Elías Beauchamp e Hiram Rosado en su misión del 23 de febrero de 1936

El domingo 23 de febrero de 1936, un comando compuesto por los jóvenes nacionalistas Elías Beauchamp e Hiram Rosado ajusticiaron al nefasto criminal coronel Francis Riggs, perpetrador de la Masacre de Rio Piedras el 24 de octubre de 1935, cuando fueron asesinados Ramón S. Pagán, Dionisio Pearson, Eduardo Rodríguez Vega, José Santos Barea y Pedro Quiñonez. Éstos fueron emboscados por la Policía Insular bajo las ordenes del coronel Riggs cuando se dirigían a la Universidad de Puerto Rico en Rio Piedras.

Es dentro de este contexto de régimen de terror y circunstancias que se produce el ponerle termino a la vida de Riggs.

El coronel Riggs y el también nefasto general Winship fueron enviados por el entonces presidente Franklin D. Roosevelt, como jefe de la policía y gobernador respectivamente, para exterminar a los nacionalistas y lidiar con los trabajadores de la caña. Estos dos esbirros del imperio Yanqui ya habían estado en Nicaragua en una misión, peticionada por sangriento dictador Anastasio Somoza, para organizar un operativo y asesinar al general de hombres libres, Augusto Cesar Sandino. Como ha dicho nuestro héroe nacionalista Rafael Cancel Miranda “gracias a la acción heroica de Elías Beauchamp e Hiram Rosado, Riggs no cometería ningún otro asesinato contra nuestros pueblos. Pagaron con sus vidas, pero le hicieron un bien a la humanidad.” (Rafael Cancel Miranda. El Hostosiano, viernes 24 de febrero de 2017).

Los hechos del ajusticiamiento de Riggs por Beauchamp y Rosado, así como la muerte posterior de éstos se desarrollaron según relata Marisa Rosado (Pedro Albizu Campos, Las Llamas de la Aurora, acercamiento a su biografía) de la siguiente manera.

Elías Beauchamp e Hiram Rosado habían decidido cumplir con el juramento que se hicieran en el 1935 frente a la tumba de los mártires de la Masacre de Rio Piedras. Fue un domingo del 23 de febrero de 1936. El primero padre de dos niñas y el segundo, hijo único de una familia.

Hiram Rosado se apostó cerca del mediodía en la imprenta de “Romero y del Valle” en la Calle Allen (hoy Fortaleza) esquina del Callejón del Gámbaro. El coronel Riggs acostumbraba a tomar esa ruta de regreso a su residencia en El Escambrón, luego de asistir a misa en la Catedral de San Juan. Ese domingo, como otros, Riggs en el asiento delantero de su automóvil marca Packard, tabilla G. I., a un bloque del Teatro Municipal Tapia, Rosado le salió al paso disparándole dos veces con una pistola calibre 38. El chofer se detuvo y observó que Rosado trataba de continuar disparando, pero el arma le amarraba el fuego. Avisó a gritos al policía de turno frente al Teatro Tapia para que persiguiera a Rosado, mientras dirigía el automóvil hacia la calle Recinto Sur, donde desembocaba el Callejón del Gámbaro. Al llegar a la esquina vio a Rosado tomar un automóvil rojo de servicio público. El Conductor de Riggs se abalanzó sobre el carro, logrando detenerlo, procediendo a arrestar a Rosado. Mientras lo arrestaba, se acercó al carro de Riggs el joven nacionalista Elías Beauchamp. Riggs estaba fuera del automóvil hablando con un testigo del primer atentado, Rafael Andreu. Beauchamp impecablemente vestido de blanco, no levantó sospechas de Riggs y acercándose a éste le dijo: “Yo lo vi coronel, yo lo vi.” Otros policías habían llegado al lugar y procedieron a arrestar y conducir a Rosado al Cuartel de la Policía en la Calle de San Francisco. Al momento de Riggs abordar de nuevo su automóvil, invitó a Beauchamp a que se entrase al carro y conducirlo al Cuartel a que testificara lo que había visto. Elías Beauchamp saluda el lente de El Imparcial minutos antes de ser asesinado por la Policía luego de ajusticiar al coronel Riggs.

En ese momento, Beauchamp sacó su arma, disparando contra el coronel dos veces, perforándole el cráneo, e hiriéndole en el pecho y la mano derecha. Beauchamp intentó retirarse disparándole a los que le seguían y entró al almacén Rodríguez y Palacios, en la Calle Tetuán número 29. Allí la policía le dio alcance usando la violencia para someterlo a arresto Beauchamp les dijo: “Suéltenme, no se apuren. Que yo no voy a disparar contra mis hermanos puertorriqueños. Yo sólo mato americanos. Al coronel Riggs lo maté, porque era un sinvergüenza y por el asesinato de Río Piedras”.

Ese mismo día por la tarde se produjo otro tiroteo en Utuado en el que resultó herido el jefe de la Policía de ese mismo pueblo y muertos el nacionalista Ángel Mario Martínez y Pedro Crespo en el momento en que la policía se proponía registrar su automóvil. El alcalde de ese pueblo, Santiago González, acusó a la policía de haberlos baleado como represalia por la muerte de Riggs.

Tras la muerte de Riggs, Charles H. Terry, secretario del Gobernador Winship asumió el mando de la policía sometiendo la capital a un estado de sitio, con policías armados de revólveres y carabinas, que no permitían acceso a la ciudad, aun a los residentes del área. Todos los ciudadanos que transitaban por la Calle Tetuán fueron arrestados y el nacionalista Buenaventura Rodríguez, empleado de la imprenta Puerto Rico, donde se editaba el periódico La Palabra, resultó apaleado brutalmente en el allanamiento que hicieran a su lugar de trabajo.

Rosado y Beauchamp bajo arresto, fueron trasladados al Cuartel de la Policía de San Juan donde según Paulino Castro, por ordenes del Coronel Cole, jefe del Regimentó 65 de Infantería de los Estados Unidos, fueron brutalmente asesinados. De acuerdo con Paulino Castro el Coronel Cole se hallaba estacionado en El Morro, cuando el Capitán Vázquez le llamó para informarle sobre la ejecución del coronel Riggs. Se lo informa porque no había logrado comunicación con el gobernador Winship. El coronel Cole – según Paulino Castro – le dijo entonces: “Are they still alive?” Esta frase la entendió Vázquez como una orden de fusilamiento. (Historia Sinóptica del Partido Nacionalista de Puerto Rico). Corretjer en su opúsculo “Albizu Campos y los años treinta” concurre con lo dicho por Castro y añade que semanas después el Coronel Cole fue ascendido al grado de Brigadier por el presidente Roosevelt y trasladado a los Estados Unidos. Dice Corretjer sobre los hechos: “Salvo la reacción inmediata de la orden del coronel Cole – quien la dio encerrado en la fortaleza de El Morro y quien de allí no salió hasta volar a Estados Unidos, excepto para concurrir al sepelio del coronel Riggs, y la acción policial que media hora después del suceso asalto la imprenta y redacción de “La Palabra” – la acción del gobierno, inclusive la del General Winship y de toda la oficialidad yanqui, fue de franca cobardía”.

La policía excusó la ejecución de Beauchamp y Rosado acusando a los nacionalistas de querer apoderase de unas armas guardadas en el salón donde estaban detenidos por disparar contra ellos. Sin embargo, la misma prensa pudo constatar, por la condición de sus cuerpos y los huecos que dejaron las balas en las paredes que estos habían sido linchados.

La prensa del país condenó el brutal asesinato de Beauchamp y Rosado. El Imparcial publicó un Editorial culpando al Gobernador Winship de los abusos que se estaban cometiendo contra los miembros del Partido Nacionalista. Con abierta indignación y lenguaje directo se expreso en los siguientes términos. Una banda de facinerosos la puede acabar la policía matando a los facciosos, pero una organización de patriotas no la destruye todo el poder de los Estados Unidos.

El periódico El Mundo en su edición del 25 de febrero trae noticia de que miles de personas marcharon en el entierro de los patriotas hasta el Cementerio de Villa Palmeras. En el discurso de despedida de duelo, Albizu expresó:

“Ha caído, señores, un tirano que se llama el coronel Riggs a quien Dios perdone por los crimines que perpetró en Puerto Rico. Decimos esto sin odios ni rencores y con la certeza dogmática del mas puro cristianismo, como si le mirásemos cara a cara, como le mirábamos un día en el Escambrón cara a cara. El asesinato de Rio Piedras fue su obra. Los puertorriqueños, aquí reunidos a fines de octubre, vinieron a jurar venganza del asesinato de Rio Piedras, y estos dos valientes que aquí yacen nos dicen que el juramento en Puerto Rico es valido y esta sellado con sangre inmortal. Podrán matar diez mil nacionalistas, pero eso no es nada porque surgirá un millón de puertorriqueños.

Honremos a Elías e Hiram que cumplieron la misión del 23 de abril de 1936. A los que “impasibles con la calma” – como diría El Topo – “crearon la madrugada”, dando su vida por la libertad de nuestra patria.

*El autor es historiador y profesor universitario

Referencias

https://partidonacionalistapuertorico.blogspot.com/2012/02/23-de -febrero-de-1936-misio-cumplida.html).

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