El laberinto de los críticos de Albizu Campos

Pedro Albizu Campos llegó a Puerto Rico el 4 de enero de 1930, después de lo que él llamó un viaje de “peregrinación por América Latina”. Entre 1927 y su regreso en 1930, visitó, entre otros lugares, Cuba, Perú, Panamá, México y Venezuela. Hay que imaginarse la primera impresión que pasó por la mente del líder nacionalista al llegar al muelle de San Juan. Antes de este viaje, él había estado en Estados Unidos, específicamente en Vermont y Massachusetts. Si en países como Perú, Cuba y México, Albizu vio una burguesía local todavía en control de sus recursos nacionales, en Vermont y Massachusetts la impresión debió ser más pronunciada. Estos dos estados federados aún hoy se enorgullecen del control local de su agricultura, dominada por las granjas menores de 65 acres. Ambas cosas, su estancia en el noreste de Estados Unidos y su peregrinación por nuestra América, deben haber fortalecido en Albizu la valoración de sus principios de nacionalista revolucionario.

El Puerto Rico al que Albizu regresó en 1930 no se parecía en nada a la agricultura de pequeñas granjas de alto rendimiento en Vermont y Massachusetts; tampoco, a las extensas operaciones de la burguesía azucarera cubana en Cienfuegos. Aquí, cuatro corporaciones absentistas, con sede en Nueva York y Nueva Jersey, controlaban aplastantemente la producción de azúcar. Entre 1900 y 1929, Puerto Rico había sido proletarizado a un nivel no alcanzado en ninguna parte de Estados Unidos, mucho menos en Vermont o Massachusetts, como puede constatarse en los censos agrícolas de 1910-1930. La transformación en las relaciones de producción en la Isla fue casi absoluta.

El desarrollo del capitalismo en la agricultura puertorriqueña era, pues, algo único, tanto por los patrones de América Latina como de Estados Unidos. Cuando Albizu regresó a Puerto Rico el 4 de enero de 1930 todavía había una pequeña pero fuerte producción campesina en el noreste de Estados Unidos. Tan era así que algunos izquierdistas norteamericanos argumentaban que el capitalismo moderno, y la gran propiedad territorial, nunca habrían de conquistar por completo la agricultura estadounidense. En Puerto Rico, por el contrario, el campo había sido proletarizado completamente. El punto de vista pequeñoburgués de la primacía del pequeño campesino era más fuerte, ideológicamente hablando, en lugares como Vermont y Massachusetts que en la Isla. Yo me atrevería a decir que de ahí viene buena parte del llamado a la defensa del pequeño campesino en el pensamiento de Albizu Campos. No pocos socialistas del noreste de Estados Unidos, influenciados por los narodniks rusos, defendían en 1915 la idea del tránsito al “comunismo agrícola” sin pasar por las granjas capitalistas de gran tamaño. Lenin, por supuesto, intervino en el debate. (Ver: Lenin, V. I, 1917, Nuevos datos acerca del desarrollo del capitalismo en la agricultura de Estados Unidos).

Pero había otra paradoja que complicaba aún más el análisis que Albizu quería hacer de la sociedad puertorriqueña en 1930. Puerto Rico, el país con la agricultura capitalista más avanzada del continente, en términos de la relación capital/trabajo en el campo, adolecía de la falta de un pensamiento socialista mínimamente profundo. Aquí no había nadie comparable a Julio Antonio Mella en Cuba, a José Carlos Mariátegui en Perú, o al pujante marxismo que surgió en Argentina y otras partes de América Latina al calor de la Revolución Rusa. La clase obrera de Puerto Rico estaba huérfana de la influencia del socialismo científico. Nuestros pensadores socialistas, salvo contadas excepciones, eran comentaristas de periódicos o burócratas de sindicatos afiliados al imperio.

Albizu Campos, aun desde una perspectiva no marxista, se dio cuenta tempranamente de que el análisis económico de la estructura de clases de la sociedad puertorriqueña no presentaba mayores dificultades. Las mismas agencias del imperialismo, empezando por el Instituto Brookings, lo habían hecho. Temas como la concentración de la propiedad agraria, el pauperismo de los trabajadores, el acorralamiento de la pequeña burguesía, el impacto de los salarios, etc., habían sido estudiados hasta la saciedad por investigadores estadounidenses. Aquí no había que escribir un tratado comparable al Desarrollo del capitalismo en Rusia, de Lenin, ni a los escritos del líder bolchevique sobre la agricultura estadounidense. Los datos, el análisis y las conclusiones estaban allí, en las propias investigaciones hechas por el imperio y sus agentes. No era de extrañar: Ya en 1910 Estados Unidos tenía el sistema de censos agrarios e industriales más avanzado del mundo. Lenin mismo lo elogió en múltiples ocasiones.

¿Qué dificultaba, en realidad, la compresión de la sociedad y la política puertorriqueña en 1930, según Albizu? Pues un entendimiento de la naturaleza del aparato estatal creado por el imperialismo. Y esto no era fácil por tres razones. En primer lugar, el aparato estatal colonial de Puerto Rico había sido creado por decreto del imperialismo en 1900. No era, como en otros lugares de América Latina, un sistema estatal en relación de linaje con el período colonial o postcolonial. Ni siquiera en Hawái en 1930 había algo similar a Puerto Rico, pues allí la anexión preservó, por décadas, muchas de las estructuras de poder creadas por la monarquía en el siglo XIX. La anexión de Hawái como territorio incorporado en 1898 no significó una ruptura política y estatal tan categórica como en el caso de Puerto Rico.

En segundo lugar, el aparato estatal colonial inventado en 1900-1903 para la dominación de Puerto Rico era una extensión de un aparato estatal completamente original en la historia del capitalismo. Tampoco en Estados Unidos había mucha continuidad entre la monarquía inglesa y el estado nacional que emerge en la nación del norte, particularmente después de la Guerra Civil. De hecho, el sistema bancario y fiscal estadounidense acababa de llegar a la madurez cuando Estados Unidos invade a Puerto Rico. Antes de eso, el imperio no tenía propiamente un sistema monetario nacional unificado, como el de Inglaterra. El dólar no adquirió su forma de circulación moderna hasta fines del siglo XIX y principios del XX. La circulación de valores financieros estadounidenses no se unificó, en lo que toca a la movilidad plena del capital, hasta 1911. Puerto Rico quedó, pues, plenamente integrado en un sistema de circulación de capital-dinero que nadie en realidad había tenido mucha oportunidad de estudiar. Lenin mismo se lamentó de que sus referencias principales para el estudio del capitalismo monopolista de estado fueran Inglaterra y Alemania, aunque era en Estados Unidos donde la acumulación y centralización de capitales procedía con mayor ímpetu. Y si en algún lugar había un lazo estrecho entre la gran burguesía y el estado, afirmaba él, era en Norteamérica. Pero los primeros tratados académicos serios sobre la evolución crediticia y monetaria de Estados Unidos no aparecen sino hasta mediados de la segunda década del siglo XX.

En tercer lugar, si los socialistas puertorriqueños no tenían una teoría científica de la lucha de clases, mucho menos tenían una teoría del estado, derivada del marxismo. Estaban en las tinieblas. Cierto es que Marx nunca pudo escribir la parte de El capital correspondiente al estado capitalista. Y cierto es que el trabajo de Lenin al respecto, o sea, El Estado y la revolución, no salió publicado hasta 1920. Pero los socialistas nuestros ni siquiera intentaron teorizar sobre el aparato estatal colonial; abrazaron ciegamente la bandera extranjera. Por supuesto, ni hablar de que se leyeran El capital, cosa que sí pasaba en muchos países de América Latina. Ya en la en la Introducción a la Contribución a la crítica de la economía política, Marx había puesto el estudio del estado capitalista como un momento necesario para la comprensión del mercado exterior y de las determinaciones del mercado mundial. Toda la sección V del tercer tomo de El capital, en que se estudian las determinaciones del capital que rinde interés, asigna un papel protagonista al estado capitalista moderno. Nuestros socialistas ni pensaban en eso.

Albizu no era marxista, obviamente. Pero en Puerto Rico no los había, de todos modos, en la época de las grandes luchas del Partido Nacionalista, a menos que uno se crea los cuentos de sus críticos superficiales. Y en lo que toca a proponentes de una teoría científica del estado colonial tampoco los había en 1930, ni los hay hoy. Por eso los escritos de Albizu sobre el coloniaje no han perdido vigencia alguna. Él es el único que ha intentado comprender el aparato colonial de Puerto Rico en función del desarrollo complejo del estado imperial en su transición al imperialismo. Muy a pesar de las limitaciones del precario ambiente intelectual de Puerto Rico, Albizu formuló una teoría sólida sobre la conexión entre el sistema tarifario estadounidense y la dominación de los monopolios en la Isla. Lo hizo como lo debieron haber hecho los supuestos socialistas puertorriqueños: estudiando la evolución concreta de la conformación interregional del aparato estatal de la metrópoli. Y ahí están sus escritos al respecto de la historia continental territorial norteamericana, tan sólidos como las murallas de El Morro. (Ver, Campos Albizu, Obras escogidas, Tomo I, pp. 116-163).

Que Albizu no fuera marxista es una cosa; pero que sí conocía de lo que estaba hablando es incuestionable. Hay que tener una ignorancia suprema de la historia de Estados Unidos, para afirmar que Albizu era fascista. De hecho, al momento en que Albizu regresó a la Isla, o sea en el 1930, sí había focos fascistas en la sociedad estadounidense, a escala regional y con poder político, con mucho poder político como en Hawái. Demás está decir que ningún parecido tenían con el Partido Nacionalista, mucho menos con Albizu. El fascismo estadounidense, ya desde la década de los 20 del siglo anterior, era virulentamente racista, protestante y proimperialista, aspectos que naturalmente no saben los críticos superficiales de Albizu, acostumbrados como están a criticarlo sin leerlo cuidosamente. Además, los datos, como decía Marx, son tercos. En todas las instancias documentadas de focos fascistas en Estados Unidos entre 1920 y 1940 el proceso organizativo era el mismo: la creación de bandas callejeras para atacar a los obreros y las huelgas, en alianza con la policía y los grupos patronales. No hay ni un solo caso en que los sindicatos de trabajadores en lucha en Estados Unidos pidieran la ayuda de los líderes fascistas. Puerto Rico no era la excepción.

Para mí, la pena no es que Albizu Campos no fuera marxista. La pena es que en nuestra isla los marxistas nunca hayamos abordado el estudio de la sociedad puertorriqueña con la seriedad, pasión y creatividad con que lo hizo Albizu. Claro que se puede criticar, e incluso refutar ideas específicas de Don Pedro. Pero la verdadera refutación, como decía Hegel, supone “el penetrar en la fuerza del adversario, y colocarse en el ámbito de su vigor; el atacarlo fuera de él mismo, y sostener sus propias razones donde él no se halla, no adelanta en nada el asunto”. (Hegel, Ciencia de la lógica, Ediciones Solar, 1968, p. 514).

Los críticos de Albizu Campos, algunos de los cuales se han hecho de fortuna y de fama académica criticándolo, se mueven intelectualmente en los confines de un laberinto. Y lo peor es que ni lo saben.

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