Cucaracha americana y otras variantes de la cercanía

 

 

Especial para En Rojo

Nunca es tan imprecisa la gestión del arte como cuando intenta contener la piel de los afectos. Más allá de una textura, al margen de toda posibilidad o encuentro, las vivencias siempre se transforman. Como cuerpos que nacen unos de los otros, prestidigitan sus formas hasta perpetuar el asombro. Con esta apertura discursiva, el texto Cucaracha americana, (Ediciones del Flamboyán, 2020) primera publicación de la escritora Ana Nadal Quirós, encumbra la vitalidad que sobrepasa los límites de la escritura y ofrece un inventario de experiencias que, si bien atañe al simbolismo de una generación, permite la identificación de todos los lectores. Pues, como suele ocurrir con los títulos de aura kafkiana, se insta a la transformación de una perspectiva.

De todas las virtudes que evidencian los dieciséis relatos del texto, sobresalen la síntesis y la ironía. En ese contrapunto, la autora plasma la incertidumbre delante de los grandes proyectos de la adultez: la familia, los estudios, el trabajo. Con ello, emerge la convocatoria de una vitalidad más auténtica: el silencio, el amor, la huida. Esa “mejor versión de uno mismo”, que no es la que “suelen aconsejar los amigos”, como sucede en el cuento “El representante”, retrato de un guionista frustrado que diluye su caracterización bajo la sombra de Nick Cave y las argucias de su propia cobardía: “y no estaba mintiendo, solo que en el contexto en el que lo decía, parecía más un nostálgico de los roadtrips iniciáticos que un miedoso incurable obligado a viajar en avión.”

El quiebre de conjuntos ideológicos en la narrativa de Nadal Quirós resulta en una exploración lúdica de la cotidianidad y su trascendencia. De ahí que la niñez supone un espacio inagotable de discusión, más allá de ser una mirada en retrospectiva. Ante todo, expone el carácter siempre vigente de la transformación; la potencialidad que renueva las vías de interpretación y referencialidad del mundo: “Lo que aconteció no se sabe a ciencia cierta, pero siempre quedan los rumores.” Así, los personajes de estos cuentos no resisten la vulnerabilidad y proyectan su intención, tan loable, de rendirse. Con cada protagonista, el personaje de “los otros” es una extensión de la búsqueda, el paisaje que diluye el mito de la individualidad y el optimismo tiránico de los tiempos que corren: “No te asustes si escuchas un tiroteo, es normal”.

La percepción es equívoca y se despliega en el texto como un bildungsroman invertido donde no es posible adecuarse. Por ello, los personajes también encarnan identidades fluidas que permiten apreciar el diálogo con narrativas contemporáneas, como son las cuentísticas de Luis Negrón y Ana Lydia Vega, perfiladas en el prólogo de Jimena Gamba; sumado a referencias de otras tradiciones discursivas como es la experimentación de Augusto Monterroso, a quien se alude directamente en uno de los cuentos. Sin duda, más allá de la temática del viaje y otras exploraciones estéticas, se trata de un libro muy puertorriqueño, si es que fuera posible hablar de gradaciones identitarias. Ello, en respuesta a una creciente tonalidad picaresca de la narrativa, como es, por ejemplo, la caracterización antiheroica en los cuentos de Cezanne Cardona, la exploración del cuerpo en la narrativa de Vanessa Vilches y la exposición de un nuevo proyecto discursivo para la diversidad en medio de la crisis, como se ve en la crónica de Xavier Valcárcel: Aterrizar no es regreso (Ediciones Alayubia, 2019). Del mismo modo, atisba lo que podría considerarse un leit motiv de la poesía más reciente:   la insatisfacción como resistencia, presente en autores como Cindy Jiménez Vera, Anthony Hernández, Gegman Lee Ríos, entre muchos otros.   En este sentido, llama la atención cómo, si bien desborda el pesimismo y la descreencia de los discursos tradicionales de la superación, sobresale también un interés por reivindicar su nivel lúdico y celebrar los ritos de la cultura popular como en las propuestas de Ivelisse Álvarez (La tomadora de Soda, Ediciones Aguadulce, 2018) y Mariela Pabón (Check-in Mela). El cuento “The Queen of the Jungle” narra cómo: “El cable tv, en aquellos días, era nuestro santo grial.”

Precisamente, a tono con estas propuestas, el texto de Nadal Quirós no se limita a un contexto o discurso particular, pues se enriquece de la experiencia individual que le infunde su autora y se amplía en la afirmación de un entorno heterogéneo y cambiante, matizado por la inmediatez virtual y el, cada vez más tempestivo, paisaje de la isla. Sobre este particular, el relato que da título al texto recrea, a manera de cierre, la vehemencia de una territorialidad caribeña que transforma la vida cotidiana en rituales de supervivencia. El huracán María es esa violencia sostenida que rememora los miedos de la infancia y su inventario de primeras veces, con los que se desdibujan los límites del trauma y la sorpresa. La niña que ve morir una gallina, el preadolescente que despierta en la búsqueda de algún propósito, la extranjera que descubre la fragilidad de los estereotipos en su cuerpo y la sexualidad irreverente, son lugares comunes a la exploración de ese carácter opresivo del entorno social que amenaza la libertad y la experiencia vital auténtica. La intemperie que construyen los hábitos dialoga con el detrimento del paisaje para dar constancia de la incompletud y la movilidad de los recuerdos. “Ni tú ni yo somos iguales al resto. Larguémonos, dejemos esta charca apestosa y montemos un negocio, metámonos en política, seamos artistas, de lo que sea, cantantes, bailarines…”

Como eje estructurador del libro sobresale el gesto de la mirada. Porosa y plurivalente, se impone a la incertidumbre y los mitos de la felicidad. En las últimas páginas, por ejemplo, Lucía vislumbra “una pequeña sombra negra que se había deslizado bajo sus pies” y acto seguido, la foto que ella había tomado poco antes de que Félix fuera aplastado por el transformador del poste, se hizo viral. Como estas, abundan las imágenes a destiempo de las voluntades; ese rastro ineludible de la contemporaneidad que, como dice Julio Ortega, hace anacrónico cualquier intento de apalabrar su efervescencia. A cambio, se convocan otras vías de la referencialidad. En este sentido, las ilustraciones de Mya Pagán ofrecen un acompañamiento puntual a las inquietudes discursivas que se vienen dirimiendo con mayor énfasis desde hace algún tiempo. ¿Cuál es el alcance del lenguaje? ¿Cuáles son sus derroteros al margen de la realidad y de las páginas? ¿Cuál es el lugar de la escritura en el tiempo de los perfiles distorsionados?

 Cucaracha americana no se instala en variedades específicas de la narrativa. Pues, resulta evidente un cuestionamiento que rebasa la diégesis de los relatos y lleva a los lectores por vías de su propia identificación. La mirada de los personajes es el recorrido de una época y también de un desencuentro ideológico.   La prosa de Nadal Quirós evidencia así el sitial de quienes pierden el rumbo. No ya para entender razones o consagrar algún camino, sino como el registro de un pacto vital y estético cuyo único estandarte es la autenticidad. Con gran destreza, el libro fusiona el humor, la ironía y lo escatológico, con otros recursos, donde pueden rastrearse agudas reflexiones ontológicas: “¿te acuerdas de tu nombre?”, sobresale como primera línea de uno de los cuentos.

El encuadre de un contexto que abarca los tempranos noventa y la actualidad, funge como trasfondo de la imprecisión y la búsqueda de los personajes. A la manera de una red social, son más los espejismos que las conexiones. ¿Es cierto que la realidad supera lo ficticio? ¿A qué lugar pertenece lo que no puede percibirse?: “Los huevos de cucaracha americana eclosionan aproximadamente en dos meses.” Convocados por la incertidumbre y la búsqueda, es imposible acercarse a estos personajes y no acompañarlos en el pacto de su intimidad subversiva. Después de todo, como sugiere el relato “Pillow talk”, nada es tan cercano como parece. En el fragor de la vida cotidiana y en el delirio de su trascendencia, “cada uno pone su alarma, se dan la espalda y apagan la luz.”

 

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