El lado oscuro de la fuerza

 

Especial para CLARIDAD

Estados Unidos tiene un enorme peso político, económico y financiero en el mundo, un aparato militar aplastante y una influencia cultural de masas – cinematográfica, televisiva y musical – de gran alcance. Todo poder imperial, desde Roma, se acompaña de miedos,  excesos y horrores. No se debe olvidar Hiroshima, Nagasaki, Viet Nam, Irak… En estos días, dominados por la pandemia del Covid -19  y por la igualmente ubicua figura del presidente Donald Trump, es oportuno extender la mirada hasta ese país que, después de todo, ha regido el destino de Puerto Rico por 122 años. 

Tal vez pueda advertirse que estos tiempos que parecen tan extraños no lo son. Si se amplía un tanto la mirada no lucen tan excepcionales. Además, con un poco de suerte, es posible que se logren moderar los afanes aduladores de muchos puertorriqueños que al mirar hacia el norte quedan embelesados. Se trata de una enfermedad en la que impera la negación.

Ya que el presidente Trump se ha contagiado con el Covid-19  es razonable remontarse a la llamada gripe española de 1918. Así puede sentirse en compañía de uno de los muchos contagiados de entonces: el presidente Woodrow Wilson. A tal contagio se sumaron su hija, su secretaria personal y varios miembros del servicio secreto. Wilson nunca hizo un comunicado público sobre la pandemia en que se estima  murieron a nivel global entre 20 y 50 millones de seres humanos – es obvio que se trata de estimados muy imprecisos – y alrededor de 750,000 estadounidenses.     

La pandemia se bautizó gripe española porque en medio de la Primera Guerra Mundial fue en España, país que no participó en la actividad bélica, que los medios la dieron a conocer. En realidad, todo parece indicar que se originó en Estados Unidos, concretamente en Kansas. Las negociaciones para la paz celebradas en Paris en 1919 no estuvieron libres del virus. Aparte del presidente Wilson cabe destacar entre los contagiados prominentes al economista John M. Keynes, miembro de la delegación británica. Keynes renunció a la misma, pero no por la enfermedad sino por frustración. Fue testigo de la “venganza de los fuertes y de la rabia impotente de los débiles”. Presagió la Segunda Guerra. 

En noviembre de 1920 las elecciones presidenciales las ganó el republicano Warren G. Harding. Se presentó como defensor de la religión y la moral. Durante su campaña se le pagó una considerable suma de dinero a su amante y al marido de ésta para que se mantuvieran en silencio. Era fiel creyente en la libertad empresarial, los bajos impuestos corporativos, el proteccionismo y las barreras a la inmigración. Son evidentes las coincidencias con su actual sucesor. Pero hay una gran diferencia. Se dice que era de trato amable. Tal parece que tuvo éxito en ocultar “el lado oscuro de la fuerza”… Los escándalos, sobre todo de corrupción, se conocieron luego de su muerte, que le sorprendió ocupando el cargo.

Le sucedió Calvin Coolidge, que luego gana las elecciones de 1924. Hombre de pocas palabras, se cuenta que de casi ninguna. Continuó las políticas de Harding. El Wall Street Journal, en tono de celebración, afirmó: “…nunca, ni aquí ni en cualquier otro lugar, ha habido un gobierno tan integrado a los negocios”.

Luego de la Primera Guerra se generó un intenso crecimiento económico. Eran los años del automóvil, del cine, de la electricidad y de toda una serie de nuevos bienes de consumo. También fueron años de giros conservadores, con campañas moralizadoras y censuras absurdas. Se intensificó el racismo y se redujeron las cuotas de admisión de inmigrantes. En la frontera con México no se construyeron muros. Se hizo algo peor: “desinfectar” a las personas con Zyklon B, el gas que luego utilizaron los nazis para llevar a cabo sus planes de exterminio.

El auge colapsa en 1929. La caída de la Bolsa de Valores marca el inicio de la Gran Depresión que se extenderá a lo largo de la década de 1930. Como fuerzas antidepresivas  aparecen en escena los programas del Nuevo Trato y, posteriormente, la Segunda Guerra que Keynes anticipara. Dicho sea de paso, según Rexford Tugwell, último gobernador norteamericano de Puerto Rico, Luís Muñoz Marín solo veía el lado del Nuevo Trato del presidente Roosevelt, sin comprender la vocación imperial alimentada por su origen aristocrático y su afiliación con la Marina.

Durante esos años cobran notoriedad varios dictadores – por ejemplo, Trujillo en República Dominicana, Batista en Cuba y Somoza en Nicaragua – apadrinados por el gobierno de Estados Unidos. Para su clase capitalista lo importante era “asegurar la continuidad de sus negocios”. El entusiasmo de Trump con el autoritarismo político tiene una larga lista de precedentes. También la tiene su insensibilidad.

Un episodio poco citado del trágico historial del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) se vincula a las obligaciones que contraen los países en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y al enorme peso que en las mismas ha tenido la poderosa industria farmacéutica. El mismo año en que se acordó un tratado multilateral sobre las patentes de medicinas inició Nelson Mandela su mandato como presidente de Sudáfrica. Este país enfrentaba un enorme problema sanitario, con más del 10 por ciento de su población con SIDA. Las farmacéuticas norteamericanas habían desarrollado medicinas para tratar el virus y prolongar la vida de los pacientes, pero eran caras. El tratamiento para una persona costaba $12,000 al año, seis veces el ingreso per cápita de Sudáfrica para esa época.

La administración del presidente Bill Clinton  sostenía que, bajo el acuerdo de la OMC, las empresas farmacéuticas tenían el derecho de imponer el precio que quisieran. Cuando el gobierno de Mandela intentó buscar alternativas más baratas en otros mercados le amenazaron con sanciones comerciales. Mientras tanto, una compañía farmacéutica de la India (CIPLA) comenzó a ofrecer versiones genéricas al precio “humanitario” de un dólar por día. Ante esta nueva opción Clinton respondió reiterando las amenazas de sanciones.  No fue hasta la campaña presidencial de Al Gore en el año 2000 que tal actitud se moderó como resultado de protestas de manifestantes que invadían las actividades proselitistas portando cartelones que leían “La codicia mata, medicinas para África”.  

Huelga advertir que la codicia no está ausente de la actual pandemia. ¿Cuándo lo ha estado? Sus perversos hilos no cesan de moverse.

A pesar de todo, hay que confesar que el presidente Donald Trump, a diferencia de sus predecesores, tiene una gran virtud: es malvado a nivel personal, comercial y político, pero es incapaz de disimularlo. Se le hace imposible ocultar el “lado oscuro de la fuerza”. Es el único que tiene…

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