El dujo invisible

 

Por Laurie Garriga / Especial para En Rojo

En su ensayo “El viaje”, incluido en Los países invisibles (2008), Eduardo Lalo cuenta su regreso a Londres quince años después de su primera visita. El viaje anhela convertirse en un viaje. Es decir, en una oportunidad de ver más que cadenas de tiendas o restaurantes: “Viajo, por primera vez en muchos años, para comprobar que casi todo queda ya en mi ciudad; que casi todo (que cada vez es menos: menos objetos, palabras, conceptos) queda en cualquier sitio. El viaje comienza a ser imposible. Lo visible —que es lo que ha sido globalizado— crea un suburbio de dimensiones planetarias” (11). 

En su esfuerzo de “ver algo”, el narrador sustituye las vitrinas de las “high streets” por aquellas del British Museum. En una de salas saltará a la vista la presencia de un hermoso dujo taíno en madera… mal iluminado y peor descrito. La placa anuncia escuetamente que proviene de Jamaica y perteneció al pueblo que habitaba la isla cuando ‘llegó’ Cristóbal Colón: “La historia de esos pueblos que vivieron en el Caribe por milenios, es aquí una especie de residuo mínimo. Apenas cuentan las palabras, que aquí se asemejan tremendamente al silencio. Los taínos quedan aquí innombrados, confundidos con pueblos dejados también sin identificar” (12-13). 

El British Museum toma forma con los miles de artefactos del gabinete de curiosidades del doctor británico Sir Hans Sloane (1660-1753). Se ha comprobado que Sloane, quien dona su colección de objetos, manuscritos y antigüedades al rey George II y a la nación en 1753, se benefició directamente de la trata de esclavos y que amasó parte de sus ‘curiosidades’ expoliando tierras como la jamaiquina (de donde, sin duda, sacó el dujo en cuestión). Hoy día sus ‘tesoros’ siguen expuestos junto a otros miles. El British Museum presume su esfuerzo pionero y su esplendidez: “ [The British Museum is] the first national public museum in the world. From the beginning it granted free admission to all ‘studious and curious persons’. Visitor numbers have grown from around 5,000 a year in the eighteenth century to nearly 6 million today”, lee su catálogo. Poca mención hay del origen de sus artefactos o los modos en que se adquirieron. 

Más allá de su pertenencia como potingue del doctor Sloane, a pesar de su presencia, el dujo ha sido desvestido de información, de contexto o de importancia. Tal vez gane una cierta prominencia, pensarán algunos, solo por ocupar el lugar que ocupa aún en su imperceptibilidad. 

Giorgio Agambem ha elaborado sobre la sacralización de las pinacotecas, y de aquellos objetos profanados y expuestos en sus escaparates. El filósofo italiano aduce se celebra una suerte de ritual de divinización al pasarlos de una esfera humana a otra –como un rito sacramental– y de esta manera, se les ‘museifica’. En este sentido, la galería es el templo de la veneración. La museificación no se limita a instituciones culturales, como es, en este caso, el British Museum. Se museifican destinos, ciudades, objetos, arte, personas, religiones y hasta la filosofía:

The impossibility of using has its emblematic place in the Museum. The museification of the world is today an accomplished fact […] “Museum” here is not a given physical space or place but the separate dimension to which what was once – but is no longer – felt as true and decisive has moved. In this sense, the Museum can coincide with an entire city (such as Evora and Venice, which were declared World Heritage sites), a region (when it is declared a park or nature preserve), and even a group of individuals (insofar as they represent a form of life that has disappeared). But more generally, everything today can become a Museum. because this term simply designates the exhibition of an impossibility of using, of dwelling. of experiencing (83-84).

Eduardo Lalo ve en el dujo antillano, no una exaltación o una atracción. Con su museificación parece cimentarse su invisibilidad: la de la historia caribeña y la de Jaimaica. El dujo está, pero no está. Yo misma visité este museo hace un año. No encontré la sala que menciona Eduardo Lalo. La muchedumbre y el cansancio me permitió ver algunos retazos de su inacabable acervo, como la impresionante estela fragmentada de la piedra de Rosetta y sus tres escrituras; y varias habitaciones repletas de sarcófagos egipcios –expoliados en su mayoría y desnaturalizados. Listos para el ojo itinerante–. No recuerdo mucho más. El saqueo británico (el que nos atañe en esta columna) en su exceso y su institucionalismo es también invisibilizador en obra y en omisión. 

Han pasado casi 15 años desde aquella visita de Eduardo Lalo a Londres (durante el verano del 2005) y unos 10 desde que se publicara el libro. En una actividad de lectura y preguntas de su obra, celebrada en febrero de 2019 en Boston, el autor retoma el argumento de “El viaje”, no ya para hablar de artefactos indígenas, sino para equiparar la invisibilidad a la dominación. Sin mencionar a Agambem extiende el término, lo generaliza. Se domina lo que se silencia y se invisibiliza desde todos o cualquiera de los puntos del planeta, arguyó.

Hace unos días, luego de leer “El viaje”, visité el portal web del British Museum. Pude confirmar que su colección incluye, entre otros objetos taínos, unos cemíes provenientes de Republica Dominicana y Puerto Rico. Los artefactos han sido agrupados bajo el muestrario “Lost Kingdoms: Central America”. La invisibilización museificada también logra hasta desplazarnos del Caribe y el mapa.

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