En Memoria: Carlos Irizarry (1938-2017) La vida como performance, como pintura, como conspiración

Cuando se menciona a Carlos Irizarry, un inmenso icono de la plástica puertorriqueña de la segunda mitad del siglo 20 fallecido el pasado sábado tras una larga pelea contra el cáncer, se invocan dos entes que vienen a la mente. Aquel artista que dentro de una cuadrícula adrede evidente, jamás oculta, tomaba los signos conocidos de nuestro ser colectivo puertorriqueño, evicerándolos en una realidad actualizada, como su emblemática Transculturación del puertorriqueño (1975), en la que tomaba la imagen del cayeyano Ramón Frades, discípulo de Francisco Oller y su realismo social en su Pan nuestro de cada día (1905), que retrataba a un campesino con todos los signos de la miseria, empuñando un racimo de plátanos, y la de aquel hombre que entró un buen día desnudo a consumir a El Patio de Sam, haciendo a su propietario en pánico arrancar precipitadamente un mantel para cubrir su descubierta anatomía. De aquella Julia de Burgos inmensa, dibujada en tan suaves tonos, y el ser humano que amenazaría con asesinar al presidente de Estados Unidos de aquel entonces (Gerald Ford), y amenazaría de nuevo dentro de un avión, con hacerlo pedazos, de no liberarse a los nacionalistas presos por los ataques a la Casa Blair y al Congreso de los Estados Unidos de 1950 y 1954, pagando un mes en una prisión federal por un acto, y cuatro años por el otro, tiempo que dedicó a ser maestro de arte de su comunidad penitenciaria, dejando como legado de ese momento la formación en el oficio de otro artista puertorriqueño, Pablo Marcano.

Y quizás no sería especulativo decir que si nos trasladáramos a la propia percepción del artista, no encontraríamos el más pequeño atisbo de una línea divisoria entra ambos seres y sus hechos, siendo todos a su vez una obra plástica, siendo todos a su vez una conspiración, una subversión de todo lo anteriormente aceptado y conocido. Un germen de revolución y una revolución en un solo ser humano.

Criado en la hacienda La Florida, de su natal Santa Isabel, el que sería una figura tan importante de nuetra plástica migra a Nueva York afinales de la década de 1940. Su vocación por las formas y colores, le lleva a estudiar en la Escuela de Arte y Diseño de esa ciudad, originalmente influenciado por la escuela del expresionismo alemán de los albores del siglo veinte, movimiento de seres que concientemente buscaban subvertir todo aquello a que se le llamaba pintura hasta el momento.

A mediados de la década de los 60 regresaría a Puerto Rico, armado de sus conocimientos en pintura y artes gráficas. Ya aquí llegaría a ser director gráfico de dos recordadas publicaciones, hoy extintas, el periódico El Mundo, y la revista de comentario político Avance. En estas, y sobre todo en la segunda, Irizarry iba, como en algún punto del camino recorrido por la plástica había decidido subvertir las formas de ver del lector puertorriqueño.

A la misma vez que realizaba su trabajo com pintor, artista gráfico y comercial atendía su agenda, dejar sembrado un grupo de co conspiradores y futuros conspiradores, siendo cofundador del Centro Nacional de las Artes en San Juan y creó la Galería 63, esta última dedicada a promover el arte de vanguardia.

De ahí surgen un Irizarry que retaría abiertamente ya no una forma de arte circunscrita a la plástica, sino a la forma de percibir de un ser al que cada vez la vida colonial condicionaba más, un Carlos Irizarry, que se enfrentaría él solo,aún sin literales atavíos al estatus quo, ya violento y obsceno de su isla.

De esta faceta de su ser, se generan incontables anécdotas, como entrar como un comensal más, pero desnudo, en ese local de San Juan conocido como El Patio de Sam, como en su primer montaje del monólogo A mis amigos de la locura, de Carlos Umpierre y Ernesto Ruíz, al actor Teófilo Torres, en el ya inexistente café teatro La Tea le intentara interrumpir la función, comentando cada línea toda voz y tirándole cubos de hielo desde la barra hasta la tarima, sacándole un cuchillo, cuando el artista escénico, furibundo fue en el mismo segundo del apagón a golpear al artista plástico.

Torres recuerda el incidente: “Lo acusaron de tentativa de asesinato. La Guardia Municipal y la Policía le tenían ganas. Su abogado fue Marcos Rigau y el experto que aportó su conocimiento en géneros de Artes Plásticas y Teatro fue Jorge Rodríguez. Yo no entendía muy bien lo de arte conceptual en aquel momento, como tampoco sabía quién era Carlos Irizarry; la Fiscalía me incluyó como testigo, pero sabíamos que era un intento de encarcelarlo. Actué gran parte del monólogo A mis amigos de la locura en la sala ante el juez y Marcos Rigau logró que se desestimaran los cargos, por la razón principal de que el monólogo instaba a hacer una Revolución de locos, y éso fue lo que Carlos Irizarry había aportado a mi evento. ¡Genial! A ese encuentro debo en parte que después de 39 años yo continúe interpretándolo. Después del juicio Carlos y yo nos hicimos grandes amigos”.

Y el conspirador llevaría su performance y acto plástico a dimensiones que dos veces le costarían la prisión federal. En 1976, amenazó con asesinar al entonces presidente, Gerald Ford, durante su participación en la cumbre de las potencias económicas a celebrarse en Dorado entre mayo y junio de ese año. Tres años después, en un vuelo de American Airlines en 1979, le entregó una nota a una azafata, dirigida al presidente Jimmy Carter, en la anunciaba que volaría en pedazos el avión si no liberaba a los presos políticos puertorriqueños. El artista alegó que la acción pretendía ser una manifestación artística conceptual, lo que no evitó una condena en una penitenciaría federal de 1979 a 1983, en la que terminó como maestro de dibujo y pintura, compartiendo de lo aprendido con quien se convertiría en otro gran artista de nuestra plástica, Pablo Marcano.

Y siempre vanguardia, siempre punta de lanza renunciado a espaldas a la que seguir, Irizarry en su obra sumaría nuevas formas de hacerla, incurriendo en nuevas técnicas, antes no tratadas en Puerto Rico, y convirtiéndos en el primer artista puertorriqueño en utilizar la técnica de la fotoserigrafía. De hecho, mucha de su obra desde cierto punto en adelante se caracterizaría por la implementación e intervención de diversas imágenes fotográficas, puestas a conversar, o a enfrentarse entre sí en una misma superficie, la refriega resultante su manifiesto. Según se descubrían nuevas técnicas, Irizarry iba sumando siendo pionero de instrumentos digitales ante la masificación de la computadora en la década de 1980.

Sobre su figura, el artista plástico puertorriqueño Humberto Figueroa dice: “Carlos puede representar la inquietud que desemboca en cambio y revuelta. En días de agitación social desde los sectores ilustrados y claros de que la vida es cambio, Carlos Irizarry asoma su ojo e invita a mirar a fondo su obra. Pionero en exploraciones técnicas saltó del diseño a la fotografía desde el ejercicio gráfico. Así sumó sin esfuerzo en el tracto evolutivo del lenguaje artístico puertorriqueño. Afincado en los asuntos de identidad política y cultural con precisión formal y desde su lenguaje de avanzada se afirmaba. Ese discurso plástico se basa en la cuadrícula que permite la multiplicación de imágenes que se interconectan tematicamente y sobre ello el artista suma su línea editorial crítica. Así logra su díptico fotoserigráfico que denuncia la guerra en Vietnam ya para el 1968-69. De igual forma se incorporó a la escena artística de San Juan vinculado a los artistas de mayor perfil creativo al momento. Hace obra de experimentación formal y técnica durante su vida y le suma a ello varias acciones artísticas de incisivo mensaje político sobre la condición colonial de la isla y su derecho a la independencia. Por ello sufrió cárcel aún contando con el apoyo de abogados comprometidos con la lucha cultural nacional. Desde prisión realizó su obra de mayor tamaño y de juegos compositivos. Con materiales diversos de uso común realizó retratos monumentales que se presentaron en el viejo Museo de Bellas Artes de Puerto Rico del ICP en la calle Cristo 253. Esa inauguración celebró su retorno a San Juan en grande no hay celda que limite el empuje libertario de un artista de inteligencia y valor patriótico. Carlos Irizarry queda vivo en su obra y en su ejemplo de vida. Un artista anda de la mano con su urgencia de hacer cosas nuevas, admirando las precedentes y añadiendo desde su registro un nivel que afirma la realidad del ser puertorriqueño artista. Así hizo Carlos. Gracias al pueblo de Santa Isabel que desde su costa caliente da hombres y mujeres valientes con ingenio”.

A él también le hace homenaje el pintor Rafael Trelles cuando dice: “Conocí sus fotoserigrafías en 1975 cuando estudiaba en el Colegio de Mayagüez. Me impresionó la técnica depurada y la temática comprometida con los movimientos de protesta en contra de la guerra de Vietnam y la hambruna en África. Un año más tarde, leí en los periódicos sobre su arresto y encarcelamiento por exigir la excarcelación de los presos nacionalistas mediante un acto artístico subversivo, convirtiéndose en el primer artista puertorriqueño que es encarcelado por violar la ley mediante una obra conceptual. Desde entonces supe que estaba ante un artista ejemplar de gran verticalidad y compromiso con nuestro país, digno heredero de los maestros del 50, de la estirpe de Oller, Frade y Carlos Raquel”.

Según su compañero en el arte de la Patria y compañero de celda por la Patria, en momentos y lugares diferentes, Elizam Escobar, sus restos serán expuestos en el Ateneo de Puerto Rico, en un acto de recordación y celebración de su vida, obra y legado, para al día siguiente ser sepultados en el El Cementerio de Santa María Magdalena de Pazzis, el llamado Cementerio del Morro, en el Viejo San Juan, en una tumba conseguida por sus amigos artistas.

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