¿Dónde el grillo tiene la manteca?

Carmen Cila Rodríguez*

Las antenitas

(o cómo entendemos lo del grillo)

A estas fechas mis padres José y Blanca llevan más de 55 años de matrimonio. Procrearon dos féminas y un varón, nacido entre ellas dos. Ya mis viejos cuentan con seis nietos y tres hermosos bisnietos. Los tres hijos son estudiosos, profesionales, trabajadores hasta el cansancio. Además, mami acogió bajo ese techo -como hijos propios- a varios sobrinos, a algunos vecinos, cuidó algunos ancianos, cuidó hasta el final a sus dos padres y al Tío Anel.

Mami nunca trabajó fuera de la casa y papi era el único proveedor. Papi trabajaba en Ceiba al otro lado de la Isla, muy muy lejos y sin carro propio, por lo que por 20 largos años lo vimos llegar los fines de semana. Fijo, sin falta. Cargado de pan y besos. Así que el peso había que estirarlo. Nada de lujos…o pocos lujos, más bien.

Pedir algo especial en la casa era difícil. Había que tomar turnos: esta quincena se le compran los tenis a Tito, la otra quincena le toca el traje a Tita y los zapatos míos me tocaban… ¡pero si yo no usaba zapatos! A mí, una muñeca para Navidad y otra para Reyes. Yo, por ser la más chiquita, era la bienaventurada de la casa. Mi fortuna consistía en usar pañales desechables y no los pañales de tela. Luego, me regalaron una versión algo genérica de un Atari, llamado Coleco.

Fuera de eso, cuando pedías algo adicional la contestación de mami era un antiquísimo refrán que pocos recuerdan: “¡Es que tú no sabes dónde el grillo tiene la manteca!”. Nunca lo explicó, pero se entendía. Crecí en tamaño, maduré y tuve dos hijas. ¿Y qué creen? Que todavía ando buscándole la manteca al grillo porque ¡qué cosa más curiosa esa!

Entre muchas otras experiencias, fui reportera en varios periódicos regionales del Sur de Puerto Rico por 15 años. Me tocó ver de cerca la pobreza del otro, el esfuerzo de nuestra gente por salir adelante, relaté cientos de historias de superación y decenas de casos sobre personas enfermas con gran necesidad monetaria para realizarse un procedimiento médico con el cual salvar sus vidas. Cubrí un caso particular, que aún me conmueve hasta las lágrimas. Una madre rogaba encarecidamente a los lectores que le ayudaran monetariamente para sufragar los gastos que ayudarían a salvar a su hijo menor, un joven adulto recién casado que padecía leucemia. A los pocos meses de ese primer reportaje, el joven murió y su desconsolada madre nos narró con ojos inundados en sentimiento cómo -a pesar de todos los esfuerzos- su hijo se fue apagando y no pudieron salvarle la vida. Ahí comienzas a apreciar -también- dónde el grillo tiene la manteca.

En el libro Del refranero puertorriqueño en el contexto hispánico y antillano, Roberto Fernández Valledor1 recoge dos versiones de este refrán y alude a que su origen se remonta al pueblo de Lares. Una variedad dice: “Ya sabrás dónde el grillo tiene la manteca”, y que según el autor se aplica a “demostrar habilidad, recursos, etcétera”. También se encuentra la acepción “Nadie sabe dónde el grillo tiene la manteca”.

En la red cibernética aparece el refrán aunque sin ninguna explicación sobre su origen, su uso o aplicabilidad. Hace varios años, según la red, un reportero deportivo de un noticiario local llamado Rommy Segarra hizo alusión al refrán que despertó cierta curiosidad entre los televidentes que, prontamente, crearon e hicieron circular un meme mostrando, al parecer, que no entendieron el mismo. Los grillos son miembros de los ortópteros, una familia de insectos a donde pertenecen, además, los saltamontes y las langostas del desierto.

Darcy Gilmour, en su libro Metabolismo de los insectos2, afirma que “como los demás animales, estos obtienen su energía de los alimentos. Estos se fraccionan en unidades lo suficientemente pequeñas para que puedan ser absorbidas a través de la pared del intestino y de allí transportadas para nutrir todas las células del cuerpo” (Gilmour 1). En el caso de los insectos voladores, como la mariposa, queman la grasa adquirida durante el vuelo. Estas grasas se oxidan en su organismo y son las que, principal o exclusivamente, le proveen la energía para mover los músculos y volar. Los grillos, sin embargo, no vuelan.

Los grillos y sus familiares utilizan y sintetizan las grasas para formar y regenerar su estructura corporal externa, afirma Gilmour. Según su publicación, muchos insectos segregan grandes cantidades de cera que utilizan como cubierta protectora parecida a la cera cuticular de los vegetales. “En la cera de muchos insectos hay un componente más duro conocido como la capa de cemento, que bien pudiera ser el resultado de la secreción, en un momento dado, de una cantidad mayor de lípidos reaccionantes que se polimerizan y forman resinas…La secreción de lípidos químicamente activos puede también intervenir en la formación de las capas exteriores de la cutícula” (Gilmour 99).

Así entendemos que el grillo no almacena grasas, sino que la convierte de forma constante en su propio caparazón, ese que le protege de las circunstancias, pero que -como la cigarra de la famosa fábula de Edipo, La cigarra y la hormiga– no puede almacenarla para otros usos.

No saber dónde el grillo tiene la manteca en el refranero puertorriqueño, implica pues, la necesidad constante, que no hay un sostén económico firme, que no tienes un almacén donde buscar recursos y que todo lo que posees es para uso inmediato, se desgasta en tu esfuerzo por sobrevivir y sin la menor idea si el día de mañana obtendrás el alimento o la energía para volver a generar tu bienestar.

El grillo en la cultura

Por asombroso que parezca, el grillo también es parte de nuestra cultura lingüística puertorriqueña. Desde siempre, a muchos niños, en el seno familiar, se les suele llamar cariñosamente como los grillos, los grillitos por el ruido que provocan con su alegría, aunque son de escaso tamaño. Pero si de un problema, una trifulca, una confusión, un enredo o entuerto se trata nadie vacila en describir el episodio como una tremenda “olla de grillos”. El estudioso José A. Martí Mut 3, asegura, por otra parte, que la frase pueblerina “ser la changa” proviene de una variedad de grillos que él identifica como la Scapteriscus didactylus (Grillotapidae) conocida como la changa o grillo topo. El entomólogo reconoce que la expresión y “su conexión con el comportamiento del insecto parece haberse perdido con el tiempo”. Martí Mut identifica otras dos especies de grillos puertorriqueños: el Amphiacusta caraibea (Gryllidae) y el Gryllus assimilis (Gryllidae), cada uno de los tres con características corporales, cantos y hábitats particulares. Se alimentan de hojarascas y pequeñas raíces.

Según recoge el filósofo Jean Chevalier, en su Diccionario de Símbolos, “el grillo que pone los huevos en la tierra, vive allí en forma de larva, y luego sale para metamorfosearse en imago era para los chinos el triple símbolo de la vida, la muerte y la resurrección. Su presencia en el hogar se consideraba promesa de dicha, al igual que en las civilizaciones mediterráneas” (Chevalier 540).

Pero ni tanta dicha. Una noche estrellada en nuestra casa del barrio Indios de Guayanilla, cuando mi hermano Carlos tenía 17 años de edad, un feliz grillo se puso a cantar con toda su fuerza cerca de la ventana de su habitación. Sin encomendarse a nadie, Carlos derramó un poco de gasolina y prendió fuego a la grama, donde él pensaba que cantaba el pequeño grillo. ¡Pa’ qué fue aquello! Entre el fuego y el humo que ascendió rápidamente apareció la mitad del vecindario para saber qué había ocurrido. El incidente no pasó a mayores…y el grillo siguió cantando.

En la literatura y cultura popular es muy conocido el cuento Pinocho. Originalmente el relato se publicó en 1882, en un periódico italiano llamado Giornale per i bambini, de la autoría de Carlo Collodi, seudónimo de Carlo Lorenzini. Por décadas -sobre todo luego de algunas adaptaciones posteriores al relato original- Pinocho se ha convertido en un recurso útil para la didáctica de valores, la toma de decisiones responsables, el beneficio de siempre decir la verdad, el aprecio a nuestros mayores. Pepe grillo, un simple grillo, es uno de los personajes principales y, simultáneamente, es la conciencia de Pinocho que transmite esos valores al tempestuoso títere. En la versión original de Collodi, la fuerza de sus mensajes lleva a Pinocho a matar al grillo.

El cuento del cuento

Este es un cuento corto o, como dicen en mi pueblo, es un cuento de camino. Es el cuento de un cuento feliz que tuvo que enfrentar las críticas de un selecto conjunto de géneros literarios.

Vivía el cuento -protagonista de este cuento- en un bosque mágico, de esos que siempre están verdes y florecidos con coloridas hadas revoloteando por doquier. Tenía el bosque leyendas, mitos y obras teatrales, unas eran buenas y otras excelentes. Pero un día, como suele suceder en los cuentos, apareció un personaje nuevo. Era una novela extensa, inteligentemente delineada y narrada. Tenía muchos personajes, un rico vocabulario, escenarios diversos y un renombrado escritor. El cuento se sintió feliz de que el fresco bosque contara con un nuevo integrante que abonara al esplendor de aquel mágico mundo. Por su parte, el poema -regente del agradable lugar- le dio la bienvenida como a ningún otro género con celebradas y métricas rimas. Y es que la novela tenía muchas vertientes: podía ser psicológica, histórica, de caballería o pastoril. En cualquiera de ellas resaltaba por sus sabias palabras y los largos periodos de concentración que lograba en su espectador. Por eso la novela se tornó arrogante y concluyó que había sido hecha para ser mejor y más apreciada que el cuento corto, el menor de los residentes.

Aunque podía cumplir casi con las mismas exigencias, el cuento fue tomado en poca consideración por algunos, haciendo que se sintiera de poca relevancia. La novela, al verlo casi sin palabras, le explicó que como cuento jamás podría ser como ella por no tener gran extensión ni profundidad, lo que hizo sentir triste al pequeño e inquieto cuento. Así comenzó a buscar en sus recónditas entrañas nuevos personajes y se fue por costas y montañas intentando hallar un nuevo lugar donde renacer.

Un día el cuento conoció la lírica, quien le aconsejó inspirarse en los sentimientos más nobles para poder elevarse y quizá hasta hacer entonar a sus personajes la más dulce melodía que un lector pueda interpretar. Entonces nuestro cuento tomó el consejo y se convirtió en uno de carácter y adoptó nuevas fórmulas. Atrás quedaron las hadas y las princesas, desarrolló entonces el humor, lo fantástico y hasta se inspiró en el terror. El cambio fue apreciado por lectores de todo el orbe, ya que este nuevo cuento corto podía ser contado con menos esfuerzo y más sabiduría, memorizado y recordado por el más anciano de los ancianos. Pronto fue el rey entre comensales que sobre cenas vespertinas repetían la pequeña enseñanza. También reinó en infantiles habitaciones durante la larga, oscura y tormentosa noche.

El cuento había superado todas las expectativas, se había convertido en algo apreciado y reconoció por primera vez que él era más extenso y profundo de lo que en realidad parecía. Contempló con sobrada humildad que había aportado -no solo al bosque sino a toda la humanidad- relatos inolvidables, dramáticas tramas y románticos personajes que vivirían por años en sensibles corazones. Una vez más el cuento se retó a sí mismo decidiendo ser más arrojado, más dinámico, audaz, breve y enérgico al convertirse en un hermoso y exitoso microcuento.

Así que no importa si eres cuento, microcuento o una intensa novela, debes saber que vale más el sentido, la adopción de un buen consejo y la acción tomada que la extensión de tu obra. Y colorín colorado el cuento… se ha renovado.

A tropel

Cuando María Esther se asomó por la ventana, lo vio. Allí estaba llamando el cobrador del banco, tocaba el timbre, y jamaqueaba un poco el portón de la vetusta casa para hacerse escuchar. La casa…ocho meses de atraso en el pagaré…y ahora, ¿qué?… ¿a dónde voy?

El silencio se apoderó de la casa que había comprado hacía trece años, su primera casa luego de mucho trabajo y privarse de quereres para ahorrar. Solo las cortinas de telas se movían al son de un viento ligero que entraba por aquellas ventanas de aluminio.

Las cosas eran distintas ahora: el empleo, que hasta entonces había sido seguro por 20 años había bajado las ventas. Hace exactamente un año, su jefe llegó con una carta firmada y le confirmó que ya no era necesario que regresara a ocupar su puesto, el cierre de la fábrica era inminente.

Sacudiendo los pensamientos que la mantuvieron detenida por varios minutos, María Esther se quedó fría mirando el hombre que llamaba para recoger el dinero que evitaría la ejecución de la casa. Adentro, muy adentro, un cúmulo de tambores se agitaban en su pecho cada noche. “Las deudas, ¡Dios mío! ¿No me das la mano? No merezco esto”. De nada sirvieron los ahorros de meses, de nada sirvieron las velas en honor a Shangó implorando prosperidad, de poco sirvió rogar a Dios, ni las oraciones ni las novenas…

El olor se hacía imposible cada día, por lo que los vecinos dieron la queja a las autoridades. Cuando abrieron la puerta de la casa, María Esther ya no estaba.

La alergia

Demás está decir que todo le causaba una gran alergia a Edelmira Pico García. El estornudo era constante, rápido su nariz se congestionaba y comenzaba a derramar liquido por su nariz. No tenía cura, a pesar de ir a todos los médicos y luego de hacer gárgaras con las más potentes medicinas antihistamínicas.

Las flores le causaban alergia y estornudaba; los sonidos de los carros le anunciaban que pronto estornudaría; la brisa del mar provocaba una reacción corporal tan agresiva que mantenía a Edelmira a raya de su entorno. Estornudaba, e incapaz de retener un pañuelo, pequeñas gotas de saliva llegaban para bañar sus manos. A veces, la alergia no le provocaba estornudos ni mocos, a veces su alergia se convertía en un evento de momentánea locura. Entonces salía a la calle con una media verde al revés y otra media rota en el tobillo. Sin poder hacer mucho para controlar tal reacción, a veces un color morado y un extraño olor a coco amelcochado y quemado salía de entre sus dedos inferiores. Pero el momento más preocupante de su alergia era cuando Edelmira se miraba frente al espejo hacía muecas, hablaba sola y luego se sentaba frente a su computadora a escribir.

` Bajo el influjo de esa alergia, Edelmira escribía todo lo que se le ocurría. Una vez escribió un cuento sobre una especie de plátano metálico y agridulce que según los vecinos había arribado de Marte. Otro día escribió la historia de Apolito, un pobre empleado del tren que llevaba todos sus cachivaches y las fotos familiares en un viejo saco rojo y remendado que le había regalado la costurera del pueblo. De tanto escribir cada detalle de la triste historia, la alergia de Edelmira se complicó. Entonces Edelmira fue al hospital e inevitablemente fue internada en intensivo. Sin remedio.

La autora  reside actualmente en New Jersey. Los textos que publicamos son parte de un libro de próxima publicación. La autora nos dice: “La intención de compartir experiencias alegres, la angustia del exiliado, de amor y desamor, risas, recetas, sueños que no se realizaron y metas por cumplir, mías y de otros con los que compartimos espacios pero que todavía no levantan su voz. La publicación posee una conjunción de ensayos, poemas, cuentos y recetas gastronómicas, un tanto arrojadas para el gusto del mercado puertorriqueño”. Además, la escritora quiere “aclarar mi gran duda existencial sobre dónde el grillo tiene la manteca”.

1Fernández Valledor, Roberto. Del refranero puertorriqueño en el contexto hispánico y antillano. España: Sociedad Estatal Quinto Centenario. 1991. P. 110.

2Gilmour, Darcy. Metabolismo de los insectos. Versión española de Pilar Alonso Sanjuán. Madrid: Editorial Alhambra, S.A. 1968.

3Martí Mut, José A. Insectos de Puerto Rico. Ediciones digitales. 2015. pp 14-16.

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