El cine de horror y su paradoja: It Chapter Two

Por Juan M. Recondo/Especial para En Rojo

El cine de horror le ha dedicado mucha atención a la relación entre la inocencia bucólica y la oscuridad de la vida en pueblos pequeños. Un ejemplo magistral de este tipo de cine, Midsommar (dir. Ari Aster, EEUU, 2019), donde un grupo de jóvenes descubre el lío mortal en el que están metidos en una idílica comunidad en Suecia, demuestra que el género del horror obliga al espectador a sospechar de lo que a simple vista aparenta ser sano e inocente. Esa contradicción es a lo que alude la película It Chapter Two, dirigida por Andy Muschietti y basada en la novela de Stephen King. Aunque la película es bastante torpe, It Chapter Two logra evocar una nostalgia por el pasado que retrata en la primera parte, It (dir. Andy Muschietti, EEUU, 2017; reseñada también en Claridad), sin olvidar el monstruo que batallaron y que veintisiete años después vuelve a amenazar las vidas de los habitantes del pequeño pueblo de Derry.

It Chapter Two retoma la historia del grupo de amigos que aparentemente habían derrotado al monstruoso payaso Pennywise (Bill Skarsgård) cuando eran adolescentes. Mike (Chosen Jacobs e Isaiah Mustafa) es el único que ha permanecido en el pueblo estudiando su historia y tratando de entender el origen del monstruo que come niños. Al darse cuenta de que Pennywise ha regresado, Mike se comunica con cada uno de sus amigos, miembros del Club de los Perdedores (the Losers Club), para finalmente matar la criatura. Así contacta a Bill (Jaeden Martell y James McAvoy), que unió al grupo en su adolescencia y que ahora es un popular escritor; a Beverly (Sophia Lillis y Jessica Chastain), que pasó de una relación abusiva con su padre a otra con un hombre muy violento; a Ben (Jeremy Ray Taylor y Jay Ryan), el tímido adolescente gordo que triunfa como arquitecto en su adultez; a Eddie (Jack Dylan Grazer y James Ransone), que encontró su fortuna como comerciante aun cuando lo persigue el espíritu de su madre; a Richie (Finn Wolfhard y Bill Hader), cuyo sentido del humor en su infancia lo guió a convertirse en un comediante de renombre; y a Stanley (Wyatt Olef y Andy Bean), que fue del nervioso niño más afectado por el monstruo a un sólido hombre de familia. Como adultos, el grupo ha olvidado su pasado y es Mike el que los trae al pueblo de nuevo y los provoca a recordar no solo la amistad que los unía, sino también al monstruo que juraron eliminar.

Uno de los elementos mejor logrados de la película es esa mezcla de nostalgia y oscuridad. Parte de la obra de King se presta para esto y algunas películas basadas en su trabajo, como las excelentes Stand by Me (dir. Rob Reiner, EEUU, 1986) y The Shawshank Redemption (dir. Frank Darabont, EEUU, 1994), logran evocar una añoranza por un pasado dulce y terrible. Cada adulto en la historia busca ese fragmento que los hace revivir un preciado recuerdo: una bicicleta, un poema escrito en una postal manchada por el tiempo o una moneda para jugar algún juego de video de los 80. Las interacciones entre los amigos cuando se reencuentran y cuando discuten el plan para confrontar al payaso le dan un magnífico elemento humano. Inclusive la energía de la película se siente interrumpida cuando estos se separan para buscar algún objeto necesario o porque no encuentran forma de enfrentar los demonios de su pasado. El disfrute de su compañerismo hace evidente lo necesario del apoyo de una comunidad que comparte el trauma.

La conexión entre los protagonistas es tan clave como el monstruo que amenaza al pueblo. Los monstruos en el cine de horror sobreviven más allá de las películas en las que habitan. La inocencia destructiva del Frankenstein de Boris Karloff (Frankenstein [dir. James Whale, EEUU, 1931]), el humor oscuro del Freddy Krueger de Robert Englund en la serie de A Nightmare on Elm Street y el majestuoso lenguaje corporal del hombre anfibio de The Shape of Water (dir. Guillermo del Toro, EEUU, 2017) son un golpe visual difícil de olvidar. El Pennywise the Skarsgård es un triunfo entre los monstruos del cine. Como padre, me aterra ver la manera en la que el payaso manipula emocionalmente a los niños para atraerlos a sus fauces. Al mismo tiempo, el actor logra darle una rara vulnerabilidad al personaje cuando se ve amenazado logrando así manipular al espectador. El efecto que logra es similar al del asesino de niños actuado por Peter Lorre en M (dir. Fritz Lang, Alemania, 1931), que nos provoca lástima cuando se derrumba ante la corte del bajo mundo que lo enjuicia. La vulnerabilidad de Pennywise y su construcción visual —su vestuario antiguo, su maquillaje y su extraña sonrisa— logran una criatura memorable.

A pesar de sus logros, el director, Andy Muschietti, abusa del CGI para alterar la apariencia del payaso restándole a la fantástica actuación de Skarsgård. Tornar al monstruo en una araña gigante demuestra la poca confianza del director en el poder del actor. Además, la película depende de técnicas trilladas para asustar al espectador, limitando así las posibilidades de desarrollar el suspenso de maneras más innovadoras. It Chapter Two tiene un buen ritmo y cuenta con suficientes elementos para satisfacer a los amantes del cine de horror, aunque limita sus posibilidades de revolucionar el género por su uso de fórmulas cansadas y de efectos generados por computadoras. Tanto como el horror sangriento de una dulce adolescencia, la película es una maravilla imperfecta.

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