El puente de Brooklyn, Maiakovski, el final del poema

En el 2013 visité Nueva York. Para entonces, no conocía a Vladimir Maiakovski.

No recuerdo ni cuándo ni cómo llegué a él, al poeta que vivía en la calle Gran Presnaia, 36 y 24 (lugar muy tranquilo), que fue también artista y revolucionario bolchevique, que cumplió cárcel y vivió enamorado de Lili Brik. Quizás fue porque estaba leyendo a otros vanguardistas en aquel entonces. O porque leí algo de “Poesía y revolución” de León Trotski. Quizá una combinación de ambas cosas.

El encuentro fue paulatino, pasajero y fragmentado, porque no lograba hallar una buena traducción de su poesía. Eventualmente, como regalo de despedida (me mudaba para Chicago), Félix y Cumba me regalaron la copia que tenían de una antología de la editorial Visor. Desde entonces, es de mis imprescindibles. Nunca les dije que, en alguno de esos enamoramientos efímeros míos, apenas algunos meses después, dediqué en exceso y regalé esa copia. No he sabido ni del libro ni de la persona. No sé si haya pasado a otras manos o se encuentre todavía en algún lugar de la América Latina, pero ambos destinos me alegran. Desde entonces me dije que, si en algún momento regresaba a Nueva York, leería su poema “El puente de Brooklyn”, justo en ese lugar.

A 101 años de la Revolución bolchevique, faltando siete años para la conmemoración de los cien de su viaje norteamericano, me encuentro en Nueva York. Como la última vez, me trae una presentación, en la misma librería. Ante la ausencia de mi libro, tomé uno prestado de la biblioteca. La Universidad de Chicago aprecia tanto la educación como el dinero. Por una de estas razones –desconozco cuál– es que la multa de perder un libro es exhorbitante.

Para el recorrido separé toda la tarde del viernes. Decidí entrar al puente por el lado de Brooklyn. Después descubrí con la lectura que esa fue, también, su ruta. La espalda siempre se le da a Brooklyn, parece. Me quité el reloj justo antes de entrar. A los homenajes no se va con tiempo. GoogleMaps dice que la caminata dura aproximadamente 33 minutos. Se equivoca, pero no la culpo. A la tecnología se le hace imposible calcular el tiempo necesario para detenerse y contemplar un paisaje, aunque sea tan industrial como el presente.

Camino y observo las toneladas de metal. Desde entonces, todo se construye pensando en que va a desvanecer, pero el puente combinó quizá por última vez el deseo de la permanencia de las pirámides de Egipto junto a la visión de progreso de una locomotora.

Con la vista de Manhattan, empiezo a leer. Escalofríos. Metal. Canta Maiakovski lo que escucha y lo que ve. Dice que en 200 años, después del Apocalipsis, solo permanecerá ese puente, y futuros estudios arqueológicos descubrirán que, sobre él, estuvo el gran poeta Maiakovski. Me acerco al final del poema pero detengo la lectura.

Alguien camina hacia mí. Recordé la dificultad que tuvo Maiakovski al querer comunicarse con la gente en los Estados Unidos. Nada más frustrante para alguien que amó y luchó por lo mejor del pueblo trabajador a lo largo del mundo. (Ver: “El descubrimiento de América”.) Se me acercó y en perfecto acento nuyorquino, me dijo: “If you’re going to read, get out of the fucking bridge you fucking asshole”, mientras me tiraba el libro sobre el puente.

Fue espectacular. A ambos lados del puente hay tres carriles para vehículos. Pero logró sobrepasarlos. El lanzamiento fue digno de una Olimpiada. El movimiento y la caída del libro iban tan rápidos como los versos de Maiakovski en la página en blanco. Pero mientras la lectura pausada es capaz de contrarrestar sus disparos-llamados-versos, nada frenó el vuelo del libro. Me imaginé su caída al agua, aunque la distancia y la velocidad lo hacían imposible. Sin duda, no hubo manera de que fuera más bello este tributo al gran poeta bolchevique. ¡Un tributo que comenzó individual y se convirtió en colectivo!

Seguí caminando. Los vientos son más fríos justo al final del puente, como para disminuir los fuegos revolucionarios de la poesía y la política. Por fin descubrí la ciudad, aunque quedará para siempre olvidado el final del poema. Este puente es otra cosa.

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