Cuatro rounds en la vida de Torpedo Joe (final)

 

Por Francisco Velázquez

3. La escopeta Remington

Regresé al hotel y llamé a mi casero que me hizo un cuento espeluznante. 

A las seis de la mañana leyó la nota mía y se asomó al balcón. Un Chrysler New Yorker negro estaba frente a su casa. Al ver la luz encendida, bajaron dos pájaros armados de pistola; todavia no amanecía. Agarró la escopeta cargada que tenía sujeta a un lado de la puerta.

Tocaron a la puerta y él les dijo que estaba abierta. Entraron.

Se dieron de frente con el casero blandiendo por delante una escopeta repetidora Remington.

–A quién buscan, porque no es a mí.

–A su inquilino.

–Levanten un poco las manos. Lean la nota que dejó.

–Pudo haberla escrito usted. Necesitamos registrar la casa. 

–No es mi letra pero los entiendo. Les digo esto: salgan y dejen sus armas en el mueble del balcón. Yo salgo y le hago compañía al chofer. Busquen todo lo que quieran.

Añadió: es eso o los mato a escopetazos aquí, en mi sala, a dos escaladores armados. Al primer escopetazo el chofer arranca.

Los escoltó al balcón, depositaron sus pistolas. Les hizo entrar. Recogió las armas y en cosa de minutos las desmontó y las colocó en un bolsetín de lona con zipper donde solía poner el periódico luego de leerlo por las mañanas.

 Retuvo cargadores y las balas. Cruzó la calle con la escopeta bajo el brazo, abrió la puerta trasera y colocó el bulto de lona en el asiento trasero. 

–Viejo, usted tiene cojones, le dijo el chofer. 

–No, los cojones los tienen ustedes. He tenido que dejar a dos pendejos registrarme la casa. ¿Usted se dejaría?

–Aleje, por favor el cañón de la escopeta. No me haga caso.

Al rato salieron con la nota. Se sorprendieron al no encontrar la armas. El chofer les hizo señas.

Se aproximaron mirando fijamente al viudo.

– Suban al auto.

–No encontramos nada ni a nadie. Tenemos una nota que dice que va para La Guardia.

—¿Letra suya? Preguntó el chofer.

–Sí, verificamos la letra del viejo y es diferente. Había una hoja de gastos desde que llegó aquí. La letra es similar a la nota.

–Suban al carro ya. Vámonos. Y lo que pasó que no salga de nosotros tres.

–Pero hay que darle cuentas a Luigi.

–Me refiero a que un viejo los desarmó, los hizo entrar a punta de escopeta y les desmanteló las armas que ahí están en ese saquito. Si eso se llega a conocer los desmontan a ustedes.

–¿Y tú, que hiciste? Le preguntó el más fastren.

–Yo solo soy el chofer. Le pedí de favor que desviara la escopeta. Consintió y le di las gracias.

Me disculpé por el contratiempo y me dijo que no pasaba nada, que se había divertido muchísimo, incluso pensó en vaciarle una goma al Chrysler de un escopetazo. 

De modo que me estaban esperando en Nueva York pero no entendí como dieron con mi dirección. Recordé la llamada Bobby Maina y en el tal Nick que contestó. Bobby Maina no me tenía tallas de maricón ni que metiera hombres en su casa que contestaran el teléfono. Eso fue, el tal Nick; seguro que pidió un registro de llamadas y averiguó el número y la dirección. Entonces llamó a la gente de Luigi en Nueva York que vinieron blandiendo pistolas a secuestrarme.

Fue cuando supe que Maina estaba muerto.

4. Traje crema Palm Beach

Me di de baja del hotel al día siguiente y tomé un vuelo con tres escalas hasta Isla Grande. Llegue por la noche. Subí a un City Taxi y fui directo a El Imparcial. 

Pasé a deportes y encontré a Quico Tejera, –ligas en las mangas y una visera verde– marcando con un lápiz rojo la primera edición. Se levantó para saludarme. 

–Acabo de llegar de Chicago, ¿has vuelto a ver a Maina?

–Lo mataron en su casa: lo mataron a golpes hace dos días. La Policía dice que fue con una cachiporra.

Me lo dijo así, a bocajarro, mirándome las manos. Recordé la conversación que tuvimos en la que le advertí que si veía a Maina lo iba a matar.

–Yo no estaba por todo esto.

–Te creo. Oí la catarata de pesetas y luego averigüé que llamabas de Connecticut, de un público. Deben haberlo matado tarde esa noche. La Policía te ha descartado pero igual quieren interrogarte, trasfondo, qué se yo. 

–¿Tú conoces a un tal Nick?

–El tipo que andaba con él la noche que lo vi en el Blue Moon. Es cobrador de Papito Lecaroz. Dicen que va y viene a Nueva York a cada rato. Se la pasa en el Bar Nairobi, aqui arriba en la San Justo. El negocio legal que le deja un dron de pesos a Papito… 

–O sea, que conoce el elemento… 

–Los préstamos grandes… él los entrega y los cobra: dicen que ha roto brazos de un puñetazo. La Policía lo dejó ir porque tenia coartada en lo del difunto Maina, a pesar que vino de Nueva York con él y desde entonces se les veía juntos todo el tiempo..

–¿Cuánto pesa?

–Como doscientas libras, seis dos, seis tres de alto. 

–¿Cómo bautizaron a ese maricón?

–Nick Santorum. Es boricua criado allá. En verdad se llama Nicomedes.

–Ese fue. Le dije taxativamente.

–Pasa que hay dos testigos, el barman y una mujer, telefonista ella, dicen que salieron a las diez del Bar Nairobi, que dejaron al barman en la catorce y siguieron la fiesta hasta La Conga, en la veintiséis hasta que cerraron. Y el barman no pesa cien libras. Me dijo.

–¿La policia verificó la coartada? Porque es una mierda. Atiéndeme, hablé con Maina a las dos de la madrugada del dia primero. Debe haberlo matado no más temprano de las tres por el cambio de horario.

–Lo último que supe es que el sargento Cantellops está rastreando dos llamadas del teléfono de Maina. 

–Una la hice yo, como te dije. Te apuesto a que la otra fue a Nueva York.

En eso me levanto para irme a mi casa y entra a la redacción Rufo Simounet, cronista policiaco nocturno. Me ve y dice,

–No te vayas Navarrete que tengo que hablar contigo.

Me despedí de Tejera y pase a una oficina privada que era la redacción policiaca. Estaba la radiocomunicación puesta y él le bajó el volumen.

–Te supongo enterado…

–Hable con él a las dos de la mañana desde…

–…Connecticut, me lo dijo Cantellops. La llamada que entró fue de una casa particular. El no sabe que fuiste tú. Estará averiguando eso mañana.

Me miro fijamente y me preguntó, 

–¿Y esta cola, de dónde viene?

–No sé. Un muchacho que peleó conmigo el el Garden se murió. Sospecho que estaba conectado. Maina no entendió que quien se tenía que tirar era yo y me insistió diez veces que era él quien se tiraría.

–¿Pero se tiró?

–Con el gancho que le metí se caía Trucutú. Conste que lo hice porque Maina me lo aconsejó. Bregar con esa gente de Nueva York no es fácil. Para empezar hay que hablar en inglés, en especial el de ellos y Maina nunca entendió. Y eso que se llevo a un primo suyo que vive por allá.

–Al primo lo sobaron antier mismo. Esta en el hospital, le molieron los dientes. Pero… tú sabes

Inglés.

–Llegué un poco tarde…

–Oye Navarrete, hay un dato que vi, no me lo contaron. El sargento me pidió que no tomara fotos de ese ángulo y retuviera la información, lo cual hice. Pero como tú eras casi familia del difunto—y te va a tocar enterrarlo—debo decirte que Maina estaba secuestrado en su casa. Tenia grilletes con candado. Podía ir al baño y deambular a paso de hormiga. El asesino estaba torturándolo.

Quedé estupefacto. Pregunté si encontraron la llave y me dijo que lo metieron en la nevera con todo y grillete.La llave no apareció por ningún lado. 

–¿No se les ocurrió cortarle los pies con una segueta?

–Cantellops se opuso. Dijo que no era digno.

–Decente, el sargento.

–Decente y puntilloso.

Rufo me advirtió que Nick vivía en la veinte en un apartamento interior y se la pasaba en casa de Lecaroz desde que llegó hace seis meses, y a quien supuestamente no lo conocía de nada: bueno, quizás de Nueva York cuando tiraba bolita durante la guerra. 

Encontré todo igual en mi casa. Hable con un par de vecinos que me dijeron que habían visto el mismo carro volteando por la calle y fijándose en mi casa. Le puse la batería al De Soto y arranco de una vez. Dormí con todas las luces encendidas a ver que pasaba.

A la mañana siguiente me puse las telas para dejarme ver y notar. Un traje crema Palm Beach y mocasines blanco y carmelita, ropa de chulito y uniforme de boxeador cualquier martes. Tomé un city taxi. Llegué a San Juan a las once.

Me saludaba la gente y yo les devolvía el saludo. Nadie me felicitó por el ultimo combate. Entré a un bar y vi a cuatro amigos amigos míos de los que patean aceras y saben lo que pasó y lo que pasará y quien ganó la primer carrera en el Oriental Park de La Habana media hora antes del post time.

Ordene dos rondas. Pregunté por el fin de año. 

Rocky Trompeta, que vive en los altos, me dijo que el Nairobi cerró a las diez y los patos y las marimachas se recogieron temprano. La cátedra de cronistas de la noche, Yonsito, Negrete y Tony Pontiac, coincidió en que todo el mundo estaba en el Hilton, el Esquife y en el Morocco o chichando en el motel que queda por iIsla Verde.

También explicaron que en vueltas por ahí hasta la ventiséis y barrio obrero buscando mujeres de las que le gusta la gasolina, notaron todo normal, igual que en diciembre del 1948. Los del perraje en lo de siempre, visitándose al anochecer y ya para las nueve metidos en sus casas, bebiendo ron, la radio puesta a todo volumen en el bailable de fin de año de WKAQ, compartiendo y bailando en la sala sobre el linóleo nuevo.

–Carajo, pero empezaba una década nueva.

–Y sigue la vieja miseria. Esas pendejadas son para los ricos, dijo Rocky.

Me contaron que La Conga estaba tan llena que los bomberos impidieron a la gente entrar desde las nueve de la noche. Había tres orquestas y se había rumorado que Daniel Santos tendría dos shows, a las diez y a la una. 

Daniel nunca llegó, estaba en La Habana. 

Terminaron los cuatro en casa de Catalina, en la Bouret arriba, donde había cinco muchachas para bailar y las cervezas eran a peso y ella las enfriaba en la nevera que estaba en una esquina de la sala. El piso era de loseta. Tenia un tocadiscos y ponían su música. Dos habitaciones al fondo estaban reservadas a tres dólares la media hora y Catalina llevaba la contabilidad con las chapitas de las cervezas que le entregaba a las muchachas y luego las redimía por un peso y medio.

En la siguiente semana Nick pasó varias veces al atardecer cuando estaba yo en el balcón de mi casa tomando el fresco. Andaba en un Ford coupé nuevo, azul claro. Reducía la marcha y me sonreía. Una tarde me hizo la seña universal de que me iba a cortar el pescuezo.

A la mañana siguiente fui a la ferretería de don Clemente y compre un tubo de acero y lo mandé a cortar a dieciocho pulgadas. Pedí otro pedazo a diez y un niple. El encargado me dijo que me conseguía una caja de cartuchos calibre 12.

–¿Para qué querría yo cartuchos?

–Para la escopeta casera que estás armando.

–Dale. Córtame otro pedazo de doce pulgadas. No le hagas rosca.

5. En el boxeo, igualito que en la vida.

Esa misma noche deje la escopeta cargada en la mesita de noche, agarré el tubo sin rosca y fui al bar Nairobi. 

Era tarde. El bar estaba vacío excepto por Nicky que hablaba con el barman. Había un cenicero con un cigarrillo encendido y la ceniza larga. Alguien había ido a mear. El barman levanto la vista y vio que me aproximaba. Nick torció el cuello y se sobresaltó. Hundió la derecha en la cintura a la vez que echo mano del cenicero de cristal de plomo con la izquierda.

Me moví detrás suyo a la izquierda y le metí un tubazo por el parietal. Se aturdió bastantemente y lanzó el cenicero. El barman se retiró al fondo de la barra mientras, con torpeza, Nick trataba de sacar la pistola de la cintura. Cuando lo logró, trasteó de manera torpe el seguro y le descargué otro tubazo que le rajo la cabeza y le hundió un poco el cráneo. Lo dejé y di un paso atrás.

Se escurrió del taburete, semi consciente pero sin soltar la pistola. Miré al barman y le dije, 

–Fue en defensa propia. Tu lo viste agarrar el cenicero y él no fuma. Saco la pistola como podrás ver, y viste. 

–¿Y qué hago Navarrete?

–llama al que está a en el baño y dile que entró un tipo a asaltar y este maricón se puso mejicano y le entró a tubazos. No mires tanto a la puerta que cambie el letrero a cerrado.

–Es que en el baño hay dos.

–pues sácalos por la puerta de servicio. Dile que hay un agente de de vicios y apuestas clandestinas.

–ahh, y no limpies nada. Llama a la policia y que manden una ambulancia. No te desvíes de la historia.

Llego el sargento Cantellops con dos policías y un equipo técnico.

–Ese hombre esta vivo. ¿Llamaron a la ambulancia?

En eso llegó la del dispensario.

–Fue defensa propia. Que fotografíen el cenicero y la pistola en la mano. Tuve que golpearlo.

Cantellops examino las heridas, tomaron las fotos y luego retuvo el arma, la cartera y las llaves del atropellado en un paño blanco que le trajo el barman.

–No digo ataque para cometer asesinato pero si acometimiento y agresión grave.

–Ni eso. 

–Con un tubo por la cabeza,,,supongo que tienes testigos.

–El barman.

–Jesus, ven acá. Parece que eres coartada muy seguidito. Recién antier te entrevisté.

Y tu, Navarrete, siéntate en aquella mesa en lo que le pregunto a Jesus que aconteció.

Obedecí y un guardia me custodió. Los dos enfermeros y hasta el chofer echaron mano para subirlo a la camilla y llevarlo a la ambulancia. Arrancaron para el municipal.

-Es golpe es compatible con lo que dice Jesus, cierto. Pero … ¿con un tubo?

–¿Y que querías Cantellops, que le diera con los puños y me matara? Yo vivo de mis manos y no las arriesgo. Además el me lleva sesenta libras y andaba armado y encima me tiró con un cenicero de cristal de plomo que pesa dos libras, suerte que lo esquivé.

–¿Cuantos tubazos le diste?

–Dos, para que respete a los hombres. Y no hay golpe en la parte trasera de la cabeza. Todo fue de frente.

–Pero hay premeditación. El tubo.

–Siempre ando por ahí con un tubo de 12 pulgadas por lo que te dije. Soy boxeador, no peleo al puño con nadie si no hay dinero de por medio.

–Vamos a contarle eso al fiscal. Creo que me jodiste el testigo estrella, comentó por lo bajo.

El fiscal de turno era Julito Casanova. No le decían Julito de cariño sino por lo enano. Estaba durmiendo en su oficina en Justicia esperando a que le reclamaran en alguna escena de crimen. Por eso Cantellops lo llamó desde el Nairobi, para que al menos se lavara la cara.

Nos recibió con jabón detrás de las orejas. Nos sentamos frente a su despacho. Le conté todo, desde el principio, sin dejar lapsos: la pelea, el asunto del camerino, mi huida, la llamada a Tejera y la llamada a Maina de casa del casero. El hombre pasando por casa y haciéndome gestos de que me iba a involucionar.

–Debió haber llamado a la Policía.

–Uno tiene su honor, señor fiscal. Yo me gano la vida boxeando y no se ve bien quejarme que un hombre me ronda la casa y me amenaza. 

–Pero tomó la justicia en sus manos.

–El mató a Maina, al interprete lo dejaron sin dientes. él recibió instrucciones de seguir los pasos de mi manager. Venía a por mí.

–¿Y usted infiere que el mató a Maina porque se le vio con él cuatro o cinco días? 

–Cuando llame en la madrugada del primero el levanto el teléfono y dijo, Nick. Luego despertó a Maina. 

Cantellops asintió a lo dicho por mí y las porciones que él había verificado.

 Entonces tercio: de cualquier modo pudo haberse marchado después sin hacerle nada a Maina. A lo mejor estaban de tragos en su casa. Era el treintiuno. 

–Yo pensé que estaba en La Conga, sonreí.

–No lo dejaron entrar, estaba muy lleno.Eso lo admitió después, Andaba con una mujer y siguieron de rolo por ahí.

–Flojísimo el cuento, ¿El de la puerta lo recuerda?

–No.

–Doscientas diez libras y seis con tres y no lo recuerdan, ay no me jodan.

–Aguante la lengua, interrumpió el fiscal.

–Miren, es tarde. Estoy cansado. Se que el expediente no me favorece pero aclaré mi situación de esta noche.Testigo y evidencia material. Al que no le ha llegado la justicia es al pobre Maina 

Hice silencio. El fiscal se aclaró la garganta y parecía que diría algo pero al final no dijo nada. Entonces me la jugué.

–Les propongo ir a la morgue, abrir la gaveta de Maina y tratar esa llave negra que está en el llavero de Nick. 

Quedaron de una pieza. Se miraron el uno al otro.

–¿Insertarla donde? Preguntó el fiscal.

–Donde estimen conveniente. Seguro que el no se quejará. Pero ustedes saben a qué me refiero.

Hubo que despertar al encargado que olía a ron y confundió muertos. El fiscal se lo dejó pasar. Eso sí, lo trató con petulancia porque él dormía en el trabajo por vago, no por borrachón. Al cabo dimos con el de Maina. Me dio mucha pena verlo así descalzo con su comprobante colgado al dedo gordo. 

Cantellops ensayó la llave: abrió como si estuviera aceitada.

En el boxeo igualito que en la vida hay que atacar siempre. Si estas en problemas no te pongas a bailar alrededor de tu oponente porque el sabe que te dejo mal y le cogiste miedo a ese golpe. Al contrario, cuando te pongan en dificultades ataca a lo que se joda. Las probabilidades de que te noquee son pobres y aunque tu no lo acuestes en la lona, la iniciativa, el valor que eso requiere, es apreciado por los jueces y queda en el corazón de la afición. Se llama asumirse, vencer el miedo. Es el gesto separa a los profesionales de los aficionados.

En la vida funciona igual, tienes un problema gordo con alguien y ni discutas ni amenaces. Ve a por él y reviéntalo. Entonces, búscate un abogado.

Llevaba huyendo casi diez días lo que era contrario a mi disciplina de avanzar y atacar. que si conseguir trabajo por allá, no volver al país ni siquiera volver a Nueva York; ese no era yo. Tenía que sacudirme lo pendejo de encima.

El fiscal se reunió a puerta cerrada con Cantellops, que era subjefe de Homicidios. Interrogaron a Jesus y hasta amenazaron con meterlo preso pero este se quedo tal cual en su versión. Luego el fiscal sometió el caso por Acometimiento y Agresión Grave, que era un cargo menor al de intento para cometer asesinato. El honorable me señaló fianza y ordenó una vista preliminar en mes y medio. Recordé haber visto al juez en el ringside de algunas peleas mías en el Victory. Salí del juzgado al amanecer. Compré El Imparcial y no había publicado una línea. Vi la mano de Papito en eso.

Al tercer día, Papito Lecaroz me hizo un acercamiento para que tomara la plaza de Nicky, el que rompía brazos de un puñetazo y ahora había que meterle la lengua dentro de la boca cada cinco minutos. Decliné con cortesía. Hablamos en el Nilo un rato. Fue él quien se acercó a mi mesa.

–Navarrete, el señor que no mencionaremos puede enviar a otro a buscarte. La muerte de su golden boy le ha golpeado duro, me lo confesó por teléfono.

–Otro boricua será difícil. El cuento, me han dicho, está regado por allá, Si manda un Guido lo huelo de aquí a isla grande. No temo. Usted y yo estamos bien ¿no?

–Si que lo estamos. Buena suerte.

Pensé en todo eso y concluí; que se joda…

6. Torpedo Joe no consigue peleas.

Pasé por el correo. Maina me había dejado un dinero en un sobre, el cheque que había ganado en la pelea. Por el matasellos noté que hacía días que estaba en la casilla. Me sobrecogí al ver su letra. Eran cinco mil dólares. Abone a mi cuenta en el banco y con los ahorros del correo le hice un entierro regio donde fue la cátedra deportiva, boxeadores, gente de la Comisión y los buscavidas de oficio. 

Después de darle tierra a Maina me fui a mi casa y me lié quince asaltos con media botella de Buchanan. En esas estaba cuando llegó Rufo Simounet. 

–Tengo que hablar contigo.

–Sube. Ve a La cocina y busca un vaso.

Regreso con el vaso y se sentó en el mecedor al lado mio.

–Tu dirás….

–Debes ir mas a misa, prender velones…

–¿Y eso?

–Le entraste a tubazos al que no era.

–No jodas…

–A Maina lo mató un zurdo, me lo dijo Cantellops. Saltado de la sangre, dirección de los golpes, posición del difunto. Tú sabes, esas cosas que averiguan los detectives. Nick no fue.

–Pero tenia la llave de los grilletes.

–No solo eso sino que había además la huella de su pulgar derecho en los grilletes. Pero eso no prueba el asesinato. Secuestro sí.

–Yo no estaba por todo esto, si lo dices por mí que privilegio la zurda.

–Eso está claro. No eres el único zurdo en San Juan.

–Dime una cosa, ¿a cuenta de qué el asunto De la Iglesia y los velones?

–Apareció un testigo que identifica al segundo hombre en la escena.

–¿Por qué no hablo antes?

–Por temor a Nick, pero como lo moliste se siente más seguro.

–Aguanta ahí. ¿Tú me quieres decir que fue Papito?

–Es zurdo…

–Y diez porciento de la población también.

–Pero ninguno dejo una huella dactilar en el grillete.

–Era de Nick.

–Había dos, casualmente dos pulgares derechos.

Permanecí en silencio un rato. Refresqué el trago. 

 –…y aunque el nuevo testigo declare en corte sobre lo que vio, un buen abogado hace pajas con el testimonio. Cualquiera sale de una casa en la madrugada del primero con un traje manchado y no se desprende ni se entiende que cometió un asesinato. Aunque sea zurdo… 

–Es de circunstancia, no es ocular. Entiendo…

–Nick está mejorando, es lo que supe, Lo operaron la misma noche y le aliviaron las presiones en el cerebro. Habla poco pero es coherente. Le dijo al sargento que el maceteo fue un sueño. Por eso te mencioné los velones y comprarle una misas de a tres pesos. Si se muere en el hospital te jodes. 

Se puso de pie, apuró el whiskey que le quedaba y se marchó.

Debe haber sido el whiskey o el cuento de las misas y los velones pero me llegó la claridad a la mente. Si Papito mató a Maina le puse al testigo ocular en bandeja de plata. Aunque el nuevo testigo lo pone en casa de Maina, Nick, en salud, le pone el mazo o la cachiporra en la mano y es posible que negocie algo y no le sometan cargos a cambio de su testimonio.

De modo que al promover su muerte en el hospital, elimina al único testigo ocular y yo voy preso y no por acometimiento y agresión sino por asesinato. El queda requetebién con don Luigi porque una perpetua en La Princesa aquí es peor que un balazo en la frente.

Contraté un abogado que me recomendaron porque era bastante zafio en el tribunal. Me dijo que podía postergar la vista un mes adicional con la misma fianza. No me cobró muy caro. Visitó a Nick para llegar a un acuerdo. Este aún no caminaba pero entendía todo a la perfección. Eran puntuales y rigurosos en su cuido, me contó el abogado. Yo veía la mano de Cantellops en esto. 

Fue una recuperación asombrosa. Hombre fuerte con una cabeza como caja de caudales. A las siete semanas estaba en pie aunque con jaquecas. Faltaba una semana para la vista mía y Cantellops pasó por mi casa. Me sobresalté porque pensé lo peor. Me dijo que me calmara, que iba a plantearle al fiscal una inmunidad para Nick en el caso de secuestro y asesinato a cambio de que señalara a Papito Lecaroz como autor.

–Es posible que hasta desista de los cargos contra ti. Tú estate tranquilo que esto se resuelve en el tribunal. 

Me lo dijo así tan carifresco, haciéndose el nuevo, cuando era la estrategia que tenía desde un principio hasta que la entorpecí.

Y así aconteció. Nick declaró ante el fiscal y una dactilógrafa en el hospital, con pausas porque se fatigaba, al decir de mi abogado. La noche anterior dos policías de paisano habían arrestado a un hombre vestido de enfermero que traía una hipodérmica con una toxina en el émbolo. 

No bien se supo lo de la declaración y el arresto del supuesto enfermero, –que para mí fue un montaje del sargento– Papito vio que estaba 50-1 para salir bien del embrollo. Ni San Judas lo sacaba absuelto.

Dicen que cuando fueron a arrestarlo se salteó los sesos de un balazo. 

Nick mostró desinterés llevarme a juicio por la agresión de la que fue objeto. Cantellops me aconsejó,

–Vete lejos. Se hizo justicia.

Pero me quedé a cuidar a Nick. 

Tuvimos un encuentro vacilante en Josephs, una cafetería en Santurce. Me reconoció y se puso un poco nervioso, cosa natural. Le pedí que me disculpara, que me había equivocado pero ya eso no importaba. Le entregué un sobre con cinco mil dólares, la mitad de mi caudal, para que se fuera a Santo Domingo y montara un negocio y se recogiera a buen vivir. 

–Tengo gente hablada que te van a cuidar las espaldas. Dejaste muchos brazos rotos por ahí. Pero nada pasa, tan pronto puedas, di por ahí que te vas a La Habana a un sanatorio y te mudas a Santo Domingo. Con esa platita puedes ir tirando,

Se removió las gafas oscuras y me miró fijamente. Me dio las gracias y me extendió la mano. La apretó fuerte.

–Tenía a dios dormido en mi cabeza. Tú lo despertaste, por eso dije la verdad. 

Le vigilé la rutina a distancia por un mes. Iba a diario a un terapista en la calle Condado. Caminaba mas erguido aunque con una inclinación a a babor de tres grados, quizás por la costumbre de andar con pistolas pesadas en el sobaco izquierdo. Noté que había repuesto peso pero mostraba cautela al ver mucha gente, como a la salida del Paramount o del hipódromo. 

A veces me alcanzaba a ver y me saludaba con la mano. Una mañana lo vi salir de su casa con una maleta, vestido de viaje. 

Había llovido a la madrugada. En la esquina de la calle Duffaut había un charco. Lo saltó sin titubear. 

Luego no lo vi más.

A partir de entonces, mi vida fue totalmente distinta a la anterior. Busqué y no conseguí un manager que se interesara por mí. Los demás boxeadores me rehuían como las putas a los sermones. Ni siquiera me querían de chata de a diez pesos por cuatro asaltos. Mi carrera se fue al carajo. 

Ni en las clandestinas me querían. 

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