Editorial: Ciencia y paciencia ante el corona virus

La epidemia de coronavirus ha venido a poner nuevamente a prueba la capacidad del gobierno de Puerto Rico y de nuestro pueblo para enfrentar desastres. Se trata de una pandemia que está doblando rodillas y proyecciones económicas en el mundo entero, y amenaza con seguir arropando países, particularmente en Europa y Estados Unidos, con resultados dramáticos. 

Al cierre de estas líneas los casos globales ya suman 180,000, con más de 7,000 fallecidos, cifra que seguramente crecerá exponencialmente, en la medida en que la infección alcanza su pico, y producen resultados las estrategias de mitigación implantadas para detener su expansión. Alcanzar la llamada curva de aplanamiento, donde el número de casos nuevos comience a reducirse dramáticamente- lo que solo han alcanzado hasta ahora, China, donde se originó el virus, y Corea del Sur- es el objetivo primordial de las autoridades sanitarias en el mundo entero, en previsión de que la pandemia siga extendiéndose mucho más allá en los 162 países que han reportado casos, y que llegue con fuerza a los que aún no han reportado ninguno. 

Aunque en Puerto Rico, hasta el momento, se hayan reportado 5 casos positivos entre una veintena de sospechosos, debemos estar preparados para muchos más porque el contagio apenas comienza a aflorar, y el virus- sobre todo entre la gente más joven- puede presentar pocos o ningún síntoma pero mantiene intacta su capacidad de transmisión y contagio. Ya sabemos que la procedencia del virus en los primeros contagiados positivos en Puerto Rico es externa, y que, hasta ahora, no hay evidencia de propagación masiva entre la comunidad. Pero la experiencia de otros países apunta a que esa realidad puede cambiar muy rápidamente a la luz del ritmo vertiginoso de expansión que se manifiesta a diario. Estas son variables desconocidas que solo pueden prevenirse y mitigarse con el aislamiento y control social cada vez más rígidos, que se ha ido imponiendo en los países para tratar de impedir nuevas infecciones. 

Con la mitad de nuestra población en la curva del envejecimiento, Puerto Rico está en una situación de vulnerabilidad muy grande ante el COVID 19, que se ensaña con particular virulencia entre las personas mayores de 60 años. Ante eso, la protección de nuestros mayores debe constituir la primera línea de defensa contra el virus. La decisión de la Gobernadora de limitar la circulación de personas y las actividades en espacios públicos es un paso en la dirección correcta para la prevención de contagio y propagación.  

Pero el problema de Puerto Rico no se reduce solamente a la adopción de medidas sanitarias racionales. El principal problema que tiene el País para enfrentar esta epidemia y todos los retos es la actitud de dependencia enfermiza ante el gobierno de Estados Unidos generalizada en el gobierno de Puerto Rico, la cual se ha convertido en una camisa de fuerza que amarra hasta las mejores ideas e intenciones que pueda tener este o aquel funcionario o funcionaria. Puerto Rico se enfrenta a la peor pandemia en un siglo con un Departamento de Salud disfuncional, descoordinado, diezmado y acéfalo, incapaz de proveerle respuestas y seguridad al pueblo ante la magnitud del riesgo. 

Este gobierno colonial parece haber abdicado su responsabilidad de proteger vigorosamente a la población exigiendo, mediante recurso legal o de otra índole, al gobierno federal que no discrimine contra Puerto Rico en la dispensación de los servicios y recursos necesarios en esta emergencia. El Servicio Federal de Aduanas, el llamado “Border patrol”, es responsable de verificar quien entra y sale de Puerto Rico por cualquier vía porque el gobierno de Estados Unidos tiene jurisdicción y controla nuestro espacio aéreo, nuestras aguas territoriales y el tráfico por aire y por mar. Por lo tanto, son sus oficiales y nadie más quienes tienen la función esencial de poner en vigor las salvaguardas para impedir que personas infectadas con COVID 19 entren a Puerto Rico. 

El pueblo de Puerto Rico, que sufrió la indolencia del gobierno tras el paso de los huracanes Irma y María, y más recientemente por los terremotos de enero, ya ha aprendido su lección. El hecho de que Estados Unidos sea el país más rico del mundo, no significa que es el mejor. Y en esta pandemia, han demostrado una incompetencia garrafal, sobre todo con la cantidad irrisoria de pruebas diagnósticas disponibles que son necesarias para poder capturar la mayor cantidad de contagios. Hemos visto un gobierno federal desarticulado, fragmentado, con una respuesta desigual y vacilante, incapaz de proveerles a sus propios ciudadanos “de primera clase” en los estados las respuestas certeras que una pandemia de esta magnitud requiere. 

Ya está bueno del gobierno de Trump y sus desplantes. De los políticos estadounidenses que solo quieren a Puerto Rico cuando les conviene. De la Junta de Control Fiscal y su embudo de generosidad para los buitres y austeridad para con los trabajadores, los retirados y los pobres. 

La experiencia acumulada por nuestro pueblo a lo largo de más de 121 años de coloniaje, unida a su proverbial generosidad, solidaridad y prudencia, nos sacará a flote una vez más ante este nuevo desafío. Ciencia y paciencia, pueblo, contra el coronavirus y la enfermedad de la dependencia colonial. Nuestro día de triunfo llegará. 

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