarantinesca, la muerte de uno de los personajes al que se le había desboronado su casa encima.

La posibilidad de la pobreza, la violencia, las ruinas estructurales, la negligencia gubernamental y sus tentáculos, por distintas razones, le habían parecido inverosímiles a mis interlocutores. Pero la realidad telúrica y aquella al ras del suelo del país mexicano, de Cuba y de Puerto Rico afirman lo contrario. 

En un conversatorio reciente Padura hablaba sobre “la complejidad de la cultura compartida” en el continente latinoamericano. “Es una relación que se ha mantenido viva a pesar de distancias […] a pesar de malos entendidos, a pesar periodos históricos en los que fue más complicado mantener esa relación”. Las tensiones y distancias podían extenderse a los territorios de la política, pero, enfatizaba, “nunca en el territorio de la cultura”. Tampoco en la región de la destrucción, negligencia, pobreza, la brega y, en ciertos casos, la ceguera.

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