“El mundo nunca será el mismo” de Merian Soto

 

Grabado en vivo en el MAC

En Rojo

Según la comunicación del Museo de Arte Contemporáneo (MAC), Merian Soto es bailarina, coreógrafa, video artista y profesora. Es la creadora de Branch Dancing y Modal Practice, metodologías estético-somáticas de improvisación para bailar toda la vida, las cuales enseña en Temple University, Philadelphia, donde ejerce como catedrática desde 1999. Ella presentó “El mundo nunca será el mismo” como parte del proyecto expositivo “Anarquía y dialéctica en el deseo: géneros y marginalidad en Puerto Rico” el 27 de febrero de 2021 y está disponible en YouTube y Facebook Live de @MuseoMACPR.

Tuve la oportunidad de ver el performance en vivo, el primero presencial que he visto en un año, y he resistido revisitarlo de manera virtual para mantener vivo en mi memoria ese elemento táctil y visceral que debe acompañar cualquier acto teatral, pero que se pierde en muchas transmisiones virtuales. Sin embargo, ocho días de compromisos, otros trabajos escritos y físicos y problemáticos viajes de ferry entre Vieques y Puerto Rico me han sobre ocupado desde la noche del 27 de febrero en el patio interior del Museo de Arte Contemporáneo en Santurce. Escribir el 8 de marzo es una buena prueba: ¿qué habré perdido de mis impresiones iniciales de esta “danza con ramas” de Merian Soto.

No estoy seguro que las dos piezas de utilería de “El mundo nunca será el mismo” son “ramas”; para mí, las ramas todavía mantienen su color verde, sus ramitas con hojas, la savia de su centro, madera y cáscara, su vida, aunque poco a poco secando, desvaneciéndose. Estas “ramas” tienen de siete a ocho pies de largo y ya están desnudas de hojas, sus cáscaras y maderas están ya secas. Estas ramas son, en mi vocabulario, palos en vez de ramas, y como palos, sostienen una fascinación, un significado enigmático personal. Porque colecciono palos para caminar y subir cuestas, como bastones, aunque todavía no necesito un bastón, y como piezas talladas decorativas. Traigo largos palos secos de la playa cuando camino con mis perros. El palo probablemente era entre las primeras herramientas –y también primeras armas—de los seres humanos. Los palos sirven como una metáfora que nos conecta con la humanidad de hace más de 100,000 años, y en este momento de plagas y pestes, necesitamos ese contacto para sostenernos: palos, ramas (“branches”), tierra, viento, sombras proyectadas por el fuego en las paredes de cuevas, o en los troncos al borde de bosques, o en las grandes pantallas digitales del patio del MAC.

En un vestido de pantalones sudaderos, blusa de manga larga suelta y tenis –todos del color entre rojo y “mauve”–, la bailarina, su pelo gris largo, se para frente a una pantalla grande detrás de ella y con otra pantalla (también grande) de tamaño menor a su derecha. Con la excepción de la caseta para proteger el equipo de grabar y transmitir el performance, los proyectores de imágenes, un camarógrafo de video y un fotógrafo, ella (Merian Soto) y sus palos llenan y dominan el espacio del patio interior del MAC.

Es un acto de acrobacia sin acrobacia; un deleite de coreografía hecha de movimientos cotidianos suspendidos en el espacio sin requerir el atletismo de grandes brincos y saltos. Sin pasos virtuosos, es una serie de gestos virtuosos. Mueve, gira, gesticula, vira, baja, sube, camina casi siempre con los palos como extensiones de sus brazos, de su cuerpo y su poder engendrar imagen detrás de imagen, nivel encima de nivel de vistas plásticas, fijadas e impregnadas de energía tanto sensual como espiritual. Es un tipo de “spirit dance” (término que uso para describir los gestos enmascarados de celebraciones populares caribeñas), y cautiva a su público creando un imaginario de dimensión, fluidez, naturaleza e intención corporal. Es su técnica y su espacio, y los domina en cada momento.

Comienza parada frente a la pantalla con un palo parado a cada lado de ella. La pantalla está cortada por varias imágenes de lugares y tiempos que parecen juntar pasado y presente, lo íntimo y lo exterior, lo trópico y lo metropolitano. Entonces, con los palos extendidos en las manos, se gira en círculos, midiendo el espacio, llenándolo con energía. Habla, gruñe, tiene sed, pide beber. Hay aquí ritmo y fuerza rústicos y ancestrales: los palos se balancean en sus hombros para cargar el agua, llevar cosechas, traer compras. Pero con solamente un leve cambio se convierten en el hierro del cuello de esclava/o, en una línea de esclava/os marchando hacia la costa, en una fila de prisionera/os del estado. Estos patrones de movimientos con palos se forman como sombras chinescas en las dos pantallas –imágenes reproducidas, una y otra vez, de tres a dos a una dimensión.

Las imágenes cambian. Aparece ella en pantalla con una manta roja enfrentando el viento dentro de lo que parece ser un bosque o un palmar cerca al mar. El viento en las palmas asume una posición icónica similar a los palos en sus manos, ya las imágenes son doblemente virtuales mientras ella gira, brinca, vira ya con solamente un palo y con el viento –¿de Irma y María o de todos los huracanes? —atrás. Se cae un palo; ella lo recoge. Se cae el cuerpo y queda sentada con los palos como su prisión, como un arnés de esclava, como un “veve” de “voudún”, y se levanta como un remolino de viento, como un baile de posesión de las loas o de un derviche sufista, girando en el espacio, rezando, gimiendo, sanando.

Termina sin palos; pero con la manta roja de la imagen proyectada con que juega con sombra, luz y la imagen de su cuerpo en las olas del mar que aparecen en la pantalla. Termina, y nosotros que hemos viajado con ella, también nos sentimos inspirados, levantados y sanados.

Lo de arriba es mi interpretación inicial del evento y puede haber muchas otras, porque cada mirada será diferente y personal. Ahora puedo regresar a repasar el performance en Facebook para confirmar o no mis percepciones iniciales. El acto como tal dura entre 40 y 45 minutos, pero como un sueño puede haber sido solamente fracciones de su tiempo actual. Después de verlo en línea, he cambiado unos detalles –colores, imágenes en pantallas, etc.—pero, excepto eso, dejo mi escrito original intacto. El sonido de la versión virtual es mejor que el acto en vivo. Ya se puede oír enteramente lo poco que ella dice en escena. El proceso de enfocar, en primer plano, del juego de luz y oscuridad, de aislarla, etc. no siempre permite la misma relación empática establecida en el performance presencial. No obstante, todavía es una experiencia extraordinaria.

Aunque no la veo frecuentemente, conozco a Merian y trabajé por varias semanas con ella hace casi veinte años. Hace treinta años escribí una breve reseña de una de sus coreografías. A pesar de la distancia, este movimiento mágicamente espiritual, quedará enmarcado en mi memoria por años. Esta es la huella, la grabación de ácido en cristal de la que habla Peter Brook sobre la memoria y permanencia del acto efímero teatral en “El Espacio Vacío”.

Gracias al MAC por auspiciar el performance de Merian y por su invitación a presenciarlo.

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