Será Otra Cosa: Cuando estés en el sur, Mauk

 

Por Mara Pastor

Desde que se levanta de la cama, lo que quiere es sentarse a dibujar sobre la piedra.
Mirar por la ventana sería agotador para un arquitecto, si un impulso hace girar mi cuello hacia lo imposible, constatarán que es una ventana de un primer piso, solitaria. Mas no lo haré- dice Cornelis. El ojo arquero del viajero quiere usar de venablo un diente para el pan de la repisa, mientras la mano izquierda comienza a acomodar los objetos que necesita para la faena.

Será como un bodegón íntimo, como un autorretrato, pero en vez de gravar sobre la piedra a este hombre de párpados trasojados- piensa, mientras se mira en el espejo- serán esas partes de mí que me asean las que me representen: las pequeñas partes de mí, por el todo.
Entonces saca del bolso del equipaje, la crema con la que humecta la callosidad de sus dedos, grasa y tinta en las rendijas de sus carnosidades agrietadas, acostumbradas al trazo de resquicios pétreos. Con un poco de nostalgia, coloca en la mesita el extracto de aceite de sándalo que le regaló Jetta antes de que marchase el tren aquella friísima mañana.
-Cuando estés en el sur, Mauk, este aceite disfrazará tu aroma de hombre blanco, y hará que los hombres de las tierras cálidas sientan al olerte que eres uno de ellos-

Eso y la estampilla de San Antonio eran igual a la herrumbre verde de sus ojos, lo que, a su vez, era igual al grabado que le hizo luego que recibió la carta – Perdí la esperanza simiente- e igual a su recuerdo o a la madera tallada acariciando con la mano derecha la flor marchita. En fin, la estampa de bordes cisurados era ella: si decimos que las cosas arrastran consigo una parte de nuestra memoria.
Una esquina alabeada confirmaba el manoseo del fetiche: posiblemente, viajó– Jetta, la estampa religiosa, su esposa por silogismo- en una de las ranuras del maletín de materiales o en el bolsillo de la chaqueta de corte clásico, con fragmentos de su frondosa barba matizando la superficie textil. Ahora la estampa descansa recostada del espejo de la habitación de huéspedes, y el artista debe seguir alineando las herramientas de su aseo, su mejor cara esa tarde calurosa. El peine de hebras de caballo y la peinilla descansan sobre el mueble de caoba, pequeño, de una sola gaveta, y entre la crema, el aceite y los rastrillos de mechones, coloca el vaso de cristal con el dentífrico y el cepillo de dientes.
Colgaba de un hilo una canasta de rejilla con una esponja de mar, para recordar cómo hacía espuma en el arco de su espalda. En ese instante se percata de que no tan sólo la habitación sahumada de olores arábigos, el fetiche y la esponja de mar son como Jetta, sino también el arco del callejón, las ventanas en arco del callejón, el arco de la ventana que da al callejón. Junto a la esponja dejan de ser arcos y son la cimbra de su espalda, una vez y otra.

Entonces, si mi cepillo de dientes se refleja en la perspectiva de ti que es todo lo que en el espejo se ve, es que quisiera besarte con aliento de menta- y se ríe – pero aquí como en la casa a orillas del acantilado que tanto te gusta, y en la que estás ahora tejiendo fanales por mi regreso, la cera no quema tu piel. En esto pensaba el pintor cuando se fijó en los querubincitos que le hacían cosquillas en los pies al niño en la estampita de San Antonio con esas ramitas que suelen dar las gitanas para embaucar a los viajeros, y volvió a pensar en los párpados tristes que tanto quería.
Como dice que por irme perdió la sémola que engendraba, tras la esquina torcida de la imagen se lee ORAZIONE a la inversa. Por algo me dijo «si te vas al sur, harás todos tus cuadros pensándome» – así siguió dibujando en el trozo de piedra hasta que calló la noche.

Diciembre, 2005.

Inspirado en la litografía de MCornelis Escher, «Still Life with Mirror»: marzo 1934

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