EDITORIAL: Puerto Rico y los terremotos

 

Historia que no está presente en la memoria colectiva de los pueblos es historia que se olvida. Y así ha pasado con la relación entre Puerto Rico y los fenómenos naturales más característicos de su entorno: los huracanes y los  terremotos. Cuando el huracán María nos azotó en el 2017- con sus vientos de alta velocidad y más pulgadas de lluvia de lo que nuestra tierra saturada podía aguantar- hacía noventa años que no se sufría en nuestro país un evento similar, desde que el histórico huracán San Felipe había arrasado nuestra isla empobrecida en el año 1928. Por generaciones, nuestra memoria colectiva había borrado toda huella de aquella experiencia traumática hasta que María llegó a recordarnos que los huracanes forman parte de la experiencia puertorriqueña desde nuestra prehistoria, y que hay que estar preparados para enfrentarlos.

Algo similar ha ocurrido con los terremotos. Desde su origen, nuestra tierra cuenta con al menos ocho zonas de probabilidad sísmica entre moderada e intensa sumergidas en una buena parte de nuestras aguas circundantes. Sin embargo, esa realidad geológica no parece formar parte de nuestra consciencia colectiva. El último gran terremoto que registra nuestra historia fue San Fermín, que cobró cientos de vidas y destruyó importantes edificaciones en la zona noroeste y oeste de Puerto Rico en el año 1918. Las fotos de la época dan cuenta de la destrucción ocasionada por el temblor y el subsiguiente maremoto que afecto a poblaciones costeras enteras en esa región del País. Desde entonces han pasado 101 años, y por varias décadas, los sismólogos y otros expertos han estado advirtiéndonos- sin generar suficiente atención- sobre la importancia de que contemos con la educación y preparación adecuada para que podamos enfrentar estos fenómenos con el menor costo humano y económico posible. Sin embargo, la realidad es que hemos vivido por más de un siglo de espaldas a los temblores, a pesar de que nuestro país está localizado en un área sísmica activa. Desde el 28 de diciembre pasado la naturaleza se ha encargado de recordárnoslo con la secuencia continua de temblores que se han registrado en la zona suroeste de Puerto Rico, que ha culminado con dos temblores mayores ocurridos el 6 y 7 de enero.

Ya vimos con la experiencia del huracán María las lamentables consecuencias del abuso que por décadas se ha sostenido contra nuestra zona marítimo- terrestre, y el riesgo a la vida y a la seguridad de poblaciones enteras con la proliferación indiscriminada de construcciones formales e informales en zonas inundables, terrenos vulnerables, y  áreas poco seguras. Muy tristemente, la experiencia de los temblores de los pasados días nos enseña muy  amargas lecciones, que aún pueden extenderse por tiempo indefinido, ya que,  a juicio de los expertos de la Red Sísmica del Caribe y otros estudiosos de estos fenómenos, es imposible predecir cuánto tiempo más durará la presente actividad sísmica, ni cuál será la magnitud y alcance de los movimientos de tierra.

Por lo tanto, solo nos resta mantenernos informados y lo más seguros posibles, y seguir las instrucciones de preparación que nos ofrecen los expertos, y obedecer las indicaciones de las autoridades gubernamentales encargadas del manejo de estos desastres.

Internalizar- para que nunca se olvide- que los terremotos, al igual que los huracanes, son una parte integral de la vida en Puerto Rico, será una lección invaluable para todos y todas en nuestro país. Repasar la historia del pasado, y trascender las limitaciones del presente, serán herramientas indispensables hacia la construcción del futuro seguro al que todos y todas aspiramos en nuestro país.

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