Editorial:Turismo indeseable

 

Durante las últimas semanas y días, los medios de prensa y las redes sociales están inundados de noticias y vídeos de turistas campeando por sus respetos y haciendo fechorías en las principales áreas turísticas de nuestra capital. Ya los vecinos del viejo San Juan han reiterado públicamente su queja de cómo la llamada industria de propiedades de alquiler a corto plazo para turistas (AirBnb) despedaza poco a poco su comunidad y su entorno, con visitantes díscolos que alborotan y destruyen la paz en los vecindarios de la vieja ciudad. Idéntica queja se deja sentir entre los vecinos del sector de El Condado y sus áreas aledañas con la más reciente camada de turismo que les arropa. Este no es un fenómeno exclusivo de Puerto Rico. Se repite en distintos lugares como producto del excesivo tráfico aéreo comercial entre países y regiones geográficas, por multitudes de personas que, en todo el mundo, han convertido el viajar en desahogo.

Puerto Rico, sin embargo, es un ejemplo especial porque carece de poder propio para decidir quién entra y sale del país. Somos una colonia de Estados Unidos y eso define nuestro radio de acción política y económica, incluyendo la actividad turística. No se trata solamente de que las estrategias de desarrollo turístico estén sujetas a los intereses económicos de sectores comerciales principalmente extranjeros, como las líneas aéreas, las cadenas hoteleras y las compañías de barcos de cruceros. La única razón tampoco es que el objetivo de los planes turísticos implantados por nuestros sucesivos gobiernos haya ido dirigido siempre a atraer turistas primordialmente de Estados Unidos. Se debe también a que todo el entramado del tráfico aéreo y marítimo comercial (y militar), y el control aduanero de entrada y salida de personas y mercancías hacia y desde Puerto Rico son jurisdicción exclusiva de las respectivas agencias del gobierno de Estados Unidos. Por eso, no podemos hablar de los vaivenes y traspiés del turismo en Puerto Rico sin el crisol de la realidad colonial que los matiza.

A partir de la creación del llamado Estado Libre Asociado (ELA), la presentación de nuestro país como vitrina ejemplar del Caribe incluyó dar un gran énfasis al desarrollo de la industria turística. Esta se inició con la construcción, frente a la más esplendorosa vista del Océano Atlántico, en plena zona marítimo terrestre de la Capital, de una enorme franja de hoteles comprendida entre las áreas de El Condado e Isla Verde. La mayoría de esas hospederías eran de gran lujo, con una oferta dirigida a turistas pudientes de Estados Unidos que viajaban a su cálida y exótica colonia del Caribe cuando el frío invierno arreciaba en el norte. En aquella época, viajar por placer en avión o en vapor era un gran lujo que solo podían darse los privilegiados.

En ese momento, dos sectores muy importantes pujaban por impulsar al gran capital turístico desde Estados Unidos: la aviación comercial y los grandes conglomerados hoteleros que ofrecían múltiples amenidades para atraer viajeros. Entre dichas amenidades florecía la industria de los juegos de azar, enquistada en los hoteles y casinos que proliferaban en las principales ciudades de Estados Unidos, y la cual era dominada, desde Las Vegas hasta La Habana, por las grandes familias del crimen organizado. Así llegó a convertirse San Juan, nuestra ciudad capital, en una gran atracción de la industria turística estadounidense, sobre todo tras el triunfo de la Revolución Cubana, cuando huyó de La Habana la mafia que controlaba los principales casinos y clubes nocturnos allí.

Desde entonces, el turismo en Puerto Rico ha pasado por muchos altibajos, sin nunca convertirse en el sector económico prioritario que más de un gobierno colonial ha querido impulsar. Más recientemente, las ventajas competitivas que representan los mercados turísticos de República Dominicana, de Cuba y de Cancún en México, entre otros en esta región, han relegado a Puerto Rico a un lugar distante en el favor de los turistas que visitan El Caribe.

La pandemia del COVID-19 ha alterado esa realidad, dándole un ribete irónico al tráfico turístico en Puerto Rico al atraer con ofertas de bajo costo nuevas multitudes de viajantes, principalmente desde Estados Unidos, cuyo comportamiento poco cívico ha levantado una oleada de indignación en nuestro pueblo, y ha puesto en evidencia la incompetencia del Gobierno, la Policía y las organizaciones del sector turístico para frenar el desenfreno de los visitantes, y brindar seguridad y tranquilidad a los residentes en las áreas afectadas.

Los lamentables incidentes de los últimos días desmienten también a ciertos políticos coloniales y otros mercaderes que, con la excusa de desarrollar la llamada “economía del visitante”, pretenden convertir a la nación puertorriqueña en un estado como Hawaii, donde los turistas desplazan a los residentes. O peor aún, justificar que Puerto Rico sea el zafacón turístico de El Caribe.

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