Editorial:La empecinada nación puertorriqueña

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Durante más de un siglo, los ideólogos anexionistas que han impulsado convertir a Puerto Rico en un estado de Estados Unidos han afirmado que es posible obtener “la estadidad” en coexistencia con nuestra identidad nacional puertorriqueña, nuestra cultura e idioma español, y nuestra soberanía deportiva, valores que tanto aprecia nuestro pueblo. Incluso, dos ex gobernadores de ideología anexionista les pusieron “nombres” a dicha ficción.  Luis A. Ferré le llamó “estadidad jíbara” y Carlos Romero Barceló, el “estado hispano.”

Pero, el espejismo se rompió para siempre tras la aprobación por el Congreso de la Ley PROMESA y el establecimiento de la Junta de Control Fiscal en 2016, y las recientes decisiones del Tribunal Supremo federal en los casos de Sánchez Valle y Vaello Madero. Ya no debe quedarle duda a nadie en Puerto Rico- como no le queda duda a nadie en Estados Unidos- de que a ésta, su principal colonia de ultramar, el Gobierno de Estados Unidos no tiene planes de incorporarla como un estado de la unión. Eso ha quedado descartado, precisamente por las extraordinarias condiciones que existen en el marco político actual de Estados Unidos. En Estados Unidos ahora mismo no hay ambiente para emprender, ni siquiera para hablar, de experimentos jurídicos radicales que puedan provocar cambios definitivos en el ordenamiento constitucional y político en dicho país.

Estados Unidos actualmente atraviesa por una peligrosa división interna, y el clima de confrontación política, económica y social entre diversos sectores, es uno de los más álgidos de su historia contemporánea. Existe una pugna furiosa entre las visiones encontradas hacia el interior de sus dos grandes partidos, Demócrata y Republicano, y un gran resentimiento y desconfianza acumulados entre amplios sectores de la población, principalmente como secuela de las alteraciones económicas y sociales, la desigualdad y los movimientos migratorios provocados por el desenfreno del capitalismo de mercado global. La pandemia del COVID-19 ha sumado un elemento de tensión adicional, con un saldo de 800 mil fallecidos en Estados Unidos, el país puntero en el mundo en infecciones, hospitalizaciones y muertes por la pandemia. Además del impacto de estas crisis en toda la sociedad, Estados Unidos atraviesa por un realineamiento ideológico y de fuerzas entre las élites del complejo militar, industrial y financiero que mueven los hilos del poder en ese país. En otras palabras, en Washington las cosas no están como para “jamaquear el palo.”

En Puerto Rico también se atraviesa por profundos cambios de todo tipo, principalmente a raíz de que se advierte el desplome del experimento colonial de Estados Unidos en nuestro país. Las sucesivas crisis y catástrofes de los últimos años, el colapso económico, la quiebra fiscal del gobierno, la emigración de miles de personas, principalmente jóvenes, también provocan cambios y el realineamiento de fuerzas políticas, económicas y sociales. En  un año, ya se ha erosionado el 31% del voto que en noviembre del 2020 le permitió a Pedro Pierluisi y el PNP gobernar a Puerto Rico, y obtener un apretado resultado a favor  de la estadidad en el referéndum Estadidad Sí o No. La sumisión del Gobernador y la Asamblea Legislativa ante las políticas dictatoriales de la Ley PROMESA y las medidas de austeridad de la Junta de Control Fiscal; su apoyo a un Plan de Ajuste de Deuda cargado contra trabajadores, pensionados y la Universidad de Puerto Rico; la sucesión de actos de corrupción pública que han provocado arrestos y vergüenza en estos días; la mediocridad e inoperancia del aparato gubernamental, y el prolongado e imparable azote de la pandemia del COVID-19, amenazan con pasarle, en las próximas elecciones, una factura abultada a los dos partidos que se han turnado el poder en Puerto Rico- PNP y PPD- cómplices de este cuatrienio de desgobierno que estamos viviendo.

Pero, el factor fundamental que aleja a Puerto Rico de la estadidad es nuestra empecinada voluntad nacional, la cual insiste en afirmarse una y otra vez, por encima de quienes la ocultan, y si no pueden ocultarla, entonces la ignoran, la ningunean y la atacan. El más reciente resumen de esa esencia nacional vibrante y única que compartimos las y los puertorriqueños aquí y en la diáspora, es el emotivo video que sirvió de introducción a los conciertos multitudinarios del artista Bad Bunny en San Juan, el fin de semana pasado. El audiovisual ya ha sido visto por cientos de miles de personas en Puerto Rico y otros países, y será visto por millones más en el mundo entero, a través de las plataformas digitales de entretenimiento que ahora nos interconectan inmediatamente. Por las hendijas que se han abierto tras siglos de colonialismo, nuestra porfiada identidad se cuela airosa, y le transmite al mundo el mensaje contundente de lo que ha sido la azarosa existencia y la heroica resistencia de la nación puertorriqueña.

 

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