El Cristo Guerrillero en Guadalupe

A comienzos de 1969 fui abordado por varios compañeros del Movimiento Pro Independencia de Puerto Rico quienes me invitaban a ser parte de una delegación de jóvenes independentistas que viajarían a Cuba durante el verano de ese año para conocer las transformaciones sociales y económicas que se llevaban a cabo en nuestra hermana isla de las Antillas a diez años del inicio de su Revolución.

Éramos dieciocho jóvenes entusiasmados por conocer el país que, habiendo derrotada un a dictadura y enfrentado al imperialismo estadounidense, se proponía instaurar la primera sociedad igualitaria del continente. La mayoría de ellos eran miembros de la Federación de Universitarios Pro Independencia. Hilcia Montañez y yo éramos parte del Movimiento Estudiantil Cristiano, organización desde la cual se comenzaba a repensar el papel del cristianismo en el mundo colonial nuestro al calor de las preocupaciones teológicas de la naciente teología de la liberación. También realizaron el viaje dos bisoños en la triste faena de coartar ideales que la Policía de Puerto Rico había logrado infiltrar en el grupo.

Cuba atravesaba por un período económico difícil y su gobierno había iniciado una campaña dirigida a alcanzar diez millones de toneladas de azúcar, con lo cual se esperaba lograr las divisas para sostener el magno plan de desarrollo social puesto en marcha. Permaneceríamos varias semanas en ese país conociendo el proyecto de desarrollo que el gobierno de Estados Unidos pretendía arruinar. De modo que se trataba de un recorrido por Cuba en un momento clave de su historia.

Nos preparamos para viajar en un barco que saldría del puerto de Halifax, en la provincia canadiense de Nova Scotia. Partimos de San Juan hacia Nueva York y luego nos dirigimos hacia el puerto de Halifax, donde nos esperaba un barco que nos llevaría a Cuba. Sin embargo, fuimos informados que iniciaríamos el viaje en un navío que saldría de Montreal. Recorrimos pues cerca de 1,200 kilómetros de ese país antes de llegar al puerto de la mayor ciudad de la provincia francófona canadiense. Allí nos esperaba la tripulación del Combate de Palma Mocha, cargado de reses adquiridas por el Gobierno de Cuba como parte del proyecto agrícola para cruzar diferentes razas de ganado bovino a fin de producir vacas de alta productividad lechera que fueran asimismo capaces de resistir los embates del trópico.

Casi dos semanas más tarde llegamos al puerto de Mariel, en la provincia de Pinar del Río, a unos 60 kilómetros de La Habana. Desde nuestra residencia en el barrio Miramar de la Habana visitamos innumerables lugares de la capital al inicio de un itinerario que luego nos llevaría a conocer proyectos agrícolas, instituciones educativas y localidades importantes de la historia de Cuba en las diversas provincias a lo largo del extenso territorio de la mayor de las Antillas.

De vuelta a la capital al cabo de un mes en Cuba concluimos nuestro viaje. Nos preparamos para retornar a Puerto Rico partiendo de la ciudad oriental de Santiago en un buque que nos llevaría a la isla de Guadalupe, desde donde abordaríamos el avión de regreso a casa.

Abordamos la nave cargada de cemento que Cuba le vendía a empresas de esa isla para saciar la demanda generada durante el auge de la industria del turismo en las Antillas francesas. En el barco nos acompañaban dos figuras destacadas del movimiento antirracista estadounidense quienes visitaban Cuba con el interés de conocer de cerca la condición de la población afrodescendiente en ese país: Angela Davis y Kendra Alexander.

Durante los días finales de nuestra estancia en Cuba fuimos preparando nuestro equipaje de regreso, que incluía un buen número de cajas repletas de artesanías adquiridas en diversos puntos del país, discos y obsequios que recibimos de muchos cubanos a lo largo del recorrido. También llevábamos ejemplares de la revista Tricontinental, que contenía en su interior un afiche realizado por el artista cubano Alfredo González Rostgaard que representaba a un Jesucristo con halo, y portando un fusil.

El Cristo Guerrillero de Rostgaard

La primera década de la Revolución Cubana vio el nacimiento de una nueva estética revolucionaria que impugnaba el orden vigente en el continente. Alfredo Rostgaard fue uno de sus máximos exponentes de la cartelística cubana que se fue construyendo durante aquellos tiempos, pues fue integrante del equipo de producción gráfica del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) de mediados de los años sesenta y director artístico de dos importantes publicaciones cubanas: la revista Pensamiento Crítico, publicada desde la Universidad de La Habana y la revista Tricontinental, que fue una de las voces centrales de Cuba hacia el mundo. Rostgaard creó buena parte de sus obras más conocidas durante su período en la Tricontinental, como fueron Black Power, en 1968, y Che Radiante en 1969. Ese año también creó la obra Cristo Guerrillero, que recorrería el mundo con su mensaje de repudio a un cristianismo en contubernio con las elites controladoras del poder en los países del continente americano.

Los años sesenta del siglo veinte estuvieron marcados por intensos debates en el seno del cristianismo latinoamericano, estimulados por el Concilio Vaticano II y catapultados por el surgimiento de la teología de la liberación en América Latina. La Revolución Cubana no estuvo ajena a estos eventos, puesto que la institucionalidad cristiana, históricamente enlazada a las esferas del poder desde la colonización, ahora se veía bamboleada por las tensiones teológicas al interior del mundo religioso. En la teología de la liberación se cuajó el mayor desafío, a través de la propuesta de una misión volcada hacia los pobres, con una fuerte crítica al colonialismo y a la explotación capitalista.

El cuadro Rostgaard que traíamos en nuestro equipaje era un homenaje al sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo, quien fue asesinado en 1966, poco después de integrarse al Ejército de Liberación Nacional colombiano. El cartel, de 12×32 pulgadas, fue inspirado en las palabras de Camilo Torres, que resonaron con fuerza en el universo eclesiástico latinoamericano de finales de esos años, “si Cristo viviera hoy, sería guerrillero”.

En Basse Terre, Guadalupe

Luego de varios días en alta mar tocamos las costas de Guadalupe en horas de la mañana. El capitán nos advirtió que los muelles del puerto estaban ocupados, por lo que resultaba necesario adelantar las gestiones de la delegación en la aduana de Basse Terre a fin de garantizar la conexión con los vuelos internacionales que partían desde el aeropuerto de Pointe-à-Pitre. Fuimos descendiendo del barco en pequeños grupos para abordar un pequeño botecillo que nos llevaría al puerto. En la aduana, un oficial francés y blanco abrió una de las cajas y se topó con los números de la revista con la imagen del Cristo Guerrillero. Desencajado, comenzó a repetir frases que mostraban su coraje ante la imagen del Jesucristo combatiente. Nos acusó de violentar las leyes de Francia al introducir una revista de contenido revolucionario. Confiscó nuestros pasaportes y nos llevó a un cuarto cerrado y vacío donde permanecimos intranquilos por varias horas.

Cuando fue informado del suceso, el capitán del buque se comunicó con La Habana. Poco después se presentó en la oficina de aduanas una mujer afrodescendiente, abogada, en elegante traje de hilo y de firme porte, quien de modo pausado nos ofreció disculpas por el inconveniente y nos aseguró que habría de resolver el problema. Horas más tarde nos anunció que había logrado que los oficiales aduaneros autorizaran la salida del país hacia nuestros respectivos destinos. Nos dijo también que realizaba gestiones para que pudiéramos llevar las cajas con nosotros.

Esa tarde la abogada, Madame Gerty Archimède, nos invitó a su casa ubicada en las cercanías del puerto para la despedida. Conversamos y agradecimos su gestión. Antes de nuestra partida, la abogada nos comunicó su argumento central en la controversia con el oficial francés. Era irrazonable, le dijo, que una revista con texto en español, colocada en cajas dirigidas a un destino ulterior, pudiera servir cualquier objetivo político en un país que desconocía esa lengua. Esa noche viajamos hacia el aeropuerto en Pointe-à-Pitre con nuestro equipaje y nuestras cajas. Intentamos dormir en los asientos del aeropuerto hasta el día siguiente, cuando por fin tomamos el vuelo de regreso a San Juan.

Madame Archimède

Hace algunos años, al inicio de una charla que ofrecía en Guadalupe, quise reconocer la hospitalidad de los anfitriones diciéndoles que estaba muy contento por el caluroso recibimiento que me habían brindado, en contraste con el penoso incidente del cual había sido parte durante mi primera visita a su país a finales de los años sesenta. Cuando finalicé mi presentación, varias personas se acercaron a mi para inquirir sobre el suceso que había mencionado al comienzo de mi alocución. Al conocer los pormenores quedaron gratamente sorprendidos porque yo había sido parte de una historia que involucraba a Madame Gerty Archimède, una de las hijas más ilustres de ese país.

Gerty Archimède nació en el poblado de Morne-a-l’eau en 1909. Hija del alcalde del poblado, se interesó en la vida política desde niña, impactada por las desigualdades sociales en la colonia francesa. Militante del Partido Comunista desde muy temprano en su vida, luchó a favor de las comunidades pobres de su país, el respeto y los derechos de las mujeres, los niños y las familias de su tierra. Fue la primer afrodescendiente de Francia en convertirse en abogada, en 1939. En 1946, dos años después de que las mujeres tuvieran el derecho al voto, fue elegida diputada a la Asamblea Nacional francesa, conviertiéndose en la segunda mujer afrodescendiente en ser parte de ese cuerpo.

Michel Bangou, quien fue su compañero de luchas, me invitó a visitar el museo erigido en su memoria, localizado en la casa donde ella residió desde 1952 hasta su fallecimiento en 1980. Fue en esta casa, en la calle Maurice Marie-Claire 25, en el centro de Basse-Terre, donde celebramos el final de nuestra detención en el puerto y agradecimos su labor. Viajámos junto con mi esposa y la socióloga Sophié Brudey, quien había escrito su tesis doctoral sobre las relaciones entre Guadalupe y Cuba, en uno de cuyos capítulos discutía el episodio ocurrido en la aduana en 1969.

En el Museo conversamos con su director, Guy Bernos, quien era también presidente del Círculo Gerty Archimède, organización desde la cual se llevaban a cabo actividades relacionadas con los temas centrales en la agenda de vida de esta distinguida hija del Caribe. Junto a él recorrimos la sala deteniéndonos en sus módulos para conocer los pormenores de la vida de una mujer consagrada a los objetivos más elevados del ser humano, quien ha sido catalogada en su país de “abogada de los desheredados”. No hay imágenes del suceso de 1969; solo una foto de Angela Davis, quien mantuvo el vinculo con Madame Archimède a lo largo de los años. En nuestra conversación intenté llenar algunos vacíos que me parecían importantes, entre ellos el motivo de nuestro viaje a Cuba y el trasfondo histórico de la imagen de Rostgaard, que había encrespado al personero del colonialismo francés en el Caribe.

De regreso a Puerto Rico escarbé en el caudal de documentos que guardo de aquellos años, hasta encontrar varios documentos valiosos, entre ellos una fotografía del momento en el que conversan Madame Archimède, Angela Davis y Kendra Alexander. Les envié mensajes a Michel y a Sophie informando mi descubrimiento con una nota que lee, “Pienso que esta es la única foto que existe de ese suceso histórico”

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