En el 130 aniversario de La Edad de Oro, de José Martí: 1889-2019 Desde Meñique hasta el próximo Gobernador de Puerto Rico

Por Silvia María Alberti Cayro/Especial para En Rojo

Para los niños trabajamos 

porque los niños son los que saben querer

 porque los niños son la esperanza del mundo”

José Martí

Ante la lamentable y difícil situación que presenta el gobierno de Puerto Rico, han de buscarse soluciones con un nuevo enfoque. Las ideas de los grandes pensadores pueden estar vigentes y pudieran ser un modelo a seguir para crear naciones donde haya “un pueblo que ría y que cante”.

Meñique es un personaje literario que da título a un cuento publicado por José Martí en la revista redactada íntegramente por él, La Edad de Oro, publicada en New York durante los meses de julio, agosto, septiembre y octubre de en 1889 (Ver Anejo “La Edad de Oro, de José Martí: una obra de amor”, por Ricardo Benítez Fumero), Se trata de un “Cuento de magia, donde se relata la historia del sabichoso Meñique, y se ve que el saber vale más que la fuerza”, según anota el autor de esta adaptación “del francés‚ de Laboulaye”.

 Aparece el cuento en el primer número de la Revista, posible de leer en la Biblioteca Digital del Portal José Martí en www.josemarti.cu Presentamos fragmentos que retratan al personaje y la exposición martiana para los propósitos de estas páginas:

De “Meñique””:

(…) Juancito era lindo como una mujer, y más ligero que un resorte, pero tan chiquitín que se podía esconder en una bota de su padre. Nadie le decía Juan, sino Meñique.

El campesino era tan pobre que había fiesta en la casa cuando traía alguno un centavo. El pan costaba mucho, aunque era pan negro; y no tenían cómo ganarse la vida. En cuanto los tres hijos fueron bastante crecidos, el padre les rogó por su bien que salieran de su choza infeliz, a buscar fortuna por el mundo.

(…)

Los reyes son caprichosos, y este reyecito quería salirse con su gusto. Mandó pregoneros que fueran clavando por todos los pueblos y caminos de su reino el cartel sellado con las armas reales, donde ofrecía casar a su hija con el que cortara el árbol y abriese el pozo, y darle además la mitad de sus tierras. Las tierras eran de lo mejor para sembrar, y la princesa tenía fama de inteligente y hermosa; así es que empezó a venir de todas partes un ejército de hombres forzudos, con el hacha al hombro y el pico al brazo. (…)

(…) Meñique saltando de acá para allá, metiéndose por todas las veredas y escondrijos, viéndolo todo con sus ojos brillantes de ardilla. A cada paso tenía algo nuevo que preguntar a sus hermanos: que por qué las abejas metían la cabecita en las flores, que por qué las golondrinas volaban tan cerca del agua, que por qué no volaban derecho las mariposas. (…)

(…)

Por fin llegaron al palacio del rey. El roble crecía más que nunca, el pozo no lo habían podido abrir, y en la puerta estaba el cartel sellado con las armas reales, donde prometía el rey casar a su hija y dar la mitad de su reino a quienquiera que cortase el roble y abriese el pozo, fuera señor de la corte, o vasallo acomodado, o pobre campesino. Pero el rey, cansado de tanta prueba inútil, había hecho clavar debajo del cartelón otro cartel más pequeño, que decía con letras coloradas:

 “Sepan los hombres por este cartel, que el rey y señor, como buen rey que es, se ha dignado mandar que le corten las orejas debajo del mismo roble al que venga a cortar el árbol o abrir el pozo, y no corte, ni abra; para enseñarle a conocerse a sí mismo y a ser modesto, que es la primera lección de la sabiduría”.

(…)

 —Y ahora—dijo Meñique poniendo en tierra una rodilla—¿cree mi rey que he hecho todo lo que me pedía?

—Sí, marqués Meñique, respondió el rey; y te daré la mitad de mi reino; o mejor te compraré en lo que vale tu mitad, con la contribución que les voy a imponer a mis vasallos, que se alegrarán mucho de pagar porque su rey y señor tenga agua buena; pero con mi hija no te puedo casar, porque esa es cosa en que yo solo no soy dueño.

(…)

El rey no pudo dormir aquella noche. No era el agradecimiento lo que le tenía despierto, sino el disgusto de casar a su hija con aquel picolín que cabía en una bota de su padre. Como buen rey que era, ya no quería cumplir lo que prometió; y le estaban zumbando en los oídos las palabras del marqués Meñique: “Señor rey, tu palabra es sagrada. La palabra de un hombre es ley, rey”.

El rey quería saber “quienes eran los padres de Meñique, y si era Meñique persona de buen carácter y de modales finos, como quieren los suegros que sean sus yernos, porque la vida sin cortesía es más amarga que la cuasia y que la retama”.

(…)

En el casamiento de la princesa con Meñique no hubo mucho de particular, porque de los casamientos no se puede decir al principio, sino luego, cuando empiezan las penas de la vida, y se ve si los casados se ayudan y quieren bien, o si son egoístas y cobardes (…)

Por la noche hubo discursos, y poetas que les dijeron versos de bodas a los novios, y lucecitas de color en el jardín, y fuegos artificiales para los criados del rey, y muchas guirnaldas y ramos de flo es. Todos cantaban y hablaban, comían dulces, bebían refrescos olorosos, bailaban con mucha elegancia y honestidad al compás de una música de violines, con los violinistas vestidos de seda azul, y su ramito de violeta en el ojal de la casaca. (…)

(…)

Meñique era tan chiquitín que los cortesanos no supieron al principio si debían tratarlo con respeto o verlo como cosa de risa; pero con su bondad y cortesía se ganó el cariño de su mujer y de la corte entera, y cuando murió el rey, entró a mandar, y estuvo de rey cincuenta y dos años. Y dicen que mandó tan bien que sus vasallos nunca quisieron más rey que Meñique, que no tenía gusto sino cuando veía a su pueblo contento, y no les quitaba a los pobres el dinero de su trabajo para dárselo, como otros reyes, a sus amigos holgazanes, o a los matachines que lo defienden de los reyes vecinos. Cuentan de veras que no hubo rey tan bueno como Meñique.

Pero no hay que decir que Meñique era bueno. Bueno tenía que ser un hombre de ingenio tan grande; porque el que es estúpido no es bueno, y el que es bueno no es estúpido. Tener talento es tener buen corazón; el que tiene buen corazón, ese es el que tiene talento. Todos los pícaros son tontos. Los buenos son los que ganan a la larga. Y el que saque de este cuento otra lección mejor, vaya a contarlo en Roma.

¿Habrá para Puerto Rico un gobernador como lo fue Meñique?

¿Valdría la pena leer toda la revista La Edad de Oro, de José Martí?

Espere, amigo lector, otrasconsideraciones martianas acerca del gobierno y los gobernantes.

Anejos

“La Edad de Oro, de José Martí: una obra de amor”

Por: Ricardo Benítez Fumero 

“Para eso se publica La Edad de Oro: para que los niños americanos sepan cómo se vivía antes, y se vive hoy (…) Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros”.

Esta fue la dedicatoria de José Martí para aquella revista mensual de recreo e instrucción publicada en Nueva York, entre julio y octubre de 1889, de la cual solo salieron cuatro números que quedaron para la posteridad.

El Maestro se entregó con amor a la obra que tiene un mensaje universal. En sus cuentos, poemas, versos y artículos inculcó su recio ideario anticolonialista, el amor por la gran patria latinoamericana, la devoción por la justicia, la verdad y la belleza.

En 1905, diez años después de que Martí cayera en Dos Ríos peleando por la libertad de Cuba, Gonzalo de Quesada —alumno suyo— reunió los cuatro números de la revista y con ellos hizo el libro La Edad de Oro, que hoy encontramos en cada escuela, en librerías y bibliotecas, el que busca y añora cada niño cubano, cada pequeña o pequeño que anda por el Sur, desde el Río Bravo hasta la Patagonia.

La Edad de Oro es, sin duda, un libro que cautiva a cualquier edad. Es así que crecimos con los cuentos de losTres héroes, Meñique, Los dos príncipes, Nené Traviesa, El Camarón encantado, La muñeca negra o Los dos ruiseñores. Y qué decir del poema Los zapaticos de rosa. Son legados que recibimos desde pequeños y que nos sirven para toda la vida.

Al decir de muchos estudiosos,  la perennidad de este libro —que ocupa un lugar prominente en las letras cubanas—, está dada en primer lugar porque “Martí quiso hacer esta obra para el futuro; él pensaba, en su proyecto cultural y revolucionario, que hablar a los niños, convencerles, transmitirles ideas iba a garantizar el porvenir. Pues muchos de los temas que trata poseen una vigencia tremenda”.

Todos los que quieran ser hombres buenos, deben leerlo; y los que tenemos la responsabilidad de educar, el deber de explicarlo, solo así haremos de “La edad de oro” el mejor amigo, y de sus páginas la guía para hacernos hombres y mujeres de bien, porque no solo fue un proyecto para niños, sino para hombres de futuro.

Tomado de: https://www.radiosurco.icrt.cu (Emisora de radio de Ciego de Ávila, Cuba.

Recuperado del Portal José Martí en https://www.josemarti.cu/la-edad-de-oro-de-jose-marti-una-obra-de-amor/ [Noticias].

La autora es investigadora independiente de la vida y obra de José Martí.

De “Meñique” existe una edición con ilustraciones para colorear Interesados, pueden comunicarse a silviamalberti@gmail.com.

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