Daniel Lind-Ramos El MAC en el Barrio y la máscara del Viejo de Loíza

Lowell Fiet / En Rojo

 

Al momento uno se descubre dentro de una zona de creatividad privilegiada. Hay tambores, máscaras, vestidos, actores y bailarines, ensamblajes majestuosos de objetos ambientales y domésticos, la comida única del mismo barrio y los cuentos de los residente-participantes para tejer cada pedazo de experiencia en una tela diversa, compleja, abierta y a la vez estéticamente terminada.

Este encuentro compartido de arte comunitario se realizó en el sector Colobó de Medianía Alta del Municipio de Loíza en la Carr. 187, esquina Camino Jiera, donde el reconocido artista plástico loiceño Daniel Lind-Ramos ha renovado su antigua casa familiar como un espacio de galería, performance y encuentro. Se estrenó con “La ruta del pregonero” para rememorar la tradición culinaria de Colobó y Las Carreras, sus pregoneros y cocineras, a través de máscaras, tambores, baile, ensamblajes del artista y comida típica loiceña. Fue el primer evento de De Loíza a la Loíza, una comisión artística del programa “El MAC en el Barrio” del Museo de Arte Contemporáneo. En su totalidad el proyecto revive la textura cultural, familiar y culinaria que corre entre los sectores de Loíza y la comunidad de San Mateo de Cangrejos de Santurce (y sigue el 11 de enero en Piñones y el 24 de enero en el patio de MAC en Santurce).

El uso de “zona de creatividad privilegiada” no se refiere a élites, nociones de status social, niveles de ingreso y educación u oficialidad. El auspicio del programa de El Museo en el Barrio del Museo de Arte Contemporáneo presta las herramientas de organización e infraestructura cívica a actividades artísticas y culturales ya en existencia para resaltarles para el beneficio tanto de las mismas comunidades como para la participación y el aprecio de un público más amplio. Colobó y Las Carreras han sido por generaciones “una zona de creatividad privilegiada”.

La colaboración de Lind-Ramos y el MAC da un enfoque que refuerza la memoria generacional, especificidad táctil y riqueza cultural de sus tradiciones creativas.

El trabajo de Daniel Lind-Ramos como pintor, artista de asombrosos ensamblajes de objetos orgánicos y cotidianos y productor de videos ha recibido amplio reconocimiento a través de los últimos treinta años. Sus grandes lienzos de aceite y de carbón reinventan y celebran la epopeya mítica y también real de Loíza y su población afro-boricua dentro de la historia puertorriqueña de los últimos tres siglos. Ese papel ya ha asumido nuevos significados en las preñadas particularidades plásticas de sus grandes ensamblajes.

Más reciente, la recepción crítica estelar que tres de sus ensamblajes loiceños recibió en la Bienal de 2019 del Museo Whitney en Nueva York, transforma su espacio de movilidad artística tanto local como internacionalmente. No obstante, su taller ha quedado en el mismo sector Colobó y durante su carrera artística siempre ha compartido sus éxitos con la comunidad. La reconstrucción de la casa familiar en la Carr. 187, esquina Camino Jiera, da evidencia de su cercanía a su crianza y su vida como adulto en el mismo barrio. Su taller de décadas queda a dos cuadras de la casa-galería que ha restaurado con mano de obra suya y local durante los últimos cuatro años.

Lind-Ramos también mantiene una presencia durante las Fiestas de Santiago Apóstol. Vestido de Viejo, con una máscara de cartón de su propia confección, frecuentemente aparece en la Carr. 187 en Colobó. De ahí sigue la procesión del Santo hasta el punto en Las Carreras donde el mosaico creado por él sirve de memoria en el lugar del antiguo árbol de corcho, donde la leyenda dice que los pescadores encontraron el santo de palo Santiago Apóstol (hoy Santiago de los Niños). Al igual que los Vejigantes de coco, esas máscaras de cartón forman parte de la memoria visual permanente de las Fiestas de Loíza.

“La ruta del pregonero” es un homenaje a la tradición culinaria loiceña, especialmente de Colobó y Las Carreras. Sin embargo, para mí el evento también sirve como una celebración del personaje del Viejo, el personaje que Lind-Ramos actúa en las procesiones de Santiago Apóstol. Siempre ha expresado que la máscara del Viejo ofrece más libertad creativa que las de los otros personajes porque es menos fija y por eso más abierta y flexible.

Casi como un preámbulo al evento principal, Lind-Ramos ofrece al público el performance de una galería de seis máscaras y personajes diferentes, cinco de cartón y otra de metal.  Es una celebración del Viejo (o “Loco”) como personaje de las procesiones de Santiago Apóstol, que en años reciente ha perdido algo de la presencia que tuvo anteriormente. También este personaje muestra raíces africanas y universales: Locos/Locas salvajes/silvestres aparecen en casi cada tradición de máscaras ancestrales (“Spirit Masks”): africana, pre-cristiana europea, indígena americana, pacífica y asiática. El uso de cartón común responde a especificidades locales, pero también presta las características de espontaneidad, innovación y naturaleza efímera. Y en la tradición loiceña, el Loco también puede ser músico.

Por eso, Marcos Peñaloza pone el viejo chaquetón, la máscara de cartón y el sombrero antes de tocar su barril en el medio de la calle para llamar la procesión de los demás personajes enmascarados: la cocinera, el segundo tamborero, el pescador, el tumbador de cocos y la rayadora de yuca. Cada uno tiene su máscara, su vestido y su manera de moverse. Una vez encontrados en el patio de la casa, los tambores siguen tocando y entra entonces una bella bailarina con lanza y tambor y al momento hemos entrado en la herencia específica de ancestros africanos como la raíz principal de la creatividad artística y culinaria de la zona privilegiada que ocupamos.

Ya Marcos dejó su papel de Viejo tamborero para asumir uno nuevo como el moderador del homenaje culinario y los discursos sobre los pregoneros, las cocineras y sus rutas desde Colobó hacia el pueblo de Loíza y desde allá a Piñones y San Mateo de Cangrejos. Mientras tanto, cocinaron en el fogón al lado del público y sirvieron los platos a todo el mundo sentado en mesas debajo de carpas blancas.

Para desayuno habían puesto café y tortillas de yuca y ahora siguieron con un rico almuerzo que comenzó con alcapurrias de jueyes, entonces empanadas de jueyes, arroz con jueyes, arroz con bacalao, arroz con coco (perdí la parte de los dulces por tener que llegar a Ceiba a tiempo para mi regreso a Vieques), etc. Cada plato conllevaba su voz narrativa –voces de Loíza y las de Santurce– sobre los ingredientes, la preparación, la venta y la inserción del plato dentro de la historia y cultura loiceña.

Esta zona privilegiada sale de una tradición que ha sobrevivido por siglos y de la labor de un junte de trabajadores y artistas locales que nos permiten “compartir una experiencia” y de ser parte de un encuentro de arte comunitario, de un performance informal hecho dentro de la comunidad y no impuesto desde afuera. Gracias a todos los participantes y los demás que ayudaron, a Daniel, y a Marianne y Marina del MAC por la invitación para reunirnos en ese espacio de privilegio.

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