El germen de lo nuevo en el PPD

En 1936 el Partido Liberal –remanente histórico del Unionista fundado hacía varias décadas– enfrentaba una crisis interna. El sector joven de su liderato, capitaneado por Luis Muñoz Marín, pugnaba por el control del partido buscando desplazar al viejo grupo que encabezaba don Antonio Barceló. La facción pretendiente se proclamaba portavoz de “los hombres y las mujeres que ponen la independencia y la justicia económica por encima de todas las cosas”, mientras que el sector que controlaba la dirección, además de imputarle puro afán de poder (“egolatría” decía don Barce) los llamaba “radicales” y los acusaba de confundir la “justicia social” con “socialismo radical o comunismo”.

Todos sabemos cómo terminó aquella confrontación de 1936. El sector dirigente de los liberales, manejando la maquinaria del partido, mantuvo el control echando al lado a los disidentes, Luego de las elecciones de aquel año el grupo marginado optó por fundar un nuevo partido, llamado Popular Democrático, que terminó arrastrando toda la base del Partido Liberal dejándolo en el esqueleto. Lo nuevo desplazó lo viejo mandando al retiro forzoso a toda una generación de políticos.

Treinta años después, al comenzar la segunda parte de la década del ’60, los dos partidos principales de entonces, el PPD y el Estadista Republicano (PER), casi al unísono entraron en crisis. En el primero estaba el grupo dirigido por el entonces gobernador Roberto Sánchez Vilella, quien postulaba un ELA con mayores poderes y, además, quería postularse a la reelección. Luego de impedirse la celebración de primarias, las que el grupo de Sánchez podía ganar, se celebró una asamblea que el todavía líder Muñoz Marín controló dejando en la cuneta a los disidentes. Estos procedieron a crear el Partido del Pueblo que tuvo una vida efímera. Sánchez siguió siendo un líder respetado pero sin poder político real, mientras el PPD volvería a ganar en 1972.

En el otro bando, el anexionista, la historia fue distinta. La confrontación surgió en torno al plebiscito que el gobierno del PPD convocó para 1967. El grupo más joven del PER, apoyando al histórico líder Luis A. Ferré, impulsaba la participación en la consulta de status como medio para adelantar la estadidad. El liderato tradicional, capitaneado por Miguel A. García Méndez, quería ir a la abstención. En otra asamblea también controlada por la maquinaria, el sector tradicional se impuso y los allí derrotados procedieron a crear un movimiento llamado Estadistas Unidos que concurrió al plebiscito. Tras la consulta el movimiento se convirtió en Partido Nuevo Progresista (PNP) que desplazó totalmente al PER y aprovechando la división del PPD pasó a ganar las elecciones del 1968.

En dos de esos tres procesos, el grupo más joven, que propulsaba la modernización de la colectividad, terminó imponiéndose. Al ser aplastados por la maquinaria partidaria, crearon una nueva organización que dejó en cuadros al partido tradicional.

Ahora que el mismo PPD fundado en la década del ’30, ya viejo y esclerótico se enfrenta a otra crisis interna, donde se amenaza con expulsar a tres legisladores jóvenes, vale la pena revisar estas experiencias.

El Puerto Rico de 2017 se parece mucho al del 1936. Ahora, como entonces, una crisis económica y social pavorosa recorre el país poniendo sobre el tapete las limitaciones del régimen político. Forzada por esas circunstancias la metrópolis colonial, de ordinario ciega y sorda a las necesidades de su “territorio”, se ve obligada a fijarse en nosotros. Pero a diferencia de la década del ’30, cuando la administración liberal de Franklin D. Roosevelt creó programas que ayudaron a paliar las consecuencias de la crisis, la de ahora nos manda una Junta controladora que, al estilo del más rancio colonialismo, nos impone una dosis brutal de restricciones y austeridad.

Como en el viejo y anquilosado Partido Liberal de 1936, en la lucha interna del PPD se reflejan las tensiones sociales que se viven en el país. Un amplio sector del partido, mayormente joven, postula la necesidad de superar el colonialismo y caminar hacia la soberanía. La fuerza numérica de este sector es grande pero, a diferencia del de 1936, carece de un líder carismático capaz de aglutinarlo y darle dirección. El sector tradicional que controla el partido, que ya sin esconderse más defiende la continuidad del colonialismo, es consciente del enorme potencial del sector soberanista y también de sus presentes debilidades. Por eso han decidido actuar ahora y ya iniciaron un proceso “disciplinario” interno dirigido a extirpar la disidencia. Tal parece que quieren atacar el problema antes que aparezca el liderato que haga valer la fuerza del soberanismo.

Hasta ahora el grupo reprimido, distinto al que en 1936 también lo fue, han optado por aceptar el papel de “víctimas”. Cuando el grupo del ’36 se sintió acosado respondieron con la ofensiva. Acudieron a la base del partido, a los militantes, y en cuestión de días reunieron en Coamo a 253 dirigentes de locales. Aquella movilización no les permitió prevalecer sobre la maquinaria, pero luego sería la base de su fuerza futura.

La clave del grupo que dio la batalla en 1936, más que la existencia de líderes carismáticos, fue su disposición a movilizar a sectores amplios de la membresía. En lugar de limitarse a denunciar la persecución interna, asumiendo el papel de víctima, optaron por la ofensiva.

A juzgar por las experiencias históricas resumidas en los primeros párrafos de este artículo, nadie puede garantizar que si los soberanistas del PPD optan por dar la batalla habrán de prevalecer como lo logró el grupo de Muñoz en el ’36 y el de Ferré en el ’68. Junto a esas dos experiencias victoriosas está el fracaso de Sánchez. Pero como ocurrió con Sánchez y pudo haber ocurrido en 1936, la alternativa a dar esa batalla parece ser el aniquilamiento y la humillación.

El PPD de 1968 es distinto al de ahora. Entonces todavía planeaba sobre el partido la figura hegemónica de Muñoz, quien timoneó la liquidación de Sánchez y la búsqueda de un nuevo liderato. Ahora lo que existe es un liderato débil, sin carisma y sin arraigo real. Además, en 1968 todavía se vivía el mito del ELA y la economía crecía año tras año. Ya nada de eso existe.

¿Se atreverán los “disidentes” del PPD a intentar algo nuevo o se limitarán a visitar el muro de las lamentaciones?

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