Cuando el apocalipsis no se llama SARS CoV-2

 

Por Arturo Massol Deyá/Especial para Claridad

 

Cuando el doctor Ramón Emeterio Betances anduvo entre Mayagüez y Las Marías curando a los enfermos de la tercera pandemia de cólera del Siglo XIX, ni siquiera se entendían las causas de la enfermedad y mucho menos existían pruebas de laboratorio para su diagnóstico. Aún así, su preparación como médico en Francia lo colocaba en una posición de avanzada para enfrentar esa y otras condiciones prevalentes de salud.

Sabemos sobre las plantas y animales desde nuestro propio origen como Homo sapiens 200,000 años atrás. Sin embargo, del mundo microbiano y su importancia en la fermentación de los vinos, el pan y los quesos o por su rol en la salud pública desconocíamos hasta hace relativamente poco. Para que tenga una idea, los españoles desembarcaron en nuestras islas, esclavizaron a los indígenas, importaron nuevas enfermedades al Caribe, se llevaron el oro de nuestros ríos, construyeron Caparra y San Germán, sembraron café en la Cordillera y aún nadie había reportado la existencia de un solo microorganismo en el mundo entero. Antes de eso, la pandemia de la Peste Bubónica mataría sobre 50 millones de personas sin nadie saber su causa. Ante la ausencia de conocimiento científico, se estipulaban explicaciones para aterrorizar y controlar a la población como cuando se afirmaba que era un castigo de Dios por desobedecer las normas de la Iglesia y del Estado. Ahora que sabemos que la bacteria Yersinia pestis es el agente causante de la enfermedad y que se dispersa el contagio principalmente a través de los roedores entendemos por qué los círculos de oración y arrodillarse en la esquina del cuarto no era suficiente para sanar de la enfermedad. Hoy día empacamos los alimentos diferente, tenemos alacenas, controlamos los ratones en lugar de comerlos y tenemos antibióticos para combatir enfermedades microbianas.

Sería en el 1667 cuando el holandés Anton Van Leeuwenhoek comunicó sus observaciones con un microscopio a la Academia Real de Londres. Se trataba del primer registro de lo que hoy conocemos como bacterias. Quizás alguien las vio antes, pero en la Ciencia, los avances de conocimiento se marcan con el récord escrito. Nada o muy poco pasó por largas décadas como con el estatus de Puerto Rico. Decían y todavía se repite que lo pequeño es poco importante, ‘simple’ o ‘insignificante’. Fue cuando la actividad económica francesa más importante del Siglo XIX enfrentó una crisis con sus vinos, que contrataron al químico Luis Pasteur. Piense a Jesucristo en la última cena y nadie saber cómo las uvas se convertían en vino. Igual sería por 1861 años más. Tras años de estudio, Pasteur describió que el azúcar de la uva era el sustrato que unas formas microscópicas utilizarían para fermentarlo a etanol en ausencia de oxígeno y que, de entrar aire en la etapa de almacenaje en la botella o en un barril, otras entidades microbianas oxidarían el etanol a ácido acético, avinagrando el producto de fermentación. Sí, dejar la botella de vino descorchado al aire provoca que, tiempo después, tenga vinagre (vino amargo).

Pasteur introduce entonces un paso final al proceso con calor previo al almacenaje y distribución, abriendo una nueva era en la cultura global de producción de vinos, cervezas, licores y otros productos de alto valor en el mercado. Este proceso térmico y sus variantes para la leche, jugos y quesos se conoce como pasteurización. Sus aportaciones científicas fueron muchas incluyendo ser uno de los precursores de la inmunización del ganado al patógeno Bacillus anthracis o sea, la vacunación. En este periodo histórico se origina la microbiología.

Un poco más tarde, el alemán Robert Koch establece la hipótesis del rol de los microorganismos como agentes patogénicos y causante de las enfermedades más letales de la época. En ese periodo se descubrieron los agentes responsables de la tuberculosis, cólera, difteria, fiebre escarlatina, pneumonía bacteriana, botulismo, tétano, entre muchas otras. Más tarde se descubrirían los virus y su rol parasítico en plantas y animales; el polio, viruela, influenza y la causa de la rabia fueron lentamente identificándose.

Una vez se conoce el agente causal de la enfermedad, con ese conocimiento científico, se identificaron las rutas de contagio, los reservorios del patógeno, se descubrieron agentes químicos para controlar las infecciones bacterianas como los antibióticos, se desarrollaron vacunas y se integró la ingeniería a las medidas de salud pública. Agua y alimentos eran las rutas principales de contagio por lo que la ingeniería de filtrar el agua y desinfectarla se convirtió en la mejor estrategia para prevenir contagios, así como tratar las aguas usadas antes de regresarlas al ambiente. Es más eficiente tener un sistema de potabilización, distribución, alcantarillado y tratamiento de aguas usadas que las consecuencias sobre la salud pública de no tenerlo. Por su parte, los avances para el manejo de los alimentos con mejores prácticas y política pública han probado ser exitosos, aunque no estamos exentos de enfrentar brotes de gastroenteritis bacteriana o norovirus ocasionales cuando los alimentos son mal procesados.

¿Qué significa esto en tiempos de COVID-19 [SARS CoV-2]? Nunca la Humanidad había tenido la oportunidad de enfrentar una nueva enfermedad con el conocimiento y los recursos que tenemos hoy. Esta enfermedad es -hoy por hoy- la más estudiada en el Planeta con la mayor disponibilidad de recursos y herramientas de trabajo y por mucho supera los tiempos de enfrentar el HIV, el cual ya ni se considera letal. Con el COVID-19, inmediatamente supimos que no se trataba de un castigo de Dios, conocemos su código genético completo, cómo sus proteínas reconocen ciertos receptores de las células humanas, tenemos pruebas de detección serológicas y moleculares, sabemos mucho de su contagio y sobrevivencia sobre superficies. También se exploran prácticas de tratamiento mientras muchos grupos compiten por el desarrollo de la primera vacuna utilizando estrategias mucho más sofisticadas que en los tiempos de Pasteur, como es la ingeniería reversa.

La microbiología no cumple aún 200 años de servicio, pero en poco tiempo su huella en la producción y conservación de alimentos, agricultura, salud, ambiente, energía y producción de medicamentos es enorme con un impacto económico mayor. El apocalipsis no es el virus, el ‘apocalipsis’ es la desigualdad y el sistema neoliberal que trata la salud pública como una empresa y negocio dejando a un lado su rol humanista, donde unos con recursos tienen acceso y otros no. El problema son los ventiladores y las órdenes de compra corruptas y engañosas, la ausencia de representación internacional de Puerto Rico tanto en los organismos como en los mercados internacionales, donde tendremos el último turno preferencial en la adquisición de estos recursos médicos. El problema es el acercamiento represivo del Estado a las víctimas ya castigadas de una pandemia en lugar de cumplir a cabalidad con medidas salubristas. Tenemos futuro y las soluciones a esta pandemia serán -en su momento- otra gran aportación del conocimiento científico a la Humanidad.

Esta columna se publica simultáneamente en 80grados y la Perla del Sur.

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