Elliott, luego Rafa y ahora Tuto

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta…

Miguel Hernández

E

n cuestión de días se nos fueron tres hermanos, amigos, compañeros. Se llamaban Elliott, Rafa y Tuto. Fueron amigos queridos y, más que eso, compañeros de una lucha que nos dejaron inacabada. Nadie debió reclamar un falso derecho a llevárselos cuando falta tanto por hacer, pero se fueron, se los llevaron Compañeros del alma, tan temprano.

La muerte enamorada nos los arrebató con un manotazo duro, un golpe helado. Primero a Elliot, el que tenía menos años, el que todos queríamos. Temprano madrugó la madrugada. A Elliott se le derramó el amor en un pequeño espacio de su corazón inmenso. Tanta gente lo quería, pero nadie pudo desamordazarlo y regresarlo.

Luego la vida desatenta abandonó a Rafa Scharrón, a quien siendo yo todavía adolescente escuché haciendo hablar su guitarra en la plaza de mi pueblo junto a Tatín y Julito. Aquella fue la primera vez que lo vi, sin conocerlo. La última fue, precisamente, en el funeral de Elliott. Entonces lo abracé sin saber que en unos días su guitarra se apagaría para siempre. Corrijo. Realmente su guitarra se quedará por siempre, de serenata, al arrullo de las rejas de los enamorados labradores.

Ahora, en este sábado caluroso, de agosto, es Tuto el que decidió marcharse. Corrijo otra vez. Tuto era un enamorado de la vida, nunca de la muerte, por lo que no pudo haber tomado esa decisión. Sabía, como todo el mundo, que ya le había dado mucho a su patria. También sabía que la vida se le iba, que arrastraba los pies, pero quería seguir arrastrándolos. No para vivir por vivir sino para seguir viviendo por su tierra, la que siempre quiso libre como fue él.

De los tres se ha dicho y se dirá que fueron los mejores. De Elliott se dice que fue un gran escritor de deportes, diestro narrador de eventos y hábil analista deportivo. De Rafa se dice que fue “la primera guitarra de la música popular puertorriqueña” y todos los que suspiraron ante un bolero casi siempre lo hicieron al acorde de las notas de su requinto. Y sobre Tuto se llenarán muchas páginas con sus aportaciones al deporte nacional e internacional. Debido a esa labor, importantes dignatarios del olimpismo mundial vendrán a rendirle honores.

Los tres murieron satisfechos de esas aportaciones y es justo que el pueblo los aplauda por ellas, pero cada uno de ellos se fue a la tumba sintiendo en sus entrañas la más grande de las insatisfacciones. Porque cuando Elliott escribía sobre deporte, cuando Rafa rasgaba la guitarra y cuando Tuto dirigía federaciones, lo hacían pensando en cómo adelantar la lucha nacional de independencia. Y esa lucha a la que tanto le dieron está inconclusa.

Por eso, independientemente de los años que vivieron, temprano levantó la muerte el vuelo y temprano madrugó la madrugada, porque el más importante de sus objetivos está a medio camino.

Elliott, Rafa y Tuto: bajo la sombra de algún almendro los requiero porque nos falta hablar de muchas cosas, compañeros del alma, compañeros.

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