El negro Yuyú y el Grito de Lares

La cuestión de la esclavitud se venía debatiendo en Puerto Rico desde comienzos del siglo 19. En las Instrucciones del Ayuntamiento de San Juan al diputado Ramón Power, del 27 de octubre de 1809, se expone: “El mayor de los males que padece esta isla es la servidumbre de la esclavitud. El miserable esclavo padece cuanta miseria produce la naturaleza…” (Texto en Aída R. Caro Costas, Ramón Power y Giralt, 2012).

Sin embargo, aunque los ilustrados criollos no proponían el cese inmediato del tráfico de esclavos ni la abolición de la esclavitud, favorecían importar trabajadores rurales libres para ir formando la “clase de jornalero, que es lo que se necesita en esta isla”. Así mismo se quejaban del “sin número de agregados” que vivían desparramados por el país sin aplicación adecuada al trabajo.

Las condiciones económicas y sociales de Puerto Rico en el primer tercio del siglo 19, basadas en relaciones esclavistas (amos y esclavos) y relaciones semi-feudales (campesinos sin tierras dependientes en estancias y haciendas agrícolas) retrasaron el desarrollo del capitalismo. Lo mismo sucedía en el resto de los países colonizados o neo-colonizados del planeta. Frente al feudalismo y esclavismo o sus vestigios históricos, en el siglo 19 el capitalismo era el camino a seguir. Los obreros iban aprendiendo lo que eso significaba contradictoriamente, y desde los inicios lucharon contra ello, pero aun no era su momento histórico En el Tomo II de Memorias geográficas, históricas, económicas y estadísticas de la Isla de Puerto Rico, de 1831(2da edición 1968), el Secretario de Gobierno Pedro Tomás de Córdova constató la realidad esclava-agregada que resumimos en el cuadro que sigue:

Cuadro: Población de Puerto Rico, 1828

Castas y clases Cantidad Por ciento

Blancos 133,100 45%

Pardos 78,870 26%

Morenos y

negros libres 14,470 5%

Agregados de

todas castas 38,397 13%

Esclavos 31,874 11%

Totales 296,711 100%

Sirva el cuadro y la ficha bibliográfica, además, para subrayar la importancia de que el Gobierno mantenga un acopio y disponibilidad de información económica y estadística completo y fiable, que es uno de los asuntos importantes exigidos por la ciudadanía y bajo el escrutinio público en el presente. Hay que defender y dotar plenamente al Instituto de Estadísticas, libre de injerencia partidista, y Federal. La manera de exponer las categorías sociales, mezclando criterios de castas (diferenciaciones por racismo en este caso) y de clases (las relaciones de producción) solo permiten indicar que las clases trabajadoras reunían campesinos agregados y esclavos en 24% de la fuerza laboral básica. Los demás sectores libres estarían distribuidos en las clases de los comerciantes, hacendados, pequeños y medianos agricultores, artesanos, y empleados asalariados del gobierno y otros oficios.

De hecho, por su utilización principal en el ramo azucarero el número de esclavos casi triplicó de 18,600 en 1815 a sobre 51,000 en 1846. Pero desde la década de 1840, precisamente, bajo una ordenanza del gobernador Miguel López Baños se formalizó la categoría de jornalero como trabajador a base de salario y se estigmatizó de vago a todo el que no pudiera probar una ocupación. Los decretos sobre la vagancia y la existencia de una masa campesina sin tierras propias fueron medios de estimular (y forzar) la formación de la clase de los jornaleros.

El crecimiento de la agricultura comercial (de haciendas azucareras y cafetaleras, especialmente) y la interconexión de Puerto Rico con el mercado capitalista mundial, a la vez que se experimentaba el desarrollo tecnológico industrial, fueron impulsando la transformación de las relaciones pre-capitalistas en la dirección visualizada desde comienzos del siglo 19. Hacia mediados del siglo, Inglaterra capitalista industrial le impuso tratados a España para cortar el tráfico de esclavos de África y sus números comenzaron a disminuir. Interconectado a ello dentro de Puerto Rico la masa de trabajadores fue incrementando y nutriendo a los jornaleros. Entonces otro gobernador, Juan de la Pezuela, dio cuenta de esta realidad estableciendo la Libreta de Jornaleros de 1849. Los trabajadores estaban encauzados por el camino semi-capitalista, de asalariados con muchas restricciones y coacciones patronales. Teóricamente, como sistema socioeconómico el capitalismo se predica sobre la base de la existencia de una relación contractual entre empresarios libres y obreros libres. Claro, en esa ecuación desde el comienzo la minoritaria clase propietaria ha sido (y continua siendo) más libre que la mayoritaria empleada subordinada. Nos estamos acercando al negro Yuyú.

En las vísperas del Grito de Lares, según el censo de 1867 se registraron un total 43,347 esclavos (de todas edades y sexos), por un lado. Y, 66,079 jornaleros varones portadores de libretas de trabajo, por otro lado. Lo que esa cifra esconde es que si le asociamos mujeres e hijos e hijas, en realidad la clase jornalera fácilmente alcanzaba los 400,000 habitantes, constituyendo probablemente dos terceras partes de la población. Visto desde esta perspectiva la revolución de 1868 exigía un cambio drástico de dirección económica. No más servidumbre feudal ni esclavitud, históricamente anacrónicos.

Los esclavos venían luchando por su libertad desde que fueron cautivados en sus hogares africanos en el siglo 16. A lo largo del siglo 19 resistieron en Puerto Rico mediante fugas incesantes (esclavos cimarrones), intentos de rebelión armada y homicidios de capataces, por ejemplo. En la década de 1860 contaron con unos aliados propietarios y profesionales, partidarios del liberalismo y favorecedores de la abolición de la esclavitud, por razones económicas, humanitarias o religiosas, o una combinación de ellas. Eso es lo que se constata con la participación de los comisionados puertorriqueños ante la Junta de Información de Ultramar, entre octubre de 1866 y abril de 1867.

Formando un frente liberal por Puerto Rico, José Julián Acosta (asimilista), Francisco Mariano Quiñones (autonomista) y Segundo Ruiz Belvis (independentista), denunciaron el despotismo colonial, y exigieron libertad de comercio, gobierno propio y la abolición radical de la esclavitud y del régimen de libreta de jornaleros. Sabido es que el gobierno de España se burló de Puerto Rico e impuso un nuevo esquema de impuestos. Remito a los libros de Olga Jiménez de Wagenheim, “El grito de Lares” (1986) y el mío si se me permite, “La Revolución Puertorriqueña de 1868” (2003).

Terminar con la esclavitud en Puerto Rico no fue tarea fácil. Eso el negro Yuyú, y tantos otros, lo vivieron en carne propia. Sobre el fin de la libreta de jornaleros como de la esclavitud hubo perspectivas encontradas: (a) mantenerlo eternamente, (b) transformación gradual, (c) abolición radical. Un sector revolucionario de avanzada, con el Doctor Ramón Emeterio Betances a la cabeza, promovió la abolición inmediata de la esclavitud. Betances lo consagró en su famosa proclama de los Diez Mandamientos de los Hombres Libres, de 1867. Un Betances hubiese decretado la abolición incondicionalmente.

Pero a la hora del Grito de Lares, concretamente, para propiciar la acción de los esclavos, hacendados revolucionarios dueños de esclavos proclamaron su libertad con su participación directa, es decir, empujándolos a conquistarla junto a la independencia nacional. A los ancianos y desvalidos no le plantearon esa condición. Se la dieron sin más discusión.

Aquí es que entra en acción Yuyú. Tarde en el artículo, pero sin el trasfondo histórico previo no se comprende bien. Agradezco la paciencia y su atención. Digo, también hay que provocarles agua en la boca antes de saborear el manjar. Así sabe mejor. Drama y cine en Puerto Rico tienen en nuestra historia, empezando con esta de los de más abajo, sobrada tela por donde cortar y guiones solo esperando creatividad, voluntad y, claro lo entiendo, respaldo financiero de la cualidad que ni a la Junta de Control Fiscal (“Federal” de Estados Unidos) ni al gobierno anexionista del Plan y la Ruta (de lo que nunca nos enteramos) les interesa respaldar. Pero, no nos engañemos, tampoco interesaba al Gobierno de la Transparencia del status quo colonial previo.

Como tanta otra información, importante y secundaria (toda merece atención) la del esclavo Yuyú figura en el “Expediente sobre la insurrección de Lares, de 1868-1869”. Ajustado al estado actual de investigaciones, de una muestra de 490 presos (indicado por Olga Jiménez) figuran 49 esclavos o 10% de ese total; por otras investigaciones los presos ya rondan los 600. Fueron muchos más los esclavos y paisanos de las demás clases sociales que participaron, mas, no los atraparon. Varios esclavos fueron sometidos a interrogatorios por las autoridades españolas.

De la “Declaración del negro Yuyú al Fiscal, del 29 de septiembre de 1868” (Pieza 5) obtenemos lo que sigue. Dijo que se llamaba Cándido, conocido por Yuyú. Creía tener “sobre 25 años”, de donde podemos inferir que nació como mínimo hacia 1843. Es decir, en pleno apogeo de la hacienda azucarera. No se indica si era criollo o llegó como bozal (importado) joven a la isla. Es uno de los tantos ejemplos de la ecuación azúcar y esclavitud en su apogeo. Era esclavo de don Pedro Beauchamp; sí, un revolucionario esclavista. ¿Acaso George Washington, jefe militar de la revolución “americana” (la de las Trece Colonias del Norte) y tantos otros revolucionarios de Virginia, North Carolina, etc., no eran dueños de esclavos? Busquen a ver cuántos de aquellos patriotas les dieron la libertad a sus esclavos. Algunos no podían prescindir de los “pancakes” de Aunt Jemima, ni de los placeres de algunas de sus negras oprimidas.

La familia Beauchamp (sobre la que hay que escribir un libro) pertenecía a la organización revolucionaria del Barrio Furnias, ubicada en la zona de la altura montañosa (¿suena redundante lo de “altura”?) de Mayagüez, en el oeste de Puerto Rico; es que muchos no saben que la ciudad-puerto de Mayagüez se extiende territorialmente desde la costa de Guanajibo hacia uno de los cielos de Puerto Rico. Hay que educar hasta en geografía básica, y mejor sería si todos conocieran los recursos naturales y potencial alimenticio de cada área. En el presente Puerto Rico se honra con sus descendientes, varios todavía viviendo en Mayagüez. Seis miembros de los Beauchamp de 1868 figuran entre los presos: Dionisio, Elías, Francisco Dorval, Pablo Antonio, Zoilo, y Pedro. Sobrevivieron y fueron liberados en la Amnistía de enero de 1869, pero ahora no es ocasión de extendernos en ello.

Yuyú quería ser libre como todo ser humano. Jean Jacques Rousseau y otros filósofos de la Era de la Ilustración de la Europa civilizada en el siglo 18 lo enunciaron en sus obras clásicas. La Declaración de los Derechos del Hombre y Ciudadano de la revolución francesa lo proclamó en 1789. “Todos los hombres nacen libres” y así deben permanecer durante sus existencias. Solo falta añadir, ¡y las mujeres también! Así lo proclamó en otra osada Declaración de los Derechos de la Mujer, Olympia de Gouges, quien pagó su atrevimiento en la guillotina. Pues entonces ni los más radicales de los hombres de izquierda admitían la emancipación de las mujeres. Algunos de ellos, como el jefe de la Comuna de París Maximilien Robespierre, por otras contradicciones y torpezas políticas también pagaron con sus cabezas. No hay que adular a ningún ídolo; hay que estudiar y entender, apreciar sus virtudes y criticar y corregir sus defectos, a los seres humanos.

El negro Yuyú fue uno de los revolucionarios del Grito de Lares. Admitió su participación. Dijo que el 23 de septiembre de 1868 fue con Eleuterio Soto y con Pascasio, esclavo de don Pablo Beauchamp, “y mandó a los cogedores de café que le siguieran a Lares”. El día del Grito de Lares se estaba recogiendo café. Eso hay que saborearlo, incluso desde mucho antes.

Llevaba a los esclavos cogedores de café a casa de don Bruno Chabrier, otro hacendado involucrado. Vio en casa de Chabrier a don Pablo “armado con un revólver y un sable”, y de allí junto a otros esclavos armados con machetes se encaminaron al pueblo (cafetalero por excelencia) de Lares a proclamar la República de Puerto Rico. Lares sabe a revolucionario café. Es la cuna de la lucha de Puerto Rico por su libertad. No es un pueblo de “los cielos abiertos” de cierto alcalde anexionista ignorante del revolucionario tabaco de Virginia.

En Lares, dijo Yuyú, “se les unió más gente que había allí”. Al tomar exitosamente al pueblo por asalto, de lo que recordaba creyó “que pusieron preso al alcalde de Lares”. El puertorriqueño Pablo Mediavilla era funcionario al servicio de los españoles.

Los carceleros españoles le preguntaron “si su amo le mandó se metiera con los armados”. ¿Si usted fuera un negro o una negra esclavo y esclava de 1868 qué les diría a las autoridades que podían mandarlo a ejecutar en el acto? Yuyú, “dijo que sí, se lo mandó diciéndole que como vendría la libertad vendría también para el declarante, y lo mismo dijo a los demás negros”. Es que con la abolición revolucionaria de la esclavitud, de ella iban a quedar libres tanto esclavos como amos.

Otros dos esclavos de don Pedro Beauchamp también participaron y fueron presos. Pascasio y Timoteo “iban cuidando mulas” cargadas de pertrechos necesarios. Incluso menciona otros protagonistas de los del trabajo explotado de más abajo que iban con la esperanza de verse emancipados en la república de Puerto Rico libre. El negro Yuyú figura entre los beneficiados de la amnistía general de finales de enero de 1869, pero continuó siendo esclavo hasta la abolición definitiva en 1873. Su decisión así como la de otros esclavos y patriotas rebeldes en general contribuyeron decisivamente a abonar esa culminación.

El autor es Historiador, Departamento de Historia UPR-RP. fmoscoso48@gmail.com.

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