Crónicas 

 

PEREJIL

  1. Voy a una Zona Industrial a recoger mercancía. Antes, me detengo ante la caseta del guardia para identificarme, y decir cuál es mi motivo de mi visita allí. Ningún problema. Pero la guardia, que me dice: es que aunque tu nombre es en español el problema es que tú pareces árabe, no creo que puedas entrar. Vuelvo y le explico el motivo de estar allí, y le pregunto cuál es la razón válida para considerar el no dejarme entrar. Por la barba, me dice. Por la barba, le repito y la miro en silencio. Pasan unos segundos, no sé cuántos. Es una broma, me dice. Puedes pasar, me dice. Es en el Solo a la izquierda, me dice. Pienso en tantos que le han sido negada la entrada. A una casa. A un país. La circunferencia del planeta, dice Kant, nos da un derecho natural de entrada a cualquier lugar. La frontera existe como convención; contrato de paz, amistad, hospitalidad entre geografías. Se pasa de un país y se es recibido en otro desde el ejercicio de la hospitalidad. Un ejercicio que debe ser sin condición.
  2. En Ante la Ley de Kafka, un sujeto está ante una entrada. La custodia un guarda, que no cede a las súplicas, reconvenciones, sobornos de aquél que ansía cruzar la entrada. Es en el momento de su muerte que el guarda dice que esa puerta estuvo siempre para él, ese que muere, y que con su muerte ahora estará cerrada para siempre. Lo terrible de este cuento no es su final. Es la total ausencia de hospitalidad. Ante la Ley, ante la frontera de la Ley comparecen el uno y el otro. Uno desea entrar. El otro deviene la amenaza de ese deseo. Ante la Ley se puede devenir marrano, indocumentado, ilegal, invisible. La Ley reconoce aquellos que son (im)propios de los que no son. Pero incluso a los (im)propios les pende la espada de Damocles sobre su testa.
  3. Agamben recuerda, en los campos de concentración bajo la Alemania Nazi, la figura del «musselmann», del musulmán. El musulmán era aquel en el campo al que la muerte había tocado. Los demás se le apartaban, y en común concierto le dejaban a su suerte en la «Selektion» rumbo al gas, disparo en la nuca, horno crematorio. En la situación de excepción que era el campo de concentración (de acuerdo con el pensar kantiano la situación del campo colocaba a prisioneros y custodios por debajo del límite animal), el musulmán se convertía en la excepción de la excepción: el resto excepcional del resto común. El desperdicio.
  4. La invisibilidad del marrano, del ilegal. De aquellos que escapando a un conflicto, se encuentran de pronto con un guarda ante la puerta. Con un custodio de la Ley, que les amenaza su deseo. Sólo que a diferencia del guarda de Kafka, este no dice esta puerta estuvo siempre para tí, ahora la cierro. No. Para este guarda el marrano no tiene entrada. Punto. El musulmán queda fuera. Punto. El ilegal queda fuera. Punto. Lo (im)propio no tiene dispersión.
  5. Cuando la guarda me dijo «porque tienes barba», confieso que me sentí avergonzado. Como en el cuento de Kafka, pensé suplicar, pensé sobornar. Reconvenir. Como el musulmán en el campo de concentración, pensé en erguirme, aún cuando las fuerzas me faltaran, o la muerte habitara ya todo resquicio donde hubo un sujeto. O como el ilegal que sufre en silencio el abuso en donde está supuesta la mano hospitalaria. En Florida, EU ocurre el «Guat-bashing», que consiste de bandas que golpean y roban a los guatemaltecos que van a trabajar las cosechas de naranjas. En el mundo es mal momento para ser inmigrante. El peligro de un país comienza cuando se piensa en términos fundamentales, nos recuerda Levinas. El otro deviene entonces una constante amenaza, se describe hasta la obsesión su fisonomía, sus atributos. Se pretende conocer en profundo al peligro que lo (im)propio mismo ha señalado como tal.
  6. Porque tienes barba. Es broma, puedes pasar. Hey, judío, ven acá. Te voy a matar. Es broma. Dominicano, pareces haitiano. Di Perejil… oh oh, suenas a haitiano, te voy a matar. Es broma. Sirio, qué mierdas haces aquí? te voy a matar. Marrano. Musulmán. Ilegal. Es broma. Es broma.

Comedia(n)

  1. En un museo en Miami, Maurizio Cattelan fija una banana a la pared con duct tape. Cattelan llama a su obra «Comedian», y le fija un precio de 120 mil. Según una parte noticiosa, dos ediciones de la obra fueron vendidas. Un museo estaba en conversación para comprar una tercera.
  2. Tras días de controversias y largas filas para ver una banana sujetada a la pared con duct tape, otro artista — esta vez uno de performance — de nombre Daniel Datuna, llega hasta donde está la banana, la despega y la come, mientras comenta la admiración que siente por el arte de Cattelan. Datuna títula su performance «Hungry Artist». Una representante del coleccionista francés que pagó 120 mil por la obra le recrimina a Datuna: «But you’re not supposed to touch the art!». Datuna sonríe mientras burla la seguridad del museo. El museo celebra que la obra en cuestión sólo fue dañana parcialmente.
  3. Franz Kafka escribió un cuento titulado «Un artista del hambre». Un hombre, artista por más señas, se encierra en una jaula bajo un estricto ayuno. Su cuerpo es un canvas, el medio por el cual se testimonia una cruel estética sobre los estragos del hambre y la muerte que se avecina. Al principio una multitud le rodea, lo interroga y especula. El artista del hambre apenas soporta un cuerpo asediado por la falta de alimento, mas en su rostro se adivina una sonrisa. Dura muy poco. En cierto momento colocan una jaula al lado con una pantera adentro. La nueva jaula roba la atención total de la muchedumbre. El artista del hambre sucumbe en un total y lacónico olvido frente a la energía total que se irradia en la jaula próxima.
  4. En El artista del hambre, Kafka no evita cierta comicidad cruel en el tono del texto. Un artista hace de su hambre una estética, es suplantado por un animal harto reconocido por su arte en la depredación. Por más que eduquemos al cuerpo sobre el hambre, es el hambre misma la que nos subraya el animal que llevamos en silencio. La pantera es pantera, caza cuando tiene hambre, ataca cuando protege territorio. Lo humano, en cambio, es una constante domesticación fallida del cuerpo. Hay veces, como en el cuento de Kafka, que logramos elevar el hambre a la categoría de arte. Chiste cruel. Sublime.
  5. El lenguaje de lo sublime me parece que no aplica en una banana sujeta con duct tape a la pared. Menos interrogar por su aura (Benjamin). No hay un sublime. Tampoco un aura. Allí en esa pared no ocurre una singularidad, ese incómodo que irrumpe en lo serial. Pienso en el urinal de Duchamp, su idea del ready-made, el objeto banal vuelto arte. En esa pared asistimos al desnudo en su desierto Real. Un Black Hole, una masa ultra densa, con un pull gravitacional igual de intenso. Lo que está a su alrededor no escapa, y se deshace segùn se acerca al agujero. Hace rato nos estamos deshaciendo, esto no es de ahora. Pero quizá por vez primera sí estamos presenciando el final devastador, lo que está previo incluso al grado cero.
  6. La instalación de Comedian incluye un Cetrtificado de Autenticidad, y una cláusula que exige el reemplazo de la banana todas las veces que sea necesario. Existe una relación entre arte y violencia. Que Datuna haya devorado parcialmente la banana no hace mella alguna. Por violencia o descomposición, una banana sustituye a la otra: como al artista del hambre, una banana sustituye la otra. Una instalación donde la banana es serial, tal y como se reproduce el virus. En La Poética, Aristóteles subraya la carencia de poiesis en la comedia. No es un medio idóneo para dar cuenta de una hubris y su resolución. Datuna sonríe mientras devora la banana. Parece el mostrar de dientes de una pantera.

Este es el tiempo de la comedia.

— e.s. ortiz-gonzález

 

 

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