El afilado correcto del buril y la punta seca en el «Archivo del asombro cotidiano»

María Elba Torres Muñoz

Especial para En Rojo

Esta obras son un tratado gráfico de las más profundas de las subjetividades en un entorno calado a la medida, en esta amada isla. La colonia y la colonialidad, son virus que atacan en todos los tiempos a todes en la isla. La «neta» es que no está fácil.

Entremos al «Archivo del Asombro Cotidiano», de Martín García Rivera.

Martín García Rivera es un bracero del buril, de la gubia y de la punta seca. Es descendiente de toda una historia gloriosa de las artes gráficas en Puerto Rico. Sus grabados denotan un aprendizaje extraordinario con los artistas nacionales de Puerto Rico de la segunda mitad del siglo XX. Fueron muchos los renombrados y renombradas artistas de la gráfica puertorriqueña; solo menciono a algunos: Lorenzo Homar, José Alicea, José Rosa, Analida Burgos, Marcos Irrizary, María Emilia Somoza, Luisa Géigel, Carlos Raquel Rivera y Rafael Tufiño, entre otros. García Rivera es indómito en su faena de grabador y educador en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Lustró su oficio del buril y la punta seca en los talleres de esta institución y con maestros de Pratts Institute en Nueva York.

En diálogo con el artista se derrama en él un respeto henchido de mucha savia en su descendencia de grabador. Uno intuye inmediatamente que cada grabado que sale de las manos de García Rivera queda grabado en él. Es su archivo ancestral, heredado y aprendido de la monumental historia de la gráfica de Puerto Rico. Así, presenta en algunos de sus personajes la marca de una «S» para referirse a la procedencia de Sierra Leona, Africa. En este archivo de lo cotidiano, los tatuados no son solo sus personajes, que aluden a los y las puertorriqueñas; también el tatuado es él, el artista. El linaje es ancestral conllevando en ello aprisionamiento, mascaradas, disimulo, escondites y voluptuosidades enclenques.

Su exquisito y minucioso oficio de grabador lo ha honrado de sólidas y apreciables distinciones y reconocimientos. Martín García Rivera ha logrado premios importantes en lejanas tierras. En la década del noventa del siglo xx obtiene varios premios y reconocimientos: el primer premio en la Bienal del Grabado Latinoamericano y del Caribe de San Juan (1993); un premio de distinción en Rusia (1994): en España (1995) y en Italia, entre otros. En lo que va del siglo XXI ha obtenido importantísimos premios y reconocimientos en bienales y trienales: en Hawai, en 2000; en Canadá, en 2009; en Rusia, en 2004 y en 2019; en Polonia, en los años 2013, 2014 y 2015, entre muchas más. Sobre esta serie, nos invita García Rivera y nos dice en su «Declaratoria del artista:»

«Archivo de asombro cotidiano» es un conjunto de obras que he realizado desde el año 2013 en las técnicas del burilado y la punta seca en el proceso del grabado en intaglio. Utilizo como referencia lo real maravilloso propuesto en la literatura caribeña y latinoamericana, el gesto del movimiento expresionista europeo y lo mágico espiritual que es parte de mi herencia cultural en la diáspora africana de América. Combino este caudal expresivo con mis pensamientos y emociones en la creación de metáforas visuales que van del arte a la vida; de la vida al arte.”1

Si bien el desarrollo técnico del oficio del grabador nos vino de Europa, en siglos anteriores, con la llegada de éste a las Antillas, encontramos en Martín que la gráfica fluye, se conjuga y exprime todo el caudal latinoamericano, antillano y afrodescendiente que lo hace poderoso. Pareciera que existe una genealogía entre el oficio de sus antecesores grabadores y aquellos ejercidos por los trabajadores gráficos de los siglos XIX y XX en Puerto Rico: la tipografía, la litografía y otros oficios aledaños.

Podríamos pensar en una sinergia rabiosa en la que como antillano-puertorriqueño, García Rivera comparte el sufrimiento causado por el colonialismo y desde el grabado (medio traído tardíamente a Puerto Rico en nuestra primera colonización) construye figuras que violentan los esquemas y estereotipos. El medio seduce al artista para cuestionar ese asombro de lo cotidiano, y con la mano zurda entreteje y construye telarañas enigmáticas en composiciones figurativas que crean un desconcertante universo con elevada semejanza a la realidad isleña.

Se vale de un lenguaje gráfico hipermoderno que desgarra y desconcierta. ¿Es que acaso y al final del día, lo diario se convierte en la suma del «Archivo de asombro cotidiano» que nos patea el buche y desalienta? Nos dice nuestro artista Martín García sobre este conjunto de obras (2013-2020):

Las imágenes humanas y formas que dibujo pueden considerarse metamorfosis grotescas, misteriosas o ideas que se mueven desde lo consciente a lo subconsciente. Establezco un juego libre de forma e ideas visuales que integran elementos de las culturas ancestrales pero distorsionadas y alineadas desde su origen. Son escenas y narraciones cual “ teatro del absurdo”, en donde el tiempo, pasado, presente, el sueño y la realidad suceden simultáneamente” 2

Este pronunciamiento del artista sobre lo absurdo y lo histórico me provoca pensar sobre cuán descerebrado es el colonialismo y sus efectos en los cuerpos. Me hace pensar en los cuidados que hay que tener en torno a estos asuntos dentro de la colonia, sobre cuánto afecta y castiga a les colonizades, llevándonos a una profunda crisis clínica. Lo podemos observar con insistencia en las obras “Alquimia callejera”, “Amor a primera vista”, “Bajo su protección”, entre otras.

Martín García nos narra con sus buriles y puntas secas las interrelaciones cerradas y obscuras en que vivimos. En las que muchas veces el encierro es voluntario, en ocasiones mental y puede llegar a adoptarse como costumbre obligada. Los cuerpos se brutalizan y las líneas cercenan unos sujetos objetivados que bracean en la entelequia. Se van perdiendo e inutilizando algunas partes del cuerpo como los brazos y los pies. Los ojos en las cabezas se multiplican como bolitas de chicle en una cajita transparente. Ahí están: son personajes antiestéticos que se escapan de la idea de lo bello porque parecen más una radiografía de tantos traumas y dramas isleños.

Envalentonades y como si fuese dentro de un firme interrogatorio, los torsos cuelgan, flotan en un asfixiante espacio, a veces con una sola ventana tapiada por la luz que opaca la mirada. Criaturas-papas que asumen actitudes bestializadas dentro de una colonización perversa-intacta que no acepta movilidad, pero tampoco se mueve; sobre todo, cuando augura larga permanencia.

El preciosismo deja de encontrarse en sus obras para presentarnos figuras esperpentosas, monstruosas, altamente confrontacionales y de este modo darnos cuenta de la fascinación con lo cotidiano. Hasta la malcriada mirada nos desconcierta. Nos lleva a detenernos para divisar y encontrar esos seres internos que nos acompañan.

Estas series son una gran metáfora de la trayectoria histórica de la construcción y destrucción; del colonialismo y la esclavitud en toda su actualidad en Puerto Rico. En palabras del escritor de Camerún, Achille Mbembe nos anclamos en «el devenir del negro en el mundo». En otras palabras, según Mbembe, es ese momento en que la distinción entre el ser humano, la cosa y la mercancía tienden a borrarse y desaparecer, sin que nadie negros, blancos, mujeres, hombres puedan escapar a ello. Aquí quedan expresas unas herencias traumáticas de la dominación colonial y el Tratado Trasatlántico. Por ello Martín García nos representa como sujetos escindidos, entendido desde la multiplicidad de las facetas humanas.

Se trata de la capacidad del colonizado de desdoblarse y negar su identidad que, ante la actitud dominante que le enajena, provoca un comportamiento cargado de continuos re-re-re-reinventarse en las identidades boricuas. Eso que llaman identidades se desarman y comienza adquirir formas líquidas sin soporte en los nuevos tiempos. En este archivo encontramos una dialéctica poética plástica entre el trabajo, el valor, la esperanza, la creatividad, el blablablá y verse encerrado, cercenado e imposibilitado de cambiar lo no deseable. Martín García conmina a la libertad de las representaciones ante lo deformante del colonialismo. Para Martín García el imperativo primario es la des-colonización nuestra, de ustedes, aquellas, aquellos, es decir, nosotres.

Martín García Rivera se une desde el grabado al movimiento urbano, plástico, grafitero, musical, contestario e irreverente, de finales del siglo XX hasta el presente. Continúa el oficio de la denuncia en el grabado que tanto ha honrado a Puerto Rico en décadas pasadas.

La obra de Martín García Rivera es herencia de sus maestros, de sus antecesores, de sus ancestras, de su entorno, de una espiritualidad afrocaribeña que no se deja seducir por las celebérrimas teorías y espiritualidades occidentalistas. La verdad es que no lo seduce. Se embarca en la cartografía del realismo maravilloso del siglo pasado y del presente. Nos azota en sus cubos o cuadrados para buscar la geometría de la re-visita a nuestra historia. ¿Cuánto hemos crecido, cuánto hemos caminado, cuánto hemos avanzado? ¿Dónde quedó el vacío del tiempo; en algún rincón de nuestra historia? Ahí, con una sola pata-mutilada, ahí estamos, enmascaradas y enmascarados, inmóviles, ciegos, sin brazos y pies, ¡quedaooos! Podría ser en el descanso de la conciencia, sin saber que jugamos al aniquilamiento de adentro y desde donde sobra la nada.

Son familias y contrafamilias. Personajes que se repiten en otros espacios bajo otras atmósferas y que se vinculan entre sí. Desde el cuadrilátero del cuarto se afirman los voluptuosos cuerpos pesados y atrapados en una profunda situación de conquista y colonización. En ellos se ven las más mórbidas formas de racismo, discriminación y desigualdades.

El lenguaje gráfico del esperpento que maneja Martín García en este archivo nos facilita la magnitud de la propuesta visual en tiempos de lockdown, en una isla en el mar Caribe. La serie Archivo de asombro cotidiano reúne obras que nos presagiaron horas intensas de confinamiento en el país-cuarto. El mundo ha empequeñecido, se ha contraído espacialmente. Hemos, de algún modo, tocado los límites físicos del planeta hasta el punto de que probablemente ningún rincón de la tierra sea desconocido o esté deshabitado.

El espacio de estas obras se encierra en una gama cromática mínima: el blanco y el negro, creando un ambiente entre dos o unos pocos. Es como si no hubiese escapatoria ni posibilidades. A su vez, pocas ventanas permiten que otros se asomen, pero siempre en vigilancia. Los de adentro se desdoblan, se triplican sus órganos confundidos en la unicidad del ser. La verdad que en los últimos tiempos, todos y todas en la isla hemos estado construidos por ellos y ellas, por otros y otras y hasta por aquellos y aquellas. Y si hablamos del espacio, este es a la vez enrevesado, cerrado, es decir, absolutamente asfixiante, cada vez más cercano al intruso. Anímicamente estos espacios se nos hacen sospechosos, angustiosos y dudosos. Las ventanas apenas se alcanzan y, en algún lugar de este archivo, aparece la figura del ligón, como el que se asoma en el cuadro El velorio de Francisco Oller.

Estos trabajos son un reconocimiento a la inmensa herencia gráfica puertorriqueña, de un discípulo, que, gracias a todos ellos y ellas, sostiene un lenguaje gráfico urbano que incide y amarga. Son grandilocuentes metáforas plásticas que nos remiten a nuestra historia gráfico-plástica, con un profundo contenido de crítica político-social.

Martín García expresa, en situ, un lugar cerrado, monocromático, que vincula por antonomasia figuras en un entorno netamente afrodescendiente. Esto se ve claro desde los objetos que acomoda en los recintos, como los instrumentos musicales y los objetos espirituales afrodescendientes que refieren a otra espiritualidad que no es la cristiana. Me refiero a las veces que en las escenas encontramos a Elegua. La espiritualidad afroantillana está muy viva en Puerto Rico, pero a su vez demonizada por las instituciones del poder. Martín García Rivera deconstruye verdades absolutas desde lo inmaterial, y reta a las espectadoras y espectadores a mirar el universo espiritual de las creencias que trajeron los seres humanos que llegaron forzados del continente africano a las recién llamadas Américas y el Caribe. En sus obras las formas dialogan con gesticulaciones que apelan a las divinidades-orishas- de las creencias de los puertorriqueños y las puertorriqueñas.

El buril y la punta seca en las manos del maestro García Rivera nos ayuda a entrelazar lo visible y lo invisible. Muchas veces, las poses desde la esfera espiritual infunden libertad y caminos a seguir, como es el caso de la presencia de Elegua. Para ello hay que conocer los contextos de sus ritos y sus significados. En su reverso existe la denuncia de esa mirada euro(ego)céntrica que apunta hacia el continente africano y a sus descendientes como algo caníbal y bárbaro, es decir, seres humanos-mercancía que viven en los márgenes de las desigualdades hoy en día. Martín García pormenoriza el reconstruir una memoria «de abajo», sanadora y desvictimizadora que pueda tener condiciones integradoras para un proyecto común puertorriqueño.

El maestro, el catedrático y el artista Martín García Rivera, exhibe sus obras de arte con la afable intención de que la comunidad universitaria y toda nuestra gente la disfrute. Que desde el recogimiento se converse y conserve nuestra torre, asegurando la riqueza de las artes y su educación descolonizadora.

La autora es directora del Instituto Interdisciplinario y Multicultural  de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

1Leáse la Declaratoria del Artista por Martín García Rivera en la exhibición, Archivo de asombro cotidiano en la Galería Francisco Oller, Facultad de Humanidades, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

2Ibid.

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