El huracán María, la crisis y el escándalo

La destrucción del paso del huracán María fue terrible. Se ha llegado a dividir nuestra vida social con un antes y un después del mencionado huracán. La huella es poderosa, sin duda, pero al mismo tiempo puede ser engañosa. Su peligro consiste en lo que puede ocultar o sacar de foco: la enorme crisis económica-social-política que vivía Puerto Rico mucho antes del huracán. El movimiento violento de la naturaleza no ha cambiado, en lo sustancial, la crisis. Lo que hizo fue agudizarla. Pero ha sido tan fuerte el golpe, que puede hacer visible sus daños como si tuvieran una autonomía que no tienen.

Después del paso de María, Puerto Rico quedó expuesto con una desnudez sorprendente: parecía estar sin gobierno. Es cierto que las comunicaciones quedaron destrozadas, pero esa dolorosa ausencia no explica la total incapacidad del gobierno de Ricardo Rosselló de operar y hacerse visible. Intentaron organizarse en el Centro de Convenciones, pero lo que hubo allí, durante semanas, fue un verdadero caos. Los vientos de María no soplaban en el interior del Centro de Convenciones: lo que soplaba allí era la total incapacidad de un grupo de políticos empresarios obsesionados con la política como negocio, con la política como medio de enriquecimiento por la vía “fast track”, enfrentados súbitamente con la ineficacia de sus mágicos celulares. El vacío imaginativo fue como la otra cara de la moneda de la crisis. Criaturas neoliberales, hijos legítimos e ilegítimos del mercado, entonces se vieron desnudos ante el derrumbe inesperado de la gran maquinaria del intercambio de mercancías. Y el resultado fue evidente: no supieron qué hacer. Todavía, a cuatro meses del huracán, no saben qué hacer.

Los síntomas más visibles de la incompetencia del gobierno aparecieron y todavía se ven en la calle: la ausencia escandalosa de semáforos en áreas urbanas donde hace meses se restableció la luz, la ausencia sorprendente de policías en avenidas principales sin semáforos y en cruces de gran circulación de automóviles, el abandono experimentado por un gran sector de nuestra población ante la inactividad en el restablecimiento de la luz, y la inseguridad que se extiende ante la creciente ola criminal. Dos niveles de abandono social han puesto de relieve el huracán María: el abandono del gobierno debido a su alarmante incompetencia y la lentitud, la ineficiencia, e incluso el desprecio de la burocracia federal.

Pero no todo lo que parece ser un efecto del huracán es un efecto del huracán. La persistente y duradera huelga de brazos caídos de miles de miembros de la Policía de Puerto Rico no tiene causas naturales. Sus causas son económicas y políticas. La ausencia de miles de policías de su trabajo diario no se ha debido a las horas extras que se les debe. También tuvo que ver con la amenaza que se cierne sobre su plan de retiro. No fue el huracán la fuerza que los sacó de la calle. Fueron las medidas neoliberales con sus efectos de empobrecimiento general sobre los sectores laborales del país. Es decir, causas sociales puestas en acción por la política neoliberal, han provocado que miles de policías no cumplan con sus funciones diarias en medio de una situación de emergencia. Si la protesta policiaca se ha dejado ver y sentir con fuerza, ha sido precisamente por las condiciones de inseguridad acentuadas por el huracán. Ahora bien, esa ausencia policiaca ha hecho más visible la ausencia del gobierno y su innegable incompetencia.

Otro de los aspectos más evidentes de la crisis, tal vez el más dramático, ha sido el estado de destrucción del sistema eléctrico del país. Se ha dicho, con razón, que sus grandes torres, sus postes y su cables quedaron en el piso. Nadie puede negar esta realidad. Los ojos pudieron constatarla. Lo que no pueden constatar los ojos fue el largo y silencioso huracán neoliberal que durante décadas azotó a la AEE: corrupción a granel, grandes y disparatados proyectos de gasoductos fracasados, falta de mantenimiento a las generadoras de electricidad y al sistema de distribución, etc. Durante décadas la política bipartidista PPD-PNP se dedicó a esquilmar y debilitar a la AEE como parte de un proceso de desmantelamiento para entregar esta importante corporación pública al capital privado. No esperaban un huracán. Mucho menos de la categoría de María. Antes de poder privatizarla, como resultado de un proceso inmoral de debilitamiento de la AEE, el huracán los madrugó.

¿Qué significó la presencia inesperada de María para el sistema eléctrico? Pasó con toda su violencia sobre un sistema con un mantenimiento totalmente deficiente, prácticamente abandonado, con una significativa disminución de trabajadores para atenderlo, y con una pérdida enorme de clientes industriales y domésticos, debido al cierre alarmante de fábricas desde la liquidación de la Sección 936 y la emigración masiva debido a la pérdida de decenas de miles de empleos. Por consiguiente, el derrumbe de la red de energía eléctrica no puede disociarse de la política neoliberal de las últimas tres décadas. Claro, quién recibe el golpe más duro e inhumano es el mismo pueblo trabajador que ve en peligro su empleo, su sistema de retiro, y muchas otras cosas por las que ha luchado toda su vida.

Apenas toco algunos aspectos alarmantes de nuestra realidad. Falta uno, sin embargo, porque sirve para dar una medida de la insensibilidad que caracteriza la política neoliberal en sus peores aspectos. Mientras se le impone la austeridad a las mayorías laborales y comunitarias, para supuestamente salir de la crisis, resulta revelador observar algunos sueldos de los que dirigen la política neoliberal local. Dos figuras de la Junta de Control Fiscal resultan muy representativas: Natalia Jaresko, con un salario anual de $625,000.00, y Noel Zamot, con $325,000.00. Ni Christine Lagarde, Presidenta del Fondo Monetario Internacional, ni Donald Trump, Presidente de Estados Unidos, se acercan al salario de Natalia Jaresko. Lo mismo sucede con funcionarios del gobierno de Ricardo Rosselló. Julia Keleher, Secretaria de Educación, y Héctor Pesquera, Secretario de Seguridad Pública, ganan al año $250,000.00 y $248,000.00 respectivamente. Estos salarios están por encima de los salarios de Mike Pence, Vicepresidente de Estados Unidos, de Paul Ryan, Presidente de la Cámara de Representantes, así como de Kristjen Nielsen, Secretario de Seguridad Nacional, y James Mattis, Secretario de Defensa, ambos del gobierno estadounidense. No hay forma de justificar este despojo. Ninguna de estas personas, en medio de la crisis que vive Puerto Rico, posee destrezas que justifiquen un asalto así al erario. Los policías saben que mientras el gobierno arrastra los pies para cumplir con el pago de sus horas extras, y mientras su sistema de retiro corre peligro, los funcionarios del gobierno y de la Junta de Control Fiscal, llenan sus bolsillos con dinero público.

La política neoliberal ha fracasado de forma trágica en Puerto Rico. El huracán puso al desnudo la falta de proyecto de desarrollo económico de la última camada de políticos-empresarios. ¿Podrá pensar alguien que desde la bancarrota puede abrirse el camino hacia la estadidad? El delirio colonial neoliberal ha hecho de la estadidad un verdadero esperpento y ha llevado hasta consecuencias grotescas la vieja fórmula romerista con su afirmación de que la estadidad era para los pobres.

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