El entorno social de los gemelos

En la calle Rufino Tamayo vivían dos hermanos gemelos idénticos que jugaban en el mismo equipo de pelota de Pequeñas Ligas en el que yo estaba apuntado. Edgardo y Armando, que se llamaba como su padre, tenían una hermana menor con la que yo me crié inicialmente en Isabela y a la que dejé de ver en la adolescencia. Los dos peloteros eran los personajes de mi temprana infancia, cuando todavía estudiaba en el Colegio laico, junto al hoy facellido Raúl Feliciano, al que llamaban Rayuyo y que se destacaba en el beisbol, aunque tenía un rasgo que llamaba la atención, que leía mucho a tan temprana edad. Tenía a su haber la comprensión cabal de una novela de René Marqués que yo nunca pude leer, La víspera del hombre, que mi ex compañera conocía como a la palma de su mano, igual que las historias de Zalacaín, el Aventurero, de Pío Baroja. A parte de esos dos libros que yo nunca pude conocer a tan tierna edad -porque eran lecturas maduras para un niño de diez años- los vecinos apenas hablaban de los que gustaban de leer. La madre de los gemelos se llamaba Noelia y como yo me crié con la hermana menor, era asiduo a visitarlos con bastante más que mucha frecuencia.

A los doce años, me empezaron a vigilar con una niñera que vino a mi casa con otra pareja de mellizas de la misma familia, aunque mayores que yo y ya casaderas. Había otra pareja de gemelos más, los que repartían el periódico en una motocicleta, y a los que por supuesto dejé de ver en la adolescencia.

El tema del gemelismo en mi obra literaria se debe al hecho de que conocí a esos niños, aunque posteriormente he visto la raíz teatral del tema y entiendo por qué es el en el teatro que mis cuentos han tenido mejor suerte. Hay dos obras que importa mencionar porque tratan del gemelismo, La Duodécima Noche de Shakespeare y La máquina de escribir de Jean Cocteau, que no conocía hasta ahora. En cambio hay una novela de Pascal Bruckner, The Divine Child, que cuenta la historia de dos gemelos fraternos en vías de venir al mundo, que me obsequió un amigo matemático, David Santos.

Con la hermana de Armando y Edgardo pasé varios veranos en Isabela, celebrando que el hijo de otro señor que también tenía un hermano gemelo idéntico, el Sr. Pascual, iba a estudiar para médico y se iba a casar con la menor de los dos hermanos Rodríguez. Damon Wilson, émulo de Poe, en su Encyclopedia of Unsolved Mysteries, vuelve sobre ese tema de los gemelos que también ocupaba a Poe en The fall of the House of Usher, según dice el escritor de ciencia ficción Ray Bradbury en un programa que hizo para la Enciclopedia Británica. Yo no recuerdo haber leído la versión que Bradbury llevó a escena para enseñar su teoría sobre ese cuento de Poe. Por supuesto, la teoría de un artista no es la teoría de un crítico literario. Siempre hay gajes del oficio en lo que un cuentista puede decir. Por último, Jean Cocteau, heredero del teatro calvinista, vuelve sobre las consabidas trapisondas del tema del gemelismo en La máquina de escribir, pero monta el tradicional asunto sobre la base de la eterna discusión protestante sobre el derecho de los dependientes de un papá. Siempre hay que acudir a ese truco para defender tal o cual idea. Es un viejo sofisma que data de tiempos de Roma y que al parecer siempre va a quedarse.

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