En honor a la mujer trabajadora

En Rojo

En el mes de marzo se celebra el Festival de cine Workers Unite! y ofrece como actividad especial la presentación del documental de Connie Field (directora y guionista) de 1980, Rosie, the Riveter. Aparte de la presentación y desarrollo que hace de la mujer trabajadora estadounidense en los años en que Estados Unidos intervino en la 2nda Guerra Mundial y su uso de noticiarios y cortos propagandísticos, ofrece un excelente cuadro de esta sociedad en la década de los 1940 y luego en la posguerra. El filme sigue siendo uno de avanzada por presentar a la mujer trabajadora dentro de la economía del momento y los conflictos que enfrentaba por su género, clase y raza. ¿Y cuánto ha cambiado el panorama laboral en estos 40 años?

La realizadora tuvo la oportunidad de entrevistar 700 mujeres que trabajaron como remachadora/riveter, soldadora y otros tantos oficios en astilleros, compañías aeroespaciales, fábricas de municiones y ensamblaje que hasta entonces se calificaban como “empleos de hombres”. Escoge a cinco mujeres—tres de estas afroamericanas—para contar sus experiencias de ser parte de esta avanzada para reclutar mujeres en la economía de guerra, ya que miles de hombres eran ya parte de la maquinaria de la muerte arrasando a Europa y luego Japón. Se crean miles de empleos nuevos para esta nueva producción y se insta a las mujeres a ser parte de esta economía. 600,000 mujeres responden a la llamada. Algunas ya tenían experiencia de trabajo fuera de la casa en empleos para mujeres: cocinar, fregar, lavar y planchar ropa, limpiar casas, coser, almacenar, servir. La paga era risible, pero era lo único disponible en ese momento. Otras habían sido aparceras que trabajaban la tierra para que otros se enriquecieran y ellas pudieran perderlo todo en un instante. De aquí se desplazan a ciudades como Detroit, San Francisco, Los Angeles, Nueva York donde se transforman en personas que trabajan en los oficios requeridos para esta industria y que reciben sueldos inimaginables—por ser mujeres—en un ambiente colectivo.

El documental divide las vidas de estas trabajadoras en dos partes: cuando 1ero las reclutan en 1942 y cuando las despiden o las degradan de sus puestos de 1945 en adelante porque ahora hay suficientes hombres para tomar su lugar o responden al llamado del nuevo patriotismo: las mujeres están para parir y quedarse en su casa facilitando la vida del hombre trabajador que ahora tiene la oportunidad de ser parte de la nueva clase media que promueven el gobierno y la empresa privada. A través de los noticiarios y el popular “The March of Time” en las pantallas de las salas de cine, carteles en todos los lugares públicos, programas radiales se presenta la historia fabricada de los Estados Unidos en estado de crisis por la guerra y luego de euforia y conservadurismo en la posguerra. Este es el marco histórico donde estas mujeres se desarrollan como trabajadoras con conciencia de clase y género.

Aunque cada una de ellas—Wanita Allen, Gladys Belcher, Lyn Childs, Margaret Wright y Lola Weixel—comparten experiencias similares de cómo desempeñarse en estos nuevos empleos las hizo pensarse totalmente diferente a lo que sus familias y comunidad le habían hecho creer, cada una tiene sus propias particularidades que narran de manera a veces jocosa y otras con gran seriedad. Ahora en su presente con + de 55 años, pueden recordar esos años, repensar lo que significó esa experiencia, por más breve que haya sido, y lo difícil que fue aceptar que aquel cambio en lo que una mujer podía hacer como trabajadora, no se repitió para ellas. Y aunque el filme no nos pone al día en cuanto a lo que fue su próxima etapa en el campo laboral—ya que todas trabajaban porque necesitaban el dinero para criar a su familia, pagar deudas e hipotecas, estuvieran casadas o no—sí sabemos que todas adquirieron una conciencia de trabajadora, algunas como parte de uniones y con mucho apoyo de la clase trabajadora.

Esa experiencia común muy positiva, también trae recuerdos de discrimen y segregación en el trabajo. Recordar, por ejemplo, que las trabajadoras negras no podían usar las duchas en los centros de trabajo; que los muy pocos intentos de establecer centros de cuido era sólo para las trabajadoras blancas; que a las mujeres se le pagaba casi 50% menos que a los hombres y a las mujeres negras menos que a las blancas; que la preferencia de empleo era 1ero los hombres blancos, 2ndo los hombres negros, 3ero las mujeres blancas y 4to las mujeres negras. Aunque todavía se establecían diferencias, los centros de trabajo con sindicatos eran los más igualitarios, especialmente en sueldos y derechos ya que tenían muy claro quiénes eran los beneficiarios del trabajo individual y colectivo de los trabajadores.

La última sección del documental es la más reveladora. Ninguna persona debe sorprenderse de que la mujer tiene la capacidad de aprender y ejercer cualquier oficio, que cuando se le da la oportunidad, puede destacarse y seguir desarrollándose. Pero cuando la ideología social es reducir a la mujer al oficio de esposa y madre, todo se trastoca y toma décadas (con suerte) para corregir esta injusticia. Al finalizar la 2nda Guerra Mundial en 1945 con la rendición del imperio japonés, se reduce en EEUU la economía basada en la guerra (nunca dejan de hacer aviones, tanques y armas) y con el retorno de miles de soldados en diferentes estados de salud física y mental, los espacios para las mujeres trabajadoras diestras casi desaparecen. ¿Cómo una mujer negra va a competir por un empleo en un astillero, no importa la experiencia adquirida? Para convencer a la naciente sociedad de la posguerra de que lo ocurrido durante el periodo de emergencia ya no tiene vigencia, el gobierno y la empresa privada recurren a los medios—cine, radio, carteles, anuncios públicos, sectores religiosos y luego la TV—para que todas recuerden cuál es la función primordial de la mujer. El pietaje es risible si no fuera que en aquel momento—y ahora en los sectores religiosos más retrógrados—sirvió para reforzar la ideología de que la mujer pertenece al espacio del hogar. Pero, muchas de estas mujeres necesitaban trabajar para sostener a su familia. Casadas, viudas o solteras, Wanita, Gladys, Lyn, Margaret, Lola y tantas otras querían ser mujeres independientes, ejercer su oficio, ganar un salario justo y ser modelos para sus familias.

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